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más próxima, pisando con firmeza, sintiendo que la escafandra<br />
no impedía mis movimientos. Seguí trepando<br />
hasta llegar a una altura de unos cuatro pisos por encima<br />
del océano, y desde allí pude contemplar una<br />
ancha franja del paisaje que se perdía en los abismos del<br />
mimoide.<br />
Creí ver las ruinas de una ciudad arcaica, una ciudad<br />
marroquí, desquiciada por un terremoto o algún otro<br />
cataclismo. Divisé una intrincada red de callejuelas<br />
sinuosas, obstruidas por escombros, callejones que<br />
descendían bruscamente hacia la orilla bañada de<br />
espumas viscosas; más lejos, se perfilaban almenas intactas,<br />
bastiones de contrafuertes desconchados; en los<br />
muros combados, derruidos, había orificios negros, vestigios<br />
de ventanas o troneras. Toda esta ciudad flotante,<br />
peligrosamente inclinada hacia un lado, como<br />
un navío a punto de zozobrar, se deslizaba a la deriva,<br />
girando lentamente sobre sí misma. Las sombras se movían<br />
perezosas "entre las callejas de la ciudad en ruinas,<br />
y de vez en cuando una superficie pulida me devolvía<br />
el resplandor de un rayo luminoso. Me atreví a trepar<br />
más arriba y luego me detuve: hilos de arena fina se<br />
desprendían de las rocas por encima de mi cabeza, y las<br />
cascadas de arena caían en barrancos y callejones,<br />
rebotando en torbellinos de polvo. El mimoide, por<br />
supuesto, no está hecho de piedras, y basta levantar una<br />
Bastilla "rocosa" para destruir toda posible ilusión; la<br />
materia del mimoide es porosa, más liviana que la<br />
piedra pómez.<br />
Me encontraba a bastante altura, y Alcanzaba a sentir<br />
el movimiento del mimoide. No sólo avanzaba, impulsado<br />
por los músculos negros del océano hacia un<br />
destino ignoto; se inclinaba también, ya hacia un<br />
lado, ya hacia el otro, y los susurros de la espuma<br />
verde y gris que bañaba la orilla acompañaban ese<br />
balanceo lánguido. La oscilación pendular del<br />
mimoide se había iniciado mucho tiempo antes,<br />
quizá en el momento de nacer, y la isla flotante había<br />
crecido y se había fragmentado conservando ese<br />
movimiento. Y entonces, sólo entonces, cosa extraña,<br />
comprobé que el mimoide no me interesaba en<br />
absoluto, que había volado hasta<br />
aquí no para explorar el mimoide, sino para<br />
conocer<br />
el océano.<br />
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