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William enderezó la espalda y giró el rostro para mirarla fijamente. No dijo nada, pero su expresión dejaba claro que no<br />
entendía a qué se refería Kate.<br />
—Ahí es donde se interrumpió nuestra conversación. Ahora quiero terminarla —aclaró, tragando saliva. William se<br />
levantó, estaban frente a frente con la cama separándolos. Su nerviosismo aumentó y tuvo la sensación de que el latido de<br />
su corazón podía escucharse en todos los rincones de la casa—. Bien, ¿cuál es tu secreto?<br />
William la miró con los ojos entornados y no pudo evitar recorrerla de arriba abajo. Estaba tan hermosa que afectaba a<br />
su control.<br />
—Has podido verlo por ti misma —respondió.<br />
—Quiero oírtelo decir. Para que no haya malos entendidos y pueda dejar de pensar que he perdido el juicio —replicó.<br />
Él seguía observándola, con aquella mirada fría y distante que la hacia sentirse tan insegura—. ¡Me lo debes! —su voz<br />
sonó firme y autoritaria, a pesar de que por dentro estaba a punto de desmoronarse.<br />
—Soy un vampiro —dijo sin apartar su mirada gélida de la de ella.<br />
—¿Y qué son los Solomon?<br />
—Licántropos.<br />
—¿Quieres decir que son… hombres-lobo?<br />
William asintió, todo en él era desafiante: el hielo de sus ojos, la tensión de su cuerpo, la enorme sombra que<br />
proyectaba sobre ella.<br />
—¿Cuántos años tienes?<br />
—Nací en 1838.<br />
—Eso son… —trató de calcular mentalmente, pero los nervios no la dejaban pensar.<br />
—Ciento setenta y cuatro —dijo William, adivinando su pensamiento.<br />
Kate se puso pálida y sus ojos se abrieron como platos.<br />
—¿Siempre has sido así?<br />
—No, el día que cumplía diecinueve años, un grupo de vampiros atacó a mi familia. Uno de ellos nos mordió a mi<br />
hermana y a mí.<br />
—¿La chica pelirroja?<br />
William asintió.<br />
—Se llama Marie.<br />
Kate se sentía cada vez más aturdida. Avanzó hasta la cama y se sentó en el borde, consciente de que él no dejaba de<br />
mirarla.<br />
—¿Te alimentas de personas, bebes su sangre? —inquirió sin poder evitar que su voz reflejara repulsión.<br />
—No de la forma que estás imaginando —contestó con una amarga frialdad, sintiendo asco de sí mismo cuando ella se<br />
encogió ante el sonido de su voz—. Si tienes dinero, no es difícil conseguirla: centros de donantes, laboratorios…<br />
Investigamos la sangre clonada para autoabastecernos en un futuro. Pero la de los animales también sirve, al menos para<br />
mantenerme vivo.<br />
De repente sintió la garganta seca, no se había dado cuenta de lo sediento que estaba hasta que había nombrado la<br />
sangre.<br />
—¿Has mordido a alguien? —preguntó ella con voz temblorosa.<br />
—Sí, una sola vez.<br />
—¿A quién?<br />
—La conociste en el parque —contestó con voz cansada.<br />
Kate pensó en Amelia, la esposa de William, y esa idea le provocó un dolor intenso en el pecho. Reconoció<br />
inmediatamente la punzada de los celos, y la curiosidad se adueñó de ella. Quería saber, anhelaba saber, debía saber. De<br />
repente se dio cuenta de un detalle.<br />
—¡El de la fotografía eras tú! —exclamó.<br />
—Sí —respondió sin más.<br />
Kate escondió el rostro entre las manos, después las deslizó por su pelo y lo recogió por detrás de las orejas. Suspiró<br />
con angustia.<br />
—Yo… necesito conocerte, saber cosas sobre ti, tu vida. Si no… no crea que pueda con todo esto.<br />
William se quedó de piedra. Llevaba toda la noche aguardando el momento en el que ella saldría corriendo y gritando<br />
aterrada, suplicándole que no volviera a acercarse a ella; pero que le preguntara por su vida era algo que no esperaba.<br />
Kate interpretó su silencio y su sorpresa como una negación; y continuó hablando en tono suplicante, con las lágrimas<br />
brillando en sus pestañas.<br />
—Tengo que saber. ¡No puedo comprender todo esto así, sin más!<br />
William seguía de pie, inmóvil, sin dejar de mirarla. Tenía el rostro tenso y marcado por unas grandes ojeras. Los<br />
suaves sonidos de la noche llegaban con claridad hasta sus oídos: las voces de los grillos, pequeños ratones, aves<br />
nocturnas moviéndose entre los árboles, y varias presencias que erizaban su piel por puro instinto. Se acercó a la ventana y<br />
observó. Ningún ojo humano hubiera podido verlos, pero para él eran tan claros como el día. Reconoció a dos de los<br />
licántropos que había conocido en Boston y aquello lo reconfortó; Samuel había regresado.<br />
—¿Por dónde quieres que empiece? —preguntó sin ninguna emoción.