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mi puerta o me llamaba por teléfono. Me<br />

preguntaba entonces si no había observado ningún<br />

fenómeno nuevo, ningún cambio, cualquiera que<br />

fuese, que pudiera interpretarse como una reacción<br />

a la experiencia tantas veces repetida. Yo le decía<br />

que no y le devolvía la pregunta; en el fondo de la<br />

pequeña pantalla, Snaut se limitaba a menear la<br />

cabeza.<br />

Quince días después de haber suspendido los experimentos,<br />

me desperté más temprano que de costumbre;<br />

la pesadilla de la noche me había agotado y sentía<br />

un entumecimiento de todos los miembros,<br />

como si me hubiera pasado largas horas bajo los<br />

efectos de un poderoso narcótico. Los primeros<br />

rayos del sol rojo iluminaban la ventana; un río de<br />

llamas purpúreas bañaba la superficie del océano,<br />

y observé que esa inmensa extensión, que ningún<br />

movimiento perturbara en los días anteriores,<br />

comenzaba a agitarse. Y de pronto un tenue velo de<br />

bruma cubrió el océano negro; pero esa bruma pálida<br />

parecía tener una consistencia tangible. Aquí y allá, un<br />

temblor agitaba la bruma; luego, poco a poco, la<br />

vibración se extendió en todas direcciones hasta el<br />

horizonte. El océano negro desapareció del todo bajo<br />

espesas membranas onduladas, con excrecencias de<br />

color rosa y depresiones nacaradas. Esas extrañas<br />

olas, suspendidas por encima del océano, se<br />

confundieron bruscamente y no hubo nada más que<br />

una masa de espuma burbujeante y glauca, que una<br />

furiosa tempestad levantaba hasta la altura de la<br />

Estación, y todo alrededor unas inmensas alas<br />

membranosas se precipitaron hacia el cielo rojizo.<br />

Algunas de esas alas de espuma, que velaban completamente<br />

al sol, eran negras como el carbón; otras<br />

sesgadamente expuestas a la luz tenían<br />

tonalidades cereza o amaranto. Y el fenómeno<br />

proseguía, como si el océano estuviese mutando o<br />

despojándose de una vieja piel escamada; por<br />

momentos la superficie negra del carbón del océano<br />

brillaba fugazmente en una grieta, al instante<br />

recubierta de espuma. Alas de espuma planeaban<br />

muy cerca de mí, a pocos metros de la ventana; una<br />

de ellas rozó el cristal como una bufanda de seda. Y<br />

mientras el océano continuaba engendrando esos<br />

pájaros extraños, los primeros enjambres se<br />

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