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—Por supuesto, se la daré. No tardaremos, lo prometo.<br />

Casi toda la familia se encontraba en la cocina terminando de desayunar. Daniel y Rachel leían el periódico con una<br />

taza de café en las manos, April, entre ellos, apuraba una tostada e intentaba que su padre le dejara la sección de<br />

pasatiempos y Carter, despatarrado en el sillón, tomaba un tazón de cereales con la vista clavada en un programa sobre<br />

coches de carreras.<br />

La pareja entró en la cocina, cogida de la mano.<br />

—¡Familia! —exclamó Evan con entusiasmo—. Quiero presentaros a Jill.<br />

Jill saludó con la mano, colorada hasta las orejas.<br />

—Ese de ahí es Carter —dijo Evan, señalando a su hermano con el dedo. Carter emitió un sonido gutural con la boca<br />

llena de cereales, que se parecía ligeramente a un «hola».<br />

—Mi hermanita April.<br />

—Hola, April —saludó Jill.<br />

La niña se levantó de la mesa y corrió al encuentro de la joven, a la que abrazó con cariño. Jill correspondió a su<br />

abrazo, encandilada por lo bonito que era aquel rostro sonriente.<br />

—¿Te vas a casar con Evan? —preguntó April, abriendo sus grandes ojos de par en par.<br />

Jill se quedó estupefacta, la pregunta la había cogido desprevenida.<br />

—Bueno… es… aún es…<br />

—¡April! —la reconvino Rachel—. Será mejor que subas a por tus cosas.<br />

—Me gusta tu pelo —dijo la niña antes de salir corriendo.<br />

—Gracias —respondió Jill con las mejillas arreboladas.<br />

—No le hagas caso, siempre es así —susurró Evan a modo de disculpa—. Y ellos son mis padres: Daniel y Rachel.<br />

—Me alegro de conocerte —dijo Daniel, estrechando su mano con una gran sonrisa—. Evan siempre nos está hablando<br />

de ti.<br />

—¡Bienvenida, Jill! —exclamó Rachel, abrazándola con afecto.<br />

—Gra… gracias —musitó, sobrecogida por el cariño que todos le estaban demostrando.<br />

En ese momento Jared entró en la cocina seguido de William, el vampiro llevaba una pequeña bolsa de viaje al hombro.<br />

—Bueno, a este ya lo conoces —comentó Evan, dando un empujón a su hermano. Jared se revolvió con un gruñido que<br />

dejó a la vista sus dientes, pero inmediatamente esbozó una sonrisa divertida y le devolvió el empujón—. Y también a<br />

William.<br />

William la saludó con una inclinación de cabeza.<br />

—¿Qué tal estás? —preguntó por amabilidad más que por interés.<br />

—Bien, gracias —contestó Jill con la vista clavada en sus ojos. Kate tenía razón, eran como un océano de agua<br />

profunda, donde uno podría perderse para siempre. Su rostro de facciones perfectas esbozaba una leve sonrisa que<br />

iluminaba la estancia, y su cuerpo estaba tan bien proporcionado y definido que hubiera podido servir de inspiración al<br />

mismísimo Miguel Ángel en su escultura de David. «¿Cómo puede este adonis ser tan majadero con Kate? ¡Será idiota!»,<br />

pensó. De pronto se acordó de un pequeño detalle—. Esto es tuyo —dijo, ofreciéndole la chaqueta—. Kate me ha pedido<br />

que te la devuelva y que te dé las gracias.<br />

William se estremeció al oír su nombre. Ya había pasa do algún tiempo desde que la viera por última vez. Tiempo<br />

durante el cual había intentado por todos los medios mantenerse ocupado para no pensar en ella, para no tener que<br />

marcharse de aquel lugar donde había conseguido encontrar algo de paz.<br />

Ayudaba a Rachel en la librería, catalogaba y registraba libros, controlaba las ventas y los pedidos, todo aquello que no<br />

lo obligara a tener contacto con los clientes. Dedicaba parte de su tiempo a estar con los chicos, sobre todo con Shane, con<br />

quien había establecido las bases para una buena relación; le gustaba su compañía y la facilidad con la que hablaban de<br />

cualquier cosa durante horas. El fin de semana, Keyla regresaba de Concord y, durante esas horas, centraba toda su<br />

atención en él, sin darle un minuto de respiro. Así pasaba los días.<br />

Pero las noches eran muy diferentes, cuando todos dormían y él pasaba cada minuto solo. El rostro de Kate se colaba<br />

furtivamente en su cerebro y se negaba a desaparecer. Cerraba los ojos y allí estaba ella, pálida y triste, tal y como la<br />

había dejado aquella noche. Entonces una necesidad crecía en su corazón, deseaba abrazarla y acunarla contra su pecho,<br />

sin más pretensión que sentir su cálida piel.<br />

William cogió la chaqueta, apretándola con fuerza hasta que sus nudillos se pusieron blancos. La tela estaba caliente y<br />

un ligero olor a violetas había impregnado la prenda. Le dedicó una leve sonrisa a Jill y giró sobre sus talones con<br />

intención de marcharse; se detuvo a medio camino y volvió la cabeza.<br />

—Jill —la llamó. La chica lo miró—. Dale las gracias y dile… —dudó durante un segundo si debía terminar la frase—.<br />

No, mejor no le digas nada… solo dale las gracias por devolvérmela.<br />

—Dáselas tú mismo, está ahí fuera. Si es que os referís a la chica que está a punto de sufrir un infarto en el Lexus que<br />

hay aparcado en la entrada —intervino Shane. Había aparecido en la cocina sin que nadie se diera cuenta, y con la mano<br />

extendida se dirigió hasta su tío. Daniel depositó un abultado sobre marrón en ella—. ¿Algún mensaje? —preguntó al<br />

tiempo que guardaba el sobre en la mochila que llevaba al hombro.

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