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CAPÍTULO 13<br />
William se sentó en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, y contempló sus manos cubiertas de sangre. Le<br />
temblaban, con un hormigueo que comenzaba a ascender hasta sus hombros. Últimamente, siempre que perdía el control y<br />
dejaba salir al asesino que llevaba dentro, ese picor aparecía. Era como si su cuerpo protestara al verse de nuevo<br />
encarcelado bajo el poder de su mente.<br />
Trató de ignorar aquella sensación, y observó cómo Samuel y Shane conversaban entre susurros al otro lado del<br />
callejón. Shane hablaba con rapidez y Samuel asentía muy serio, a la vez que ambos le dedicaban rápidas miradas. Si<br />
prestaba un poco de atención, podía oír la mayor parte del diálogo, en el que su nombre aparecía con demasiada<br />
frecuencia.<br />
Dejó a un lado la conversación por la que no sentía ninguna curiosidad, y se limitó a contemplar cómo el resto de<br />
licántropos decapitaban los cuerpos de los renegados. Unos minutos antes habían desaparecido en la oscuridad, para<br />
volver convertidos en hombres a bordo de una furgoneta negra con el logotipo de una empresa de viajes y deportes de<br />
aventura; vistiendo ropas de color negro y con más aspecto de mercenarios que de monitores de campamento.<br />
—Pobre chica —dijo uno de los lobos, mientras contemplaba el cuerpo de la joven en el suelo—. ¿Cómo lo hacéis? —<br />
preguntó a William.<br />
—¿A qué te refieres? —preguntó él a su vez.<br />
—A cómo conseguís hipnotizar así a los humanos para que hagan todo lo que les pedís sin dudar —contestó con un tono<br />
que dejaba entrever un pequeño atisbo de resquemor.<br />
—No funciona así, y no todos los vampiros tienen el poder de la sugestión.<br />
—¿Tú lo tienes? —preguntó. William se encogió de hombros, sin muchas ganas de hablar—. Pues explícame cómo es,<br />
cómo los hipnotizas.<br />
—No es hipnotismo, ¿vale? Ni siquiera sabría decirte con exactitud lo que es —dijo William muy serio. No era<br />
precisamente el tema del que le apetecía hablar en ese momento, y aquel tipo parecía empeñado en no dejarlo correr.<br />
—Inténtalo, te aseguro que soy más listo de lo que parezco —insistió el licántropo, pero esta vez con una actitud menos<br />
amable.<br />
—Es algo instintivo, un arma… —empezó a decir. El gesto interrogante del lobo le hizo plantearse si de verdad era tan<br />
listo como aseguraba. Suspiró, cansado, y durante un par de segundos pensó en una explicación que el otro pudiera<br />
entender—. Verás, no es un truco que se pueda aprender, ni una actitud que se pueda imitar. Forma parte de nosotros , como<br />
la fuerza o la velocidad y, al igual que estas, se puede controlar. El influjo de nuestra voz o nuestro olor es como un hilo<br />
invisible que atrae a los mortales hasta nosotros.<br />
—¿Y cuántas veces te has aprovechado tú de ese don? —preguntó el licántropo con malicia, bajo la atenta mirada de sus<br />
dos compañeros.<br />
—Bastantes, pero no para lo que imaginas —el tono de William se volvió frío y cortante, y un destello carmesí iluminó<br />
sus ojos durante una fracción de segundo. No iba a tolerar que aquel tipo lo juzgara.<br />
—Ya está bien, chicos, terminad con esos y marchaos —intervino Samuel con cara de pocos amigos. Se sentó junto a<br />
William con las manos entrelazadas sobre las rodillas. No dijo nada y se limitó a contemplar cómo Shane echaba una mano<br />
a los Cazadores que se afanaban en trasladar los cuerpos de los renegados a la furgoneta—. Le he prometido que hablaré<br />
con su padre, trataré de convencerlo para que le permita venir conmigo —dijo al cabo de unos segundos, con los ojos<br />
clavados en su sobrino—. Es un buen chico y le caes bien… quizá podrías enseñarle algo… Llevas muchos años luchando<br />
contra esos asesinos, tu experiencia…<br />
—Dar rodeos nunca ha sido lo tuyo, Sam. ¿Por qué no vas al grano? —replicó William sin poder disimular su<br />
desconfianza, esa no era la actitud que esperaba del mayor de los Solomon.<br />
Ladeó la cabeza y lo miró con ojos inquisidores. No habían vuelto a verse desde aquella noche en la que sus vidas<br />
cambiaron para siempre. Daba por sentado que Samuel sentía una profunda animadversión por él ya que, por su culpa, el<br />
licántropo había perdido el destino que en su nacimiento le había sido negado y que había recuperado cuando ya no tenía<br />
esperanzas. No era algo fácil de olvidar, por ninguna de las dos partes.<br />
—De acuerdo —musitó Samuel, y exhaló de golpe el aire de sus pulmones—. He pasado mucho tiempo deseándote la<br />
muerte, anhelando que fracasaras en tu empeño por cazar a Amelia, para que ni siquiera tuvieras el consuelo de la<br />
redención. De hecho, yo mismo te habría matado si no le hubiera prometido a Daniel que no lo haría. —Hubo un largo<br />
silencio—. Hace poco tuve una revelación que me hizo comprender muchas cosas. Va siendo hora de cerrar las viejas