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Berton. Seguía la historia clínica, o más exactamente<br />

el informe dictado por Berton e interrumpido por<br />

las preguntas de los miembros de la comisión.<br />

"Berton: Cuando descendí a treinta metros, me fue<br />

muy difícil mantener la altura; vientos violentos soplaban<br />

en ese pozo. Tuve que ocuparme de los<br />

comandos, y durante un tiempo —diez o quince minutos—<br />

no miré afuera. Advertí demasiado tarde que<br />

un poderoso torbellino me llevaba a la niebla roja.<br />

No era una niebla ordinaria, sino una materia espesa,<br />

coloidal, que se pegaba a los vidrios. Me dio mucho<br />

trabajo limpiarlos. Esa niebla —esa cola— era tenaz.<br />

Por otra parte, y a causa de la resistencia que la niebla<br />

oponía a la hélice, la velocidad de rotación se había<br />

reducido en alrededor de un treinta por ciento, y yo<br />

comenzaba a perder altura. Temí capotar sobre las<br />

olas, traté de subir. El aparato no se movió. Me quedaban<br />

aún cuatro cartuchos-cohetes. No los utilicé;<br />

me dije que la situación no era aún desesperada. Vibraciones<br />

cada vez más fuertes sacudían el aparato;<br />

supuse que una capa de cola se había adherido a<br />

la hélice; pero el medidor de sobrecarga indicaba<br />

siempre cero. Yo no entendía. Desde que había<br />

entrado en la niebla no veía el sol; sólo un resplandor<br />

rojizo. Continué volando, con la esperanza de<br />

desembocar al fin en uno de esos embudos, y eso fue<br />

lo que ocurrió, al cabo de media hora. Me encontré<br />

pues en otro "pozo", un cilindro casi perfecto, de<br />

varios centenares de metros de diámetro. La pared<br />

del cilindro era un gigantesco torbellino de niebla<br />

que se elevaba en espiral. Me esforcé por permanecer<br />

en el centro del "pozo", donde el viento era menos<br />

violento. Advertí entonces un cambio en la superficie<br />

del mar. Las olas habían desaparecido casi del todo<br />

y la capa superior de ese fluido —lo que compone el<br />

océano— era ahora transparente, con estelas confusas<br />

aquí y allá, que se disipaban; al poco tiempo volvió a<br />

hacerse la luz. Alcanzaba a ver claramente hasta una<br />

profundidad de varios metros. Veía una especie de<br />

ciénaga, de légamo amarillo, que proyectaba<br />

filamentos verticales. Cuando esos filamentos<br />

afloraban a la superficie, tenían un resplandor<br />

vidrioso, y empezaban luego a desprender espuma, y<br />

por último esa espuma se coagulaba; se hubiera dicho<br />

un almíbar espeso. Aquellos filamentos viscosos se<br />

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