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—Entonces, hazme compañía. No me gusta desayunar sola —confesó mientras empujaba la puerta y se apartaba para que<br />
él pudiera pasar.<br />
Apenas había puesto un pie dentro, cuando una corriente de aire lo golpeó en plena cara. De repente se puso tenso y su<br />
respiración se convirtió en un jadeo; un intenso olor a sangre llegó hasta él colmando sus sentidos. Sus ojos volaron en<br />
dirección a la cocina y se encontraron con Martha, asustada, que venía hacía ellos con la mano envuelta en un paño y una<br />
mueca de dolor.<br />
—¡Martha! —exclamó Alice.<br />
William no podía apartar los ojos de la mano ensangrentada. Su instinto depredador surgió desde lo más profundo de su<br />
pecho, luchando para que lo liberara.<br />
—Abuela, he oído el timbre —la voz de Kate descendió por la escalera.<br />
Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio a William en la puerta, e inmediatamente se posaron en el paño empapado<br />
de sangre que sostenía Martha.<br />
—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? —Corrió hacia Martha—. Deja que vea la herida.<br />
—Se… se me escapó el cuchillo mientras cortaba la carne —contestó la mujer muy nerviosa.<br />
—Ha dejado de sangrar, pero es muy grande y vas a necesitar puntos.<br />
—¿Estás segura? —preguntó Martha con tono aprensivo.<br />
Kate asintió, frunciendo los labios, la herida era profunda.<br />
La idea de arrebatarle la vida a la Martha mientras se alimentaba de ella empezó a tomar forma en la mente de William.<br />
La imagen de la sangre goteando era demasiado para él, y estaba causando estragos en su concentración. Logró apartar los<br />
ojos de la herida y se giró a tiempo de que nadie viera cómo se convertían en dos rubíes envueltos en fuego. Salió como un<br />
rayo en busca de aire, se alejó unos metros y dobló su cuerpo hacia delante con las manos en las rodillas, como si quisiera<br />
vomitar. No había placer comparable a tomar la sangre directamente de un humano: perforar con los dientes la suave piel,<br />
sentir el líquido caliente vertiéndose en la boca a la temperatura perfecta. Él lo sabía, lo había sentido una sola vez,<br />
suficiente para que su cuerpo le exigiera más.<br />
Kate corrió en su busca.<br />
—¿Te encuentras bien? —preguntó tras él, sin atreverse a acercarse.<br />
William asintió. Se irguió por completo y dio un par de pasos alejándose de ella, podía oler las manchas de sangre en<br />
sus manos.<br />
—Eres de los que te mareas con la sangre, ¿verdad? —inquirió preocupada.<br />
William volvió a asentir con la cabeza.<br />
—Creo que es mejor que me marche —consiguió decir, haciendo un gran esfuerzo para mantener el deseo bajo control.<br />
—¡Pero habrás venido por algún motivo! —exclamó Kate—. ¿Necesitas algo?<br />
—Solo quería asegurarme de que estás bien, en casa todos están bastante preocupados por lo que ocurrió ayer —<br />
contestó William, girándose lentamente hacia ella.<br />
—Kate —Alice la llamaba desde la entrada—. Voy acompañar a Martha al hospital, ¿estarás bien?<br />
—Sí, tranquila, estaré bien —contestó sin apartar los ojos de William.<br />
—Si necesitas algo solo tienes que…<br />
—¡Estaré bien! —repitió un poco impaciente. Alzó la mano a modo de despedida y se acercó un poco más al chico,<br />
inclinándose para captar su atención—. ¿Por qué no vienes a sentarte un rato?<br />
William ladeó la cabeza y sus ojos se detuvieron en las manos de Kate. Ella se percató de que las llevaba manchadas y<br />
rápidamente las escondió tras su espalda.<br />
—Haré una cosa. Iré a casa y limpiaré todo lo que se haya manchado. Así podrás entrar sin sentirte mal, ¿vale?<br />
—Otro día, ahora…<br />
—Por favor, quédate un rato, hay algo que me gustaría enseñarte. —Lo miró con una súplica en sus profundos ojos<br />
verdes—. ¡Por favor!<br />
William se giró por completo hasta quedar frente a ella, que parecía ignorar totalmente su agitación.<br />
—De acuerdo —aceptó finalmente. Era incapaz de negarse y causarle desdicha. La sonrisa de felicidad que reflejaba su<br />
cara bien merecía la tortura que él iba a sufrir en los minutos siguientes.<br />
—¡Genial! Solo tardaré un par de minutos —dijo sin poder disimular la alegría, y corrió a la casa con su larga melena<br />
ondeando al viento.<br />
William entró en la casa al cabo de unos minutos, donde un intenso olor a lejía y ambientador hacía el ambiente<br />
irrespirable; en aquel momento lo prefería mil veces al olor de la sangre. Siguió a Kate escaleras arriba, hasta su<br />
dormitorio. Se quedó en el umbral de la puerta y desde allí le echó un vistazo al cuarto. Había una cómoda de grandes<br />
cajones, con un espejo repleto de fotografías alrededor del marco. Reconoció el rostro de Jill en algunas. En otras una<br />
mujer de pelo color miel, con una sonrisa idéntica a la de Kate, saludaba a la cámara. William pensó, por la edad que<br />
aparentaba, que debía de ser Jane, su hermana.<br />
Sentía verdadera curiosidad por aquel espació que solo era de ella. Había una estantería repleta de libros, un sillón<br />
tapizado con un horrible estampado de cuadros semioculto bajo un montón de ropa. La cama estaba sin hacer, con las<br />
sábanas blancas colgando por un lado. En la mesita de noche encontró una pila de libros y, sobre ellos, unas gafas. Se la<br />
imaginó leyendo entre aquellos almohadones, con las gafas en la punta de la nariz, y se le escapó una sonrisa. Por último,