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Se puso en pie sin dar crédito a lo que acababa de ocurrir, con los ojos desenfocados contempló el cuerpo caído. Se dio<br />

la vuelta con las manos en la cabeza, destrozado, sin saber qué hacer ni a dónde ir.<br />

De repente escuchó una risita contenida. Un brillo de comprensión le iluminó los ojos, aquel perro sarnoso le había<br />

tomado el pelo. Suspiró aliviado y sus labios se curvaron hacia arriba. Dio media vuelta y miró a Daniel tumbado de<br />

espaldas sobre el suelo. Su cuerpo desnudo se convulsionaba por la risa escandalosa que brotaba de su garganta.<br />

La risa de Daniel se transformó en fuertes carcajadas cuando pudo ver, a través de las lágrimas que le enturbiaban los<br />

ojos, el rostro enojado de su amigo. Por más que intentaba controlarse, no podía, y a duras penas fue capaz articular una<br />

disculpa.<br />

—Perdona… perdóname… ¡ay!… me… muero. —Empezaba a sentir un dolor agudo en el costado—. Si te hubieras<br />

visto la cara. —Levantó una mano temblorosa—. ¡Vamos, William, ayúdame, me estoy quedando helado!<br />

Daniel acababa de cumplir diecisiete años, y ya era mucho más alto y fuerte que sus dos hermanos mayores. Tenía el<br />

pelo azabache plagado de rizos hasta los hombros, y un rostro anguloso en el que destacaban unos ojos grandes y oscuros<br />

que ahora brillaban divertidos.<br />

William cruzó los brazos sobre el pecho sin intención de ofrecerle su ayuda, apretó los dientes esforzándose por parecer<br />

mas enfadado de lo que en realidad estaba, y funcionó. Daniel ya no estaba tan seguro de que la broma hubiera resultado<br />

igual de divertida para William.<br />

—¡Vamos, hombre, no es para tanto! —Se levantó de un salto, sacudiéndose la nieve del pelo—. Puede que me haya<br />

excedido un poco con el final. ¡Pero hoy he conseguido sorprenderte! —exclamó entusiasmado, y se aproximó con su<br />

encantadora sonrisa a William—. Nunca me había acercado tanto sin que te dieras cuenta, y vaya placaje.<br />

El rostro de William mantenía una expresión fría, sus ojos seguían teñidos de rojo y sus labios adoptaron una mueca<br />

siniestra, peligrosa.<br />

«Esto no pinta bien», pensó Daniel.<br />

—¡Está bien, lo siento! —se disculpó en tono aburrido—. Me he sobrepasado con la broma.<br />

William miró fijamente a Daniel, sin parpadear. Un gruñido bajo de advertencia retumbó en su garganta. Paseó su<br />

mirada desafiante sobre él y abrió la boca con un siseo.<br />

—Debería matarte, me has dado un susto de muerte —dijo entre dientes. El tono de su voz era duro, tan duro como su<br />

mirada—. Creí que estabas muerto. ¡Por Dios, Daniel! Me dan ganas de… de ... arrancarte la piel a tiras. —Lo aferró por<br />

el cuello, abrazándolo con fuerza mientras le alborotaba el pelo con la mano que le quedaba libre. Su expresión se suavizó<br />

un poco y empezó a reír divertido—. Tienes suerte de ser mi mejor amigo porque, si no lo fueras, ahora estaría<br />

escondiendo tu cadáver en un profundo agujero.<br />

—Dirás tu único amigo —replicó Daniel, intentando soltarse, y su sonrisa se ensanchó.<br />

—¿De verdad estás bien? A veces me cuesta controlar mi fuerza, sobre todo cuando un hombre lobo intenta destrozarme<br />

la garganta.<br />

—Tranquilo, estoy bien. Solo tengo un par de costillas magulladas. —Se palpó el costado, justo donde asomaba un gran<br />

moratón—. En unos minutos habrá desaparecido. Mi cuerpo puede regenerarse, ¿recuerdas? —dijo con una sonrisa<br />

amable al ver el gesto de culpabilidad de William.<br />

El vampiro le devolvió la sonrisa y le dio una palmada en el hombro.<br />

—Busquemos tus ropas.<br />

Caminaron en silencio durante un rato.<br />

William iba absorto en sus propios pensamientos, sus labios se habían convertido en una fina línea y el entrecejo<br />

fruncido marcaba con profundas arrugas su pálida frente.<br />

Daniel lo observaba con miradas fugaces, era evidente que aquello que le rondaba por la cabeza lo tenía muy<br />

preocupado. Guardó silencio, no quería entrometerse con preguntas indiscretas y sabía que, antes o después, acabaría<br />

contándole aquello que lo inquietaba. No hacía mucho tiempo que conocía al vampiro, pero ya sabía casi todo lo que se<br />

podía saber de él.<br />

William había nacido en 1838 en Irlanda, en un pequeño pueblo costero llamado Waterford. Era el único hijo de Aileen<br />

Farrell, una joven profesora de música que había quedado viuda antes de que él naciera.<br />

Cuando William aún era muy pequeño, apareció en sus vidas Sebastian Crain, un noble inglés cuya misteriosa y<br />

atractiva personalidad, unida a su enorme fortuna, lo habían convertido en una de las personas más ricas e influyentes de<br />

Inglaterra. No le costó mucho convencer a Aileen para que se trasladara con él a su palacio. La contrató como institutriz<br />

de su hija Marie, una jovencita de la misma edad que William, a la que había acogido cuando quedó huérfana.<br />

Nadie se sorprendió cuando Sebastian se casó con Aileen y adoptó a William, el amor que sentía por ellos había sido<br />

manifiesto desde el primer día. Todos hablaban de cómo el joven aristócrata había vuelto a la vida al conocer a su<br />

flamante esposa, y de la hermosa familia que formaban; incluido Robert, el hijo que Sebastian había tenido con su<br />

primera esposa, un muchacho solitario y temperamental que acogió a William como a un verdadero hermano,<br />

protegiéndolo, incluso en exceso, de todo y de todos.<br />

Entonces ocurrió.<br />

Era la Nochevieja de 1857, y también el día en el que William cumplía diecinueve años. Todo estaba preparado para la<br />

cena. Aileen y Marie correteaban alrededor de la mesa colocando los últimos detalles, mientras Robert y Sebastian<br />

conversaban al lado de la chimenea, haciendo planes para la siguiente cacería. El único que parecía ajeno a todo aquello

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