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Victoria<br />
Pasaron tres semanas. Los postigos se bajaban y se<br />
cerraban puntualmente. Las pesadillas seguían acosándome,<br />
y cada mañana recomenzaba la comedia.<br />
¿Pero era una comedia? Yo me mostraba sereno, y<br />
Harey me imitaba. Nos engañábamos mutuamente,<br />
con conocimiento de causa, y ese acuerdo tácito<br />
facilitaba la evasión última: hablábamos del futuro,<br />
nuestra vida en la Tierra, en los alrededores de una<br />
gran ciudad. Ya nunca más dejaríamos la Tierra;<br />
nos pasaríamos el resto de los días bajo el cielo azul<br />
y entre árboles verdes. Imaginábamos juntos la<br />
disposición de la casa, el trazado del jardín;<br />
discutíamos los detalles: la ubicación de un seto o<br />
de un banco... ¿Era yo sincero en algún momento?<br />
No. Nuestros proyectos eran imposibles, y yo lo<br />
sabía. Pues aunque Harey pudiera abandonar la<br />
Estación y sobrevivir al viaje ¿cómo atravesaría yo las<br />
barreras inmigratorias con mi pasajero clandestino?<br />
La Tierra sólo recibe a los seres humanos, y sólo<br />
cuando tienen los papeles en regla. Detendrían a Harey<br />
para saber quién era, nos separarían, y Harey se<br />
delataría en seguida. La Estación era el único sitio<br />
donde podíamos vivir juntos. Quizá Harey ya lo sabía,<br />
o podía averiguarlo.<br />
Una noche oí que Harey se levantaba con cuidado,<br />
como tratando de no despertarme. Quise retenerla;<br />
librarnos un rato de la desesperación, refugiándonos<br />
en el olvido. Harey no había notado que yo estaba<br />
despierto. Cuando estiré el brazo, ella ya estaba de<br />
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