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ecían en general de la preparación adecuada.<br />

Durante el cuarto decenio de la solarística, se<br />

desarrolló una verdadera epidemia que llegó a<br />

desconcertar a los psicólogos: un número incalculable<br />

de maníacos y de fanáticos ignorantes se consagraron<br />

a una búsqueda ciega, más obstinados aún que los<br />

antiguos profetas del movimiento perpetuo o de la<br />

cuadratura del círculo. Sin embargo, esta pasión se<br />

extinguió al cabo de pocos años. En la época en que<br />

yo me preparaba para viajar a Solaris hacía tiempo<br />

que la famosa epidemia había dejado de ser tema<br />

obligado en los periódicos y las conversaciones, y el<br />

océano mismo ya había sido prácticamente olvidado.<br />

Devolví el compendio de Gravinsky al anaquel, respetando<br />

el orden alfabético, y vi de pronto el delgado<br />

folleto de Grattenstrom, uno de los autores más excéntricos<br />

de la literatura solarística. Yo conocía el folleto;<br />

era un ensayo dictado por la necesidad de<br />

comprender aquello que supera al hombre, y<br />

específicamente dirigido contra el individuo, el<br />

hombre, y la especie humana; la obra abstracta y<br />

acida de un autodidacto, que había publicado antes<br />

una serie de insólitas observaciones sobre algunos<br />

temas marginales y rarificados de la física cuántica.<br />

Ese opúsculo de unas quince páginas —¡la obra<br />

capital del autor!— trataba de demostrar que los<br />

logros más abstractos de la ciencia, las teorías más<br />

altaneras, las más altas conquistas matemáticas, no<br />

eran sino un progreso irrisorio, uno o dos pasos<br />

adelante, respecto de nuestra comprensión<br />

prehistórica, grosera, antropomórfica del mundo de<br />

alrededor. Señalando ciertas correspondencias entre el<br />

cuerpo humano —las proyecciones de nuestros<br />

sentidos, la estructura orgánica, las limitaciones<br />

fisiológicas del hombre— y las ecuaciones de la<br />

teoría de la relatividad, el teorema de los campos magnéticos,<br />

y las hipótesis del campo unificado, Grattenstrom<br />

llegaba a la conclusión de que nunca sería posible<br />

ninguna clase de "contacto" entre el hombre y<br />

alguna civilización extrahumana. En esa diatriba<br />

contra la humanidad, no se mencionaba el océano<br />

vivo; sin embargo, la presencia constante, el silencio<br />

triunfante y desdeñoso del mar aparecía siempre entre<br />

líneas. Tal fue al menos mi impresión al leer a Grattenstrom.<br />

Había sido Gibarían quien me había seña-<br />

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