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era sólo una muchacha grácil, una joven de cabellos<br />

oscuros.<br />

Los reflejos de las lámparas temblaban sobre la<br />

pulida cápsula del cohete. Yo no oía los golpes; en el<br />

interior del proyectil todo estaba en silencio. Pero los<br />

pedestales del zócalo vibraban como cuerdas. Las sacudidas<br />

eran tan violentas que yo temía ver desmoronarse<br />

todo el andamiaje.<br />

Ajusté con mano vacilante la última tuerca, tiré la<br />

llave y salté al pie de la escala. Mientras retrocedía<br />

unos pasos, vi que los amortiguadores, preparados para<br />

resistir una presión continua, se estremecían frenéticamente.<br />

Me pareció que la envoltura del cohete se<br />

contraía de algún modo.<br />

Me precipité al tablero de control, y alcé con ambas<br />

manos la palanca de arranque. En ese momento, el<br />

altoparlante conectado al interior del cohete emitió un<br />

sonido penetrante... no un grito, un sonido que no<br />

se parecía a una voz humana, y sin embargo distinguí<br />

confusamente mi nombre, repetido varias veces:<br />

—¡Kris! ¡Kris! ¡Kris!<br />

Me abalancé sobre las palancas con una violencia<br />

desordenada. Me lastimé los dedos, que empezaron a<br />

sangrar. Un resplandor azul, una pálida aurora, iluminó<br />

los muros. Torbellinos de polvo vaporoso brotaron<br />

alrededor de la plataforma; el polvo se transformó<br />

en una columna de chispas violentas, y los ecos de<br />

un rugido poderoso cubrieron todos los otros "ruidos.<br />

Tres llamas, confundidas al instante en una sola pira<br />

de fuego, levantaron el cohete, que subió por la<br />

abertura de la cúpula. La estela incandescente<br />

ondeó y se extinguió. Los postigos volvieron a<br />

cerrarse sobre el orificio del foso; los ventiladores<br />

automáticos comenzaron a aspirar el humo sofocante<br />

que se movía en olas por el recinto.<br />

En realidad, todo esto lo reconstruí más tarde;<br />

no sé con certeza lo que vi en esos momentos.<br />

Aferrado al tablero de mando, sintiendo que el<br />

calor me quemaba la cara y me chamuscaba los<br />

cabellos, yo aspiraba a bocanadas el aire acre, una<br />

mezcla de gases de combustión interna y el ozono<br />

desprendido de la ionización. En el momento del<br />

lanzamiento, yo había cerrado instintivamente los<br />

ojos, pero el resplandor había atravesado mis<br />

párpados. Durante un rato, no vi más que espirales<br />

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