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—susurró Kate, y ese pensamiento hizo que se sintiera muy incómoda.<br />

—Hummm… me ha parecido percibir un tonito celoso.<br />

—¡Se acabó, cambiemos de tema!<br />

Jill rió por lo bajo. Volvió al sillón, incapaz de estarse quieta.<br />

—Vale. ¿Y a dónde se dirige?<br />

Kate puso los ojos en blanco. ¡Si eso era cambiar de tema!<br />

—Al lago. Por lo que sé, ha venido a visitar a unos amigos que se han mudado hace poco —respondió mientras su rostro<br />

se contraía con una mueca de dolor, el tobillo le palpitaba con vida propia.<br />

—¿Y qué amigos son esos?<br />

—Evan Solomon, el chico nuevo.<br />

Jill arqueó las cejas y frunció los labios con un mohín.<br />

—Ya, el musculitos. Bueno, no me sorprende, ese también es un poco rarito.<br />

—A mí me parece simpático.<br />

—Si tú lo dices —comentó Jill sin estar muy convencida. De repente se incorporó—. ¿A qué parte del lago? Puede que<br />

tengas a William de vecino.<br />

Kate negó con la cabeza<br />

—Están en Wolf’s Grove. Creo que son los que han comprado la casa de la señora Weiss. ¿Recuerdas cuando íbamos<br />

hasta allí a vender galletas?<br />

Jill asintió y una sonrisa nostálgica se dibujó en su cara.<br />

—Sí, me gustaba esa casa. Pero ninguna puede compararse a la que hay junto a la cascada. Es de ensueño, como un<br />

palacio de cristal —comentó en voz baja. Esa construcción la tenía fascinada.<br />

Unos años antes, un arquitecto muy famoso de Los Ángeles había construido la casa para una chica de la que se había<br />

enamorado. Durante unas vacaciones, la mujer se había encaprichado del lugar, pero apenas vivieron allí unos meses.<br />

Acostumbrada a la ciudad, Whitewater se convirtió en un lugar solitario y asfixiante para ella, y acabó abandonando la<br />

casa y también al hombre. Desde entonces, la vivienda estaba en venta.<br />

—Es bonita —comentó Kate.<br />

—¿Bonita? ¿Solo bonita?<br />

—¿Y qué quieres que diga? ¿Qué es la casa de mis sueños? Ya sabes que lo es, mataría por tenerla. —Suspiró y cerró<br />

los ojos—. Debe resultar imposible no ser feliz en un lugar como ese.<br />

Una sonrisa se dibujó en sus labios al imaginarse dentro de esa casa, y su mente volvió a divagar entre fantasías. Pensó<br />

en William, sentado a la enorme mesa de una cocina espectacular, mientras ella se acomodaba en su regazo con una taza de<br />

café. Él le acariciaba la espalda y le sonreía, para después besarla en el cuello con una mirada que la hacía estremecerse.<br />

Abandonó esos pensamientos y su sonrisa boba en el momento en el que se percató de que Jill la estaba mirando con<br />

demasiada atención.<br />

—¡No, no quiero saber en qué estabas pensando! —exclamó Jill ruborizada, cuando Kate despegó los labios en lo que<br />

parecía un intento por justificarse.

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