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Anthony inició lo que parecía una protesta, pero Andrew levantó una mano exigiendo silencio al tiempo que lo<br />

fulminaba con la mirada. Anthony se retiró a un rincón, sabía que era mejor no cruzarse en el camino de su hermano cuando<br />

se desquiciaba de esa manera.<br />

—Tu padre ha traicionado a su pueblo —dijo Andrew—. Nos obliga a vivir escondidos ignorando nuestra auténtica<br />

naturaleza, y persigue y asesina a todo aquel que no está de acuerdo con su idílico mundo. Los vampiros nos alimentamos<br />

de sangre, y eso es un hecho. Osos, ovejas, hasta ratas; he comido de todo, te lo aseguro —admitió sin reservas—. Pero la<br />

única que calma nuestra sed y nos mantiene fuertes es la humana, la de los animales únicamente nos permite seguir vivos.<br />

—Y está claro que para ti no es suficiente —intervino William con desprecio.<br />

—Por supuesto que no —aseguró rotundo—. Somos depredadores, y ellos nuestras presas. —Se acercó de nuevo a<br />

Amelia, se colocó tras ella y le acarició el pelo con lentitud—. Somos lo que somos, William, y aunque tu padre se<br />

empeñe en fingir lo contrario, hay cosas que nunca podrá cambiar.<br />

—Por primera vez estoy de acuerdo contigo. Eres un asesino al igual que todos los que piensan como tú, y eso nunca<br />

podrá cambiar.<br />

Andrew soltó un bufido cargado de odio.<br />

—No estoy aquí para convencerte de nada, el sueño de tu padre se desvanecerá. Sé que hay muchos que lo apoyan y<br />

confían en ese mañana que promete, pero cada vez somos más los que queremos volver a los viejos tiempos; y<br />

encontraremos la forma, no lo dudes. Y como si Dios atendiera mis súplicas, te cruzas en mi camino, dándome la<br />

oportunidad de golpear a Sebastian donde más le duele.<br />

Los dos vampiros que acompañaban a Andrew se habían adelantado desde sus posiciones, y ahora estaban a pocos<br />

pasos de este, uno a cada lado.<br />

Andrew guardó silencio durante unos segundos, seguía manoseando el cabello de Amelia, disfrutando de la rabia que<br />

ese gesto despertaba en William. Deslizó la mano entre su pelo, rozándole la nuca con las yemas de los dedos, y recorrió<br />

el contorno de su cuello hasta la garganta.<br />

Ella no se movió, tenía la mirada perdida y carente de toda vida, como si su alma hubiera abandonado el cuerpo. Ahogó<br />

un gemido cuando aquellos dedos fríos la estrangularon sin apenas dejarla respirar.<br />

—Tienes razón en algo, William, soy un asesino y voy a disfrutar quitándole la vida a tu esposa. Pero antes quiero que<br />

observes cómo mi hermano se divierte con ella. La desea. ¿No te has dado cuenta de cómo la mira? —señaló de forma vil.<br />

—¡No te atrevas! —gritó William, angustiado.<br />

Andrew apretó un poco más el cuello de Amelia.<br />

—Quieto, joven Crain, o puede que se me ocurra algo mucho peor.<br />

—Suéltala y haz conmigo lo que quieras —suplicó William. Cayó de rodillas al suelo y, escondiendo la cara entre las<br />

manos, se rindió desesperado—. Por favor.<br />

—¡Por supuesto que haré contigo lo que quiera! Voy a pedirle a Sean que te arranque la cabeza y después se la enviaré a<br />

tu padre con unas bonitas flores y una nota de condolencia. Lo único que lamento es no poder ver su cara cuando reciba mi<br />

pequeño obsequio. —Soltó una carcajada diabólica y miró a William con odio—. Acabemos cuanto antes.<br />

Amelia estaba a punto de desmayarse por la falta de aire, el vampiro lo notó al oír sus bajas pulsaciones y aflojó la<br />

presión sobre su cuello.<br />

—Por favor, Anthony, cuida de la dama —continuó Andrew sin molestarse en disimular lo mucho que disfrutaba con<br />

todo aquello—. ¡Ah, y no olvides comportarte como un caballero!<br />

Andrew empujó a Amelia en la espalda, y Anthony rompió a reír mientras abría los brazos para recibirla.<br />

—¡No! —gritó William. Se levantó de un salto y se lanzó a por ella, pero Sean fue más rápido y sus brazos lo sujetaron<br />

con una fuerza extraordinaria.<br />

—Sean, encárgate de él —ordenó Andrew.<br />

Entonces, todo ocurrió muy deprisa. Dos de las ventanas del salón saltaron en mil pedazos, a la vez que la puerta de<br />

entrada salía despedida y se estrellaba contra la pared. Tres figuras irrumpieron en la sala a gran velocidad, cogiendo a<br />

los vampiros desprevenidos. La primera, un enorme lobo de pelo gris, embistió a Anthony lanzándolo a través de la<br />

habitación con tanta rapidez que este ni siquiera tuvo tiempo de rozar a Amelia con los dedos. La segunda, de un color gris<br />

plateado, apresó con sus mandíbulas uno de los brazos del tipo que sujetaba a William, quien consiguió zafarse<br />

aprovechando la confusión. La tercera, negra como la noche y de mayor tamaño, enfrentó a Andrew.<br />

William corrió hasta donde se encontraba Amelia, la cogió en brazos y la llevó a una esquina, parapetándola con su<br />

cuerpo.<br />

—No te preocupes —dijo él, tomándole el rostro entre las manos—, nadie va a hacerte daño. —La besó fugazmente y<br />

se giró mientras abría los brazos, intentando ocultarla tras él. Y le advirtió—: Será mejor que cierres los ojos.<br />

Ella no escuchó una sola palabra, ni sintió el contacto de sus labios. Respiraba tan deprisa que jadeaba ruidosamente, y<br />

un brillo desquiciado apareció en su mirada. La delgada línea que separaba su sano juicio de la locura estaba a punto de<br />

desaparecer. Las criaturas que habían surgido de la nada parecían lobos, pero solo lo parecían, porque su tamaño era<br />

descomunal y sus ojos amarillos reflejaban una inteligencia demasiado racional para un simple animal. Aunque lo que más<br />

aterrorizaba a Amelia era la actitud de William. No estaba asustado, ni siquiera sorprendido, al contrario, se sentía<br />

aliviado por su presencia.<br />

El sonido de las dentelladas y de los golpes invadió la casa. Y, unos minutos después, los cuerpos decapitados de

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