Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Anthony y Sean ardían en la chimenea.<br />
Los tres lobos alzaron la cabeza lanzando un aullido salvaje y estremecedor, y comenzaron a cambiar de forma.<br />
Amelia se tapó los oídos en un intento por impedir que aquel sonido feroz penetrara en su cerebro. Luchó por<br />
mantenerse en pie, pero las piernas se le doblaban como si fueran de mantequilla. Su rostro se había desdibujado hasta<br />
convertirse en un reflejo demente del horror que estaba contemplando.<br />
Los lobos desaparecieron y, en su lugar, surgieron los cuerpos tensos y sudorosos de tres hombres. Incluso en el estado<br />
caótico en que se encontraba, Amelia reconoció a los hermanos Solomon. A ella siempre le habían caído bien; pero, ahora,<br />
ya nada importaba. Aquellas personas a las que creía conocer no existían, sus vidas solo eran el telón que ocultaba una<br />
oscura y monstruosa realidad. Eran una aberración, demonios escapados del infierno; al igual que William. Se estremeció,<br />
pero esta vez por el asco que le contraía la boca del estomago solo de pensar que lo había besado y acariciado.<br />
Los hermanos Solomon ocuparon posiciones frente al vampiro que quedaba con vida. Daniel miró por encima de su<br />
hombro a William en busca de heridas.<br />
—¿Estás bien?<br />
—Sí.<br />
—¿Y ella?<br />
—No la han tocado, aparecisteis justo a tiempo. Gracias. —Le sonrió agradecido.<br />
—Tardaban demasiado y fui a buscarles. Debimos acudir antes —dijo en tono de disculpa.<br />
William seguía con los brazos extendidos de forma protectora sobre Amelia. Deseaba con impaciencia que toda aquella<br />
pesadilla terminara de una vez. Entonces, trataría de explicarle la verdad.<br />
—Está bien, terminemos con esto—dijo William. Su rostro estaba carente de expresión, su piel parecía más pálida que<br />
nunca; solo los ojos, del color de la sangre, anunciaban la implacable tormenta que se formaba en su interior.<br />
Avanzó con paso felino hacia Andrew, que intentó retroceder. Lo agarró por el cuello y, con una fuerza sobrenatural, lo<br />
levantó en el aire, aplastándolo contra la pared.<br />
—Has entrado en mi casa alterando la tranquilidad de mi hogar, mis amigos han tenido que arriesgar sus vidas para<br />
salvar la mía, y has amenazado a mi esposa. Le has causado un sufrimiento que no podrás compensar en toda tu mísera<br />
existencia. —Hizo una mueca de desprecio—. ¡Mírala! —gritó.<br />
Andrew desvió la vista hacia ella y por primera vez en su vida sintió miedo, miedo de aquel joven que lo aferraba por<br />
la garganta con un odio intenso. Podía sentir el poder que encerraba el vampiro, emergiendo como un aura oscura que<br />
doblegaba su voluntad.<br />
William también posó sus ojos en ella y lo que vio lo dejó paralizado.<br />
Amelia estaba encogida en el suelo. El pelo despeinado le confería una expresión desquiciada a su rostro bañado por<br />
las lágrimas, y sus ojos enrojecidos e inyectados en sangre lo miraban con terror.<br />
—Amelia —la llamó.<br />
Daniel y sus hermanos también la observaron preocupados.<br />
Andrew sintió cómo la presión de su cuello se aflojaba, percibió la contrariedad de William y aprovechó ese segundo.<br />
Con un movimiento rápido y preciso, propinó un fuerte empujón a William, consiguiendo que este lo soltara y cayera de<br />
espaldas. Logró llegar al hueco de una de las ventanas rotas y escapó.<br />
Los licántropos se lanzaron tras el proscrito y se perdieron en la oscuridad, mientras el eco de sus gruñidos aún<br />
resonaba en la casa.<br />
Amelia gritaba como una posesa, moviendo la cabeza de un lado a otro, intentando borrar cada imagen de su cabeza.<br />
William se acercó para abrazarla, pero ella empezó a patear el aire a la vez que retrocedía en vano, porque la pared se lo<br />
impedía.<br />
—¡No te acerques, no quiero que te acerques! —chilló enloquecida.<br />
—Amelia, soy yo.<br />
—¡No, tú eres un monstruo! —gritó, sacudiendo la cabeza compulsivamente—. ¡No me toques, no acerques tus<br />
asquerosas manos hacia mí!<br />
William se agachó frente a ella y le tendió la mano.<br />
—Por favor, Amelia, estamos solos, se han ido —rogó destrozado, sin saber qué más decir para tranquilizarla—.<br />
Cálmate y deja que te explique. Te lo suplico.<br />
—No quiero oírte, demonio —le espetó con desprecio y rabia—. Me siento sucia, eres una abominación que debería<br />
estar en el infierno y no entre los vivos. —Se frotó la boca y el cuello como si intentara limpiar alguna mancha—. Siento<br />
asco cada vez que pienso en tus manos sobre mí.<br />
William se retiró, despacio. Aquellas palabras habían calado hondo en su corazón y sintió cómo se partía. Siempre<br />
pensó que el amor que sentían el uno por el otro superaría cualquier dificultad, se había convencido de que ella aceptaría<br />
su naturaleza. Quizá con un poco de reticencia al principio, pero que acabaría por aceptar al ser en el que se había<br />
convertido; simplemente porque le amaba, porque le conocía mejor que nadie, y sabía que era un buen hombre que estaba<br />
loco por ella.<br />
Sentado en el suelo, hundió la cabeza entre las rodillas y dejó escapar un profundo suspiro.<br />
—Entiendo lo duro que debe resultarte, comprender lo que ha sucedido esta noche —arrastraba las palabras casi<br />
susurrándolas. La oyó moverse, pero no alzó los ojos; pensó que ella se sentiría mejor así—. No es fácil aceptar, para mí