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Estación se alargaba moviéndose con las olas. Harey<br />

dejó caer un plato; el agua corría en el fregadero. Un<br />

halo de oro opaco orlaba el firmamento rojizo. Yo<br />

trataba de pensar; no sabía qué hacer... De<br />

pronto se hizo el silencio. Harey estaba detrás de<br />

mí.<br />

—No, no te des vuelta —dijo en voz baja—. Tú no<br />

eres culpable de nada, Kris. Lo sé. No te<br />

atormentes.<br />

Tendí el brazo para alcanzarla. Ella huyó al<br />

fondo de la cocina y levantó una pila de platos.<br />

—Lástima que sean irrompibles, de buena gana los<br />

rompería, los rompería todos.<br />

Por un instante, pensé que iba de veras a dejar<br />

caer los platos, pero ella me miró y sonrió.<br />

—No tengas miedo, no haré una escena.<br />

Desperté en medio de la noche sintiéndome muy<br />

lúcido. Me senté en la cama. El cuarto estaba a oscuras;<br />

por la puerta entreabierta llegaba la débil claridad<br />

de la rotonda. De pronto oí un ruido agudo y<br />

siseante, acompañado por golpes pesados, amortiguados,<br />

como si un cuerpo macizo golpeara contra un<br />

muro. ¡Un meteoro había atravesado el casco de la<br />

Estación! No, no era un meteoro, ni una nave, pues se<br />

oía un estertor horrible, arrastrado...<br />

Me sacudí. No era un cohete ni un meteoro. ¡Alguien<br />

agonizaba en el fondo del corredor!<br />

Corrí hacia la luz: un rectángulo encendido, la<br />

puerta del pequeño taller. Me precipité en el<br />

interior.<br />

Un vapor helado me envolvió la cara, mi aliento<br />

caía como nieve; unos copos blancos giraban sobre un<br />

cuerpo caído, envuelto en una bata; el cuerpo se movía<br />

débilmente y de pronto golpeaba el suelo. La nube<br />

de escarcha me impedía ver con claridad. Me abalancé<br />

sobre Harey, la alcé en brazos; la bata me quemaba<br />

la piel. Los estertores continuaban. Fui tambaleándome<br />

por el corredor; ya no sentía frío.<br />

Sólo sentía el aliento de Harey en el cuello; quemaba<br />

como un fuego.<br />

Deposité a Harey sobre la mesa de operaciones y<br />

abrí la bata. Tenía el rostro contorsionado por el<br />

dolor; una capa espesa y negra de sangre coagulada le<br />

cubría los labios; la lengua centelleaba, erizada de<br />

cristales de hielo.<br />

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