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Los Solaristas<br />

El corredor estaba desierto. Me detuve un<br />

instante, detrás de la puerta cerrada. El gemido del<br />

viento envolvía el pasadizo tubular. Sobre el panel de<br />

la puerta, pegado de través, al descuido, había un<br />

cuadrado de esparadrapo con una inscripción en lápiz:<br />

"Hombre". Miré la palabra, garabateada con trazos<br />

borrosos, y pensé en volver a la cabina de Snaut;<br />

me eché atrás.<br />

Las advertencias dementes de Snaut me vibraban<br />

aún en los oídos. Avancé por el corredor, los hombros<br />

hundidos bajo el peso de la escafandra. De puntillas,<br />

escapando no del todo conscientemente de algún observador<br />

invisible, volví a la rotonda; al salir del corredor,<br />

encontré dos puertas a mi derecha y dos a mi<br />

izquierda. Leí los nombres de los ocupantes: Dr. Gibarían,<br />

Dr. Snaut, Dr. Sartorius. No había ningún<br />

marbete en la cuarta puerta. Titubeé, apreté<br />

apenas el picaporte, y abrí lentamente la puerta. En<br />

ese instante tuve el presentimiento, casi la certeza,<br />

de que había alguien en la habitación. Entré.<br />

No había nadie. Una ventana panorámica cóncava,<br />

apenas más pequeña que el mirador de la cabina donde<br />

descubriera a Snaut, dominaba el océano. Aquí, a la<br />

luz del sol, el agua brillaba con un resplandor grasoso,<br />

y las olas mismas parecían segregar un aceite de tintes<br />

rosáceos. Reflejos escarlatas inundaban todo el aposento,<br />

que por la disposición recordaba un camarote<br />

de barco. De un lado, rodeada por anaqueles atestados<br />

de libros, había una cama retráctil, replegada con-<br />

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