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Las cintas de papel ondeaban perezosamente<br />

bajo la rejilla de los ventiladores; el aire silencioso<br />

olía levemente a ozono.<br />

La decisión de quedarnos en la Estación no tenía<br />

nada de heroico. El tiempo del heroísmo había quedado<br />

atrás; el tiempo de las grandes victorias interplanetarias,<br />

el tiempo de las expediciones audaces y<br />

los sacrificios. Fechner, primera víctima del océano,<br />

pertenecía a un pasado remoto. Ya casi no me preocupaba<br />

por saber quién era el "visitante" de<br />

Snaut o de Sartorius. Pronto, me decía, dejaremos de<br />

tener vergüenza, de aislarnos. Si no podemos<br />

desembarazarnos de nuestros "visitantes", nos<br />

habituaremos a esa compañía, viviremos con ellos. Si<br />

el Creador modifica las reglas del juego, nos<br />

adaptaremos a las nuevas reglas, aun cuando nos<br />

resistamos al principio, aun cuando uno de nosotros<br />

cediera a la desesperación y se matara. Tarde o<br />

temprano, se restablecería cierto equilibrio.<br />

La noche había llegado, parecida a tantas noches de<br />

la Tierra. Sólo distinguía los contornos blancos del<br />

lavabo y la superficie pulida del espejo.<br />

Me levanté. Hurgué a tientas entre los objetos<br />

amontonados en la repisa del lavabo. Encontré el<br />

paquete de algodón, me lavé la cara con un pedazo<br />

húmedo y fui a echarme en la cama...<br />

Una falena batió las alas. No, era la cinta del ventilador.<br />

El zumbido cesó, recomenzó. Yo ya no veía<br />

ni siquiera la ventana, todo se confundía en la oscuridad.<br />

Un rayo luminoso, cayendo no sé de dónde,<br />

atravesó el espacio y se demoró ante mí. ¿Sobre la<br />

pared o en el cielo negro? Recordé cuánto me había<br />

asustado la víspera la mirada vacía de la noche; mi<br />

miedo me hizo sonreír. Ya no temía esa mirada.<br />

Ya no temía nada. Levanté la muñeca y consulté la<br />

corona de cifras fosforescentes. Una hora más y<br />

llegaría la aurora del día azul.<br />

Respiré hondo; saboreaba la oscuridad. Estaba vacío,<br />

liberado de todo pensamiento.<br />

Al moverme, sentí contra mi cadera la forma plana<br />

del magnetófono. Gibarían... una voz inmortalizada<br />

en bobinas de alambre. Me había olvidado de<br />

resucitarlo, de escucharlo, única cosa que ahora<br />

podía hacer por él. Metí la mano en el bolsillo y saqué<br />

el magnetófono. Quería esconderlo debajo de la<br />

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