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—Lo sé, pero debería relajarse un poco. No somos capaces de mantener una conversación sin acabar discutiendo —<br />

admitió en tono amargo.<br />

La vuelta a casa se convirtió en una contrarreloj, con la lluvia pisándoles los talones. Cuando salieron de entre los<br />

árboles, el agua ya empapaba todo el paisaje. Cruzaron el jardín trasero, donde la mesa con los restos de la cena era<br />

bombardeada por un diluvio. Las sillas caídas en el suelo daban a entender que sus ocupantes habían salido en estampida<br />

hacia la casa, sin tiempo a recoger nada.<br />

Entraron como un rayo en la cocina. Todos estaban allí, sacudiendo el agua de sus cabezas y de sus ropas con gran<br />

alboroto.<br />

—¿Se puede saber dónde estabas? —preguntó Jerome a su hijo.<br />

—Ha sido culpa mía —intervino William—. Tuve que salir por un pequeño asunto y le pedí que me acompañara —<br />

aclaró, cargando sus palabras de un significado oculto.<br />

Jerome asintió, convencido de que ese pequeño asunto estaba relacionado con su peculiar alimentación.<br />

—Está bien, no pasa nada —dijo, sonrió a su hijo y le palmeó la espalda, más calmado.<br />

La cara de Kate se iluminó al ver a William cruzando la puerta, ya había perdido toda esperanza de que apareciera esa<br />

noche. Estaba empapado y su cabello oscuro se le pegaba a la cara dándole un aspecto muy atractivo. Su voz jugueteaba<br />

sobre su piel con un ligero cosquilleo. Podría haber recitado el manual de instrucciones de una lavadora, que a ella le<br />

habría sonado igual de seductora. Él la miró, la saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa torcida, y sus ojos se<br />

deslizaron sobre ella como una caricia. Kate se ruborizó. Podría pasar toda la vida observándole, pero con tanta gente<br />

alrededor no se atrevía a sostenerle la mirada; estaba deseando revelar el carrete con las instantáneas de esa misma<br />

mañana y tener una foto suya. De repente, su semblante cambió y una expresión de horror se dibujó en su cara.<br />

—¡Mi cámara! —exclamó.<br />

Unos minutos antes, había estado tomando unas instantáneas de April vestida con su pequeño disfraz de hada, y con el<br />

revuelo de la lluvia había olvidado la cámara sobre la mesa. Pasó como una exhalación en dirección a la puerta, sin que<br />

nadie tuviera tiempo de detenerla.<br />

—¡No, Kate, está diluviando! —gritó Jill tras ella.<br />

Kate corrió hasta la mesa, y antes de alcanzarla sus ropas ya estaban empapadas por el agua que caía de forma<br />

torrencial. Cogió la cámara y giró muy rápido, de vuelta a la casa. Un grito escapó de su garganta cuando resbaló sobre la<br />

hierba, iba a darse de bruces contra el suelo. Cayó de rodillas, con las palmas de las manos sobre el césped. La cámara<br />

salió despedida y tuvo que gatear para recuperarla.<br />

Llegó hasta ella sin que lo hubiera sentido moverse, la sujetó por los brazos y la ayudó a levantarse. Kate alzó los ojos<br />

y vio a William mirándola a través de la cortina de agua que caía por su rostro. Al ponerse en pie volvió a resbalar. Con<br />

aquellos zapatos era imposible caminar sobre el suelo mojado. Se estremeció cuando él la sujetó con más fuerza y la<br />

estrechó contra su cuerpo. Apoyó las manos en su pecho, la ropa se le pegaba a la piel marcando cada línea, cada contorno<br />

del torso, y tuvo la sensación de estar tocando una escultura de mármol, la de un hermoso dios griego. Apretó los párpados<br />

con fuerza un instante.<br />

—Lo siento, son estos malditos zapatos —dijo algo agitada. Se sentía ridícula teniendo tales pensamientos en aquella<br />

situación, pero se las arregló para sonreír.<br />

William mantuvo la vista clavada en su rostro, sin aflojar las manos de sus brazos, haciendo caso omiso al comentario.<br />

Notó el cálido aliento de Kate sobre la piel y eso bastó para encenderlo, el fuego corrió por sus venas y por un momento<br />

temió volver a perder el control. Respiró hondo, tratando de calmarse, la apartó un poco y, con un movimiento elegante, la<br />

tomó en brazos.<br />

—Esto empieza a convertirse en una costumbre —dijo William con una sonrisa, y se encaminó a la casa apretando el<br />

paso.<br />

Kate enrojeció de nuevo. Tenía la piel erizada, sobre todo en los brazos, con los que rodeaba el cuello de William. Se<br />

estaba acostumbrando a aquel tacto frío, tanto que incluso le resultaba placentero. Desvió la mirada a la casa y la magia se<br />

desvaneció. Todos les observaban a través de las ventanas, excepto Shane, que se encontraba en el exterior, bajo el<br />

porche, con una postura demasiado tensa.<br />

—Creía que confiabas en mí —dijo William al pasar por su lado.<br />

—Y confío —corroboró—. Era solo por si acaso —aclaró tras él.<br />

Kate no entendió ni una sola palabra, pero tampoco dijo nada.<br />

William no soltó a Kate hasta que estuvo dentro de la casa. Con cuidado la dejó en el suelo y, de forma espontánea, le<br />

quitó de la mejilla una gota de barro, entreteniéndose en el gesto.<br />

—¡Dios mío, Kate, eso ha sido una locura! —dijo Rachel mientras se acercaba a ella con una toalla en las manos. Se la<br />

colocó sobre los hombros y comenzó a frotarlos con energía—. Podías haberte hecho daño.<br />

—Lo siento mucho. No lo pensé —se disculpó Kate, enrojeciendo hasta las orejas, convencida de que toda la sangre de<br />

su cuerpo se concentraba en ese momento en su rostro.<br />

—Era de su madre —explicó Jill, tomando la cámara de las manos de su amiga, y le dedicó una sonrisa comprensiva—.<br />

Yo hubiera hecho lo mismo.

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