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—Mi padre era de New Ross, ¿lo conoces? —continuó sin hacer caso al comentario de Kate.<br />

—Sí —respondió algo más relajado—. New Ross se encuentra a pocos kilómetros del lugar donde nací.<br />

—¿Has oído, Kate? ¡Lo conoce, es maravilloso! —señaló con un entusiasmo que escapaba a la comprensión de<br />

William.<br />

—Abuela ¿no hueles a quemado? —intervino Kate en tono severo, a la vez que le lanzaba una mirada asesina.<br />

—¿Eh?... Sí, ahora que lo dices parece que algo se está quemando —intentó parecer convincente. Sonrió de oreja a<br />

oreja—. Me ha encantado conocerte, William, espero que vuelvas pronto a visitarme, y así podrías contarme cosas sobre<br />

New Ross.<br />

William asintió, agradecido por la oportuna intervención de Kate, y observó con alivio cómo la mujer regresaba a la<br />

casa. No es que tuviera algo en contra de ella, pero no estaba acostumbrado a mantener conversaciones con humanos que<br />

duraran más de dos segundos, y mucho menos tan efusivas.<br />

Kate suspiró avergonzada y se cubrió la cara con las manos. Inspiró un par de veces llenando sus pulmones por<br />

completo y miró a William a través de los dedos.<br />

—No sabes cuánto lo siento —se disculpó con pesar—. Siempre es así, como un torbellino que lo arrasa todo a su paso.<br />

—No tienes que disculparte, no me ha molestado.<br />

Kate sintió deseos de abrazarlo por ser tan comprensivo y volvió a suspirar.<br />

—A mí sí —reconoció de forma casi inaudible.<br />

William contempló su rostro un instante, seguía encogida bajo la chaqueta, con aspecto cansado. Estaba muy pálida y<br />

unas manchas violáceas habían aparecido bajo sus ojos. Pero continuaba estando preciosa.<br />

—Me gusta este sitio —dijo apartando la vista de ella. Dio un paso hacia el lago y metió las manos en los bolsillos de<br />

su pantalón mientras contemplaba cómo unos puntos brillantes se movían en el agua—. ¿Son peces? —preguntó<br />

asombrado.<br />

—Sí, en esta época del año salen a la superficie durante la noche y, cuando hay luna, la luz se refleja en sus escamas<br />

dándoles ese aspecto —explicó Kate con un débil temblor en la voz—. Son un poco raros, un amigo de mi abuelo trajo un<br />

par de ellos hace muchos años y ahora los hay a centenares.<br />

—¡Es precioso! —dijo William con una expresión mezcla de fascinación y tristeza—. ¡Tanto tiempo en este mundo y<br />

nunca había visto algo así! —dijo para sí mismo.<br />

Kate arqueó las cejas, preguntándose a qué se referiría con lo de tanto tiempo en este mundo, porque no aparentaba más<br />

de veintiuno o veintidós años.<br />

—Esto no es nada, después de medianoche habrá muchos más —dijo ella a media voz.<br />

—Debe de ser todo un espectáculo.<br />

—Sí, lo es. —Hubo una pausa incómoda—. Puedes quedarte si quieres y… verlos un rato. Merece la pena —sugirió<br />

vacilante.<br />

William se volvió para mirarla a los ojos, con la esperanza de que ella no advirtiera lo difícil que le resultaba<br />

observarla como si le fuera indiferente.<br />

—¿Tú quieres que me quede?<br />

Kate desvió la mirada.<br />

—No… bueno, sí, solo si a ti te apetece, claro —repuso con la voz entrecortada—. Porque… puede que no quieras…<br />

porque… no sé, puede que haya alguien esperándote. —Inspiró hondo, intentando recuperar el aliento y un poco de<br />

dignidad.<br />

—Nadie me espera —respondió él muy serio, aunque sus ojos la contemplaban risueños. Alzó el rostro para contemplar<br />

el cielo estrellado y la luna incidió directamente en su cara—. Acepto tu invitación —dijo sin más.<br />

Kate asintió, aún contenía la respiración y soltó el aire de golpe ante el primer síntoma de asfixia.<br />

—¿Quieres entrar en casa o que nos sentemos en la galería? Desde allí las vistas…<br />

—Prefiero quedarme aquí, si no te importa —contestó interrumpiéndola. Al menos, el aire fresco haría más soportable<br />

el olor de su sangre. Un aroma que no se parecía a ningún otro que hubiera conocido. Un aroma que abrasaba su garganta<br />

como si de un sorbo de lava se tratara.<br />

—No, claro que no me importa… Iré a cambiarme de ropa, así podré devolverte tu chaqueta —dijo ella algo vacilante,<br />

mientras señalaba con torpeza la casa.<br />

—De acuerdo. Estaré por aquí —aceptó con una leve sonrisa.<br />

Kate tardó unos segundos en reaccionar. Aún estaba sorprendida de que quisiera quedarse, y no dejaba de preguntarse<br />

por qué querría hacerlo. La trataba con indiferencia, incluso había apreciado en su rostro algún que otro gesto tenso y<br />

exasperado cuando conversaban; si bien era él el que se había acercado a ella en la fiesta. Sacudió la cabeza para<br />

despejarse, si seguía dándole vueltas, acabaría volviéndose loca.<br />

Entró en la casa como un rayo y fue directamente a la cocina.<br />

—Abuela, William va a quedarse un rato para ver los peces, ¿te importa si le acompaño?<br />

—No, por supuesto que no. Esto ya está terminado —contestó mientras vertía sirope en un cuenco—. Pero dime una<br />

cosa. —Se giró con una sonrisa traviesa, estudiando con atención el rostro de su nieta—. ¿Por qué no me dijiste que salías<br />

con un chico tan guapo?<br />

—No salgo con él —negó con impaciencia.

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