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—¿Es un zafiro?<br />

—¡Sí! —asintió con una sonrisa de oreja a oreja—. El sábado por la noche me invitó a cenar y… fue tan romántico —<br />

suspiró.<br />

—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? ¿Cinco semanas? —inquirió en tono irónico.<br />

—Cinco semanas y cinco días, exactamente —dijo Jill encantada.<br />

—¿Y no crees que es un poco pronto para esa clase de regalos?<br />

—¡Vamos, Kate, no me lo estropees! —se quejó con un mohín—. Deberías ser más impulsiva y menos racional, te iría<br />

mucho mejor —aseguró, clavando su vista en ella—. ¿Es nueva?<br />

—¿Qué? —consultó Kate sin saber a qué se refería.<br />

—La chaqueta, ¿es nueva? Nunca te la había visto —aclaró.<br />

Kate bajó los ojos hasta la prenda que había cogido un rato antes de su habitación y soltó un bufido de disgusto.<br />

—No es mía.<br />

Jill la miró con gesto interrogante.<br />

—William me la prestó la noche de la fiesta. Aún no he tenido ocasión de devolvérsela —le explicó—. La he cogido sin<br />

darme cuenta.<br />

—No habéis vuelto a veros, ¿verdad?<br />

—No desde el encuentro en la cafetería, y me encantaría no volver a verle nunca más. Con suerte, ya se habrá marchado<br />

de Heaven Falls —dijo con desdén.<br />

—Lo cierto es que… sigue por aquí —comentó Jill—. Bueno, en parte está bien que no se haya ido, podrás devolverle<br />

la chaqueta. No sé… ahora, por ejemplo —sugirió como quien no quiere la cosa.<br />

Kate dio un respingo y sus ojos se abrieron como platos. Sintió que se mareaba y las piernas comenzaron a temblarle.<br />

—¿Ahora? —preguntó ansiosa.<br />

—Le prometí a Evan que pasaría a buscarle —admitió, sintiéndose un poco culpable por no haberle dicho nada antes.<br />

—¡Jill, no me hagas esto! No, no quiero ver a William. No me soporta y no pienso darle otra oportunidad para que me<br />

desprecie —protestó con el gesto de un gatito abandonado.<br />

—Por eso debes venir. Que vea que no te escondes, que te importa un bledo lo que piense de ti —replicó molesta—.<br />

¿Quién se cree que es?<br />

—Pero es que… sí que me importa lo que piense de mí y si vuelve a ignorarme con ese desprecio, yo misma cavaré un<br />

agujero y enterraré la cabeza en él —susurró tapándose la cara con las manos.<br />

—No seas melodramática, solo es un chico, uno más. ¡Que le den! —replicó, dando un golpe al volante con el puño, e<br />

inmediatamente lo agitó con una mueca de dolor—. ¡Ay!<br />

Kate resopló y se hundió en el asiento mientras el color abandonaba su rostro. Lo último que quería en ese momento era<br />

volver a encontrarse con William y, por lo visto, tenía muchas posibilidades de que eso ocurriera.<br />

Cuando llegaron a casa de los Solomon, Evan esperaba junto a la entrada. Se acercó al coche con una enorme sonrisa y<br />

abrió la puerta de Jill ofreciéndole la mano para ayudarla a descender. Una vez fuera, la abrazó con ternura y la besó en<br />

los labios.<br />

—Hola —susurró Jill con un guiño tierno.<br />

—Hola —contestó él con el mismo sentimiento—. ¡Hola, Kate! —saludó al percatarse de la presencia de la chica en el<br />

coche.<br />

Kate levantó la mano a modo de saludo y permaneció quieta, intentando fundirse con el asiento. Quería marcharse de allí<br />

cuanto antes. Aún se le encogía el estómago cada vez que recordaba la noche que William la acompañó a casa o la<br />

espantada en la cafetería.<br />

—Jill, me gustaría presentarte a mi familia —dijo Evan.<br />

—¿Hoy?<br />

—Sí, les he dicho que venías hasta aquí y están deseando conocerte.<br />

—¡No me pidas eso, me moriré de vergüenza! —rogó Jill, tapándose el rostro con las manos.<br />

—No te preocupes, yo también estoy nervioso —reconoció algo turbado—. Eres la primera chica que invito a casa.<br />

—¿De verdad? —preguntó, sorprendida.<br />

Evan asintió.<br />

—Ya te dije que para mí eres muy especial.<br />

Jill guardó silencio unos segundos, dudando, al final no pudo resistirse a la tierna mirada de su chico.<br />

—Me encantará conocer a tu familia —dijo ella, armándose de valor.<br />

El rostro de Evan se iluminó y la cogió con fuerza de la mano.<br />

—Kate, ¿por qué no vienes tú también? —la invitó él con una sonrisa.<br />

—No, gracias, es mejor que vayáis solos. Es algo demasiado personal —se disculpó, forzando una sonrisa.<br />

La idea de entrar en aquella casa le provocaba espasmos en el estómago.<br />

—Como quieras.<br />

Jill la miró preocupada, sintiéndose muy culpable por la situación.<br />

—Tranquila, no te preocupes. Ve con él, yo os esperaré aquí. Ah, una cosa, ¿te importaría devolvérsela? — le preguntó<br />

con voz suplicante, y le pasó la chaqueta.

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