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puede conseguir.<br />

Los vampiros estallaron en carcajadas, incluso Sean dibujó una leve sonrisa en su rostro.<br />

—¿Dinero? —preguntó Andrew, sorprendido, meneó la cabeza sin dar crédito—. ¡No sabe nada! Dime, William,<br />

¿cómo has conseguido engañarla? Sé que ese pequeño «detalle» de la luz del sol debe haberte ayudado pero… ¿y todo lo<br />

demás? —Se puso en pie y se acercó a la ventana que tenía justo detrás. Un brillo malévolo cruzó por sus ojos,<br />

reflejándose en el cristal—. Estoy sorprendido, tiene que ser muy difícil aparentar durante tanto tiempo una humanidad de<br />

la que careces. Me parece enfermizo que uno de los nuestros se rebaje tanto para parecerse a un ser tan insignificante. —<br />

Señaló a Amelia con un gesto de desprecio.<br />

William apretó los dientes. «Así no, así no», pensó angustiado. No quería que ella averiguase de ese modo la verdad.<br />

—¡Cállate! —gritó en tono amenazante. Su pecho subía y bajaba agitado por la rabia—. Deja que ella se vaya, esto es<br />

entre nosotros. ¡Amelia, no le escuches! —le rogó.<br />

Los ojos de Amelia iban de un rostro a otro, aquella conversación ya no tenía sentido. Las palabras llegaban a sus oídos,<br />

pero no cobraban forma en su mente. Por el contrario, William sí parecía saber de qué iba todo aquello.<br />

—¿De qué está hablando? —interrogó a su marido.<br />

—No hagas caso de nada, confía en mí. No dejaré que te hagan daño.<br />

—No deberías prometer lo que no puedes cumplir —dijo Anthony, soltando una risita socarrona. Le dedicó un guiño a<br />

Amelia mientras le lanzaba un beso. Detrás de aquella cara infantil se escondía un ser malévolo y perverso.<br />

—¡Entonces, es por ella, la amas de verdad! —exclamó Andrew. Estaba sorprendido por el descubrimiento, porque<br />

desde un principio había supuesto que ella era su sierva, una tapadera para que William pasara desapercibido ante los<br />

humanos; a cambio de algún beneficio, por supuesto. Nunca hubiera imaginado los sentimientos que les unían. Para él, los<br />

humanos eran seres inferiores que le proporcionaban alimento y algún que otro placer, nada más—. Esto sí que tiene<br />

gracia, una humana como compañera —dijo para sí mismo.<br />

—¡Está loco! Nada de lo que dice tiene sentido —estalló Amelia, aterrorizada.<br />

Andrew le tendió la mano con desgana.<br />

—Acércate, querida.<br />

Ella no se movió, pero el asiático la agarró del brazo y la levantó, empujándola hasta donde su jefe mantenía la mano<br />

alzada.<br />

—No la toques —masculló William, apretando los puños.<br />

Los pies de Amelia se enredaron en el bajo de su falda y a punto estuvo de caer, pero unos brazos la sujetaron con<br />

fuerza, sosteniéndola; y negándose a soltarla por el momento. Un frío aliento le recorrió el rostro y se sintió mareada,<br />

apenas había espacio entre su cara y la de él.<br />

—No me había fijado en lo hermosa que eres en realidad —susurró Andrew mientras le rozaba la mejilla con el dorso<br />

de la mano.<br />

—¡Déjala en paz! —William escupió las palabras con rabia, no soportaba ver cómo la tocaba. Sus ojos, que ya no eran<br />

azules sino fríos y oscuros como un rubí, destellaron.<br />

Andrew sonrió con desdén y continuó acariciando el rostro de Amelia, recreándose en cada movimiento. La rodeó hasta<br />

colocarse a su espalda y la abrazó por la cintura apoyando la barbilla sobre su hombro. Posó sus ojos en William,<br />

retándolo con la mirada mientras una sonrisa de suficiencia se dibujaba en su cara.<br />

—Parece que tu querido William tiene algunos secretos que no te ha contado, y eso no está bien, nada bien —su voz<br />

era perversa. Suspiró de forma exagerada a la vez que depositaba un beso en su cuello—. Porque eso me lleva a pensar<br />

que no confía en ti, y que no te quiere lo suficiente para compartir sus secretos contigo.<br />

—Eso no es cierto —musitó William de forma amarga.<br />

Andrew fingió escandalizarse.<br />

—¡Vaya, empiezo a comprender, se siente inseguro! Cree que tu amor no es tan fuerte como para seguir a su lado, si<br />

supieras que él y su asquerosa familia son en realidad vampiros, aparecidos… ¡O como quieras llamarnos! —La soltó con<br />

desdén y bastante irritado.<br />

Amelia no se movió, tenía los ojos cerrados. Intentaba concentrarse en su respiración para no vomitar. Aquellos tipos<br />

estaban locos y los iban a matar; esa idea martilleaba en su cabeza y le revolvía el estómago. Abrió los ojos y vio a<br />

William frente a ella, cabizbajo y con los hombros caídos, parecía derrotado y no lo culpaba. Quiso llamarlo, aunque no<br />

pudo despegar los labios. Entonces, como si hubiera oído sus pensamientos, él alzó la cabeza del suelo, solo un poco, pero<br />

lo suficiente para que pudiera ver aquellas dos pupilas negras rodeadas de un mar de sangre clavadas en el albino. Amelia<br />

se olvidó de respirar, aquel hombre tenía el rostro de William, pero no era su William. No parecía humano, sino un ser<br />

sobrenatural, el más hermoso que jamás había visto, pero también el más aterrador. Y entonces supo que aquellos hombres<br />

no mentían, que la locura que hasta ahora solo formaba parte de los libros y de su imaginación era tan real como ella<br />

misma.<br />

Faltaban pocas horas para el amanecer y Andrew se movía nervioso, estaba cansado de aquel juego de palabras y no<br />

tenía intención de desaprovechar la oportunidad que se le había presentado de improviso. Por culpa de Sebastian Crain, él<br />

y muchos de los suyos eran ahora proscritos. Sus estúpidas leyes iban contra la naturaleza de los vampiros, y todo aquel<br />

que las quebrantaba perecía a manos de sus sicarios. Ahora iba a poder vengarse, arrebatándole lo que más amaba: su<br />

hijo.

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