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desencajada. Subió al coche con rapidez, provocando al entrar una ligera brisa perfumada. William reconoció notas de<br />
pachulí y canela, y un ligero toque de aceite de rosas que enmascaraba el olor propio de su raza.<br />
—Ayer, durante el almuerzo, April le dio un puñetazo a una niña de su clas e. Ese era el director del colegio —explicó<br />
ella con el rostro muy serio.<br />
—¿Por qué iba a hacer algo así? —preguntó William, sorprendido.<br />
Keyla se encogió de hombros.<br />
—Quizá, porque no quería pagar un dólar por usar el baño —contestó.<br />
William trató de contener una risa maliciosa.<br />
—Hablaré con ella esta tarde —suspiró Keyla—. Pero ese gordinflón dice que la expulsará si vuelve a repetirse.<br />
William lanzó una mirada agresiva y despectiva a aquel hombre sudoroso que todavía los contemplaba. «Humanos»,<br />
pensó, molesto.<br />
—No todos son así —comentó Keyla, intuyendo sus pensamientos.<br />
William se limitó a apretar los labios y a poner el coche en marcha, sumergiéndose de nuevo en el tráfico caótico del<br />
centro. Los humanos habían dejado de ser algo familiar para él. Ahora solo veía sus defectos: envidiosos, injustos,<br />
inseguros, traicioneros con sus semejantes… efímeros, algo de lo que no parecían ser conscientes, ya que perdían el poco<br />
tiempo que duraban sus vidas alimentando sus miedos y los de los demás.<br />
—No te he dado las gracias por… la sangre —dijo William al cabo de unos segundos, y las palabras vacilaron en su<br />
garganta.<br />
Se sentía agradecido y, a la vez, cortado. Keyla había sido muy amable consiguiendo esa sangre para él, pero también<br />
había corrido un gran riesgo al robarla. En Europa los vampiros habían conseguido tener sus propios laboratorios y<br />
centros de donantes, que abastecían sin problema toda la demanda. Pero en Norteamérica no había una sociedad vampírica<br />
organizada, no había ningún sistema que se preocupara de sus necesidades; y la sangre humana de calidad, libre de<br />
enfermedades, solo se podía conseguir en el mercado negro, previo pago de grandes sumas con las que acallar las<br />
preguntas.<br />
—No tienes por qué agradecerme nada. Volveré a hacerlo en cuanto necesites más —admitió Keyla, dando un ligero<br />
apretón a la mano de William que reposaba sobre el volante. Lo hizo sin pensar y la retiró al notar cómo se tensaba el<br />
brazo del vampiro.<br />
—No es necesario, en serio, encontraré a alguien que pueda conseguirla en caso de emergencia. Mientras tanto, seguiré<br />
cazando animales.<br />
—De verdad, no me supone ningún problema. Soy yo quien se encarga de analizarla y catalogarla, una simple C en la<br />
bolsa y la hago desaparecer sin preguntas —aclaró, se giró en el asiento y clavó sus grandes ojos en él.<br />
—¿C? —repitió William.<br />
—Sí —asintió Keyla sonriendo—. Contaminada.<br />
—¿Tan sencillo?<br />
—Para mí sí, mi superior está más interesado en la ropa interior de su ayudante que en comprobar si hago bien mi<br />
trabajo.<br />
—Aun así…<br />
—Aun así nada. Deja de darle vueltas —replicó ella, dibujando una sonrisa desprovista de cualquier preocupación.<br />
Alzó la mano y señaló un punto a través del parabrisas—. Ahí es, ya hemos llegado.<br />
El instituto de Heaven Falls era un edificio de ladrillo marrón, repleto de grandes ventanales por los que la luz entraba<br />
iluminando por completo el interior, incluso en los días más grises y lluviosos. Estaba rodeado de césped, con bancos de<br />
madera llenos de alumnos que conversaban aguardando la hora de entrar a clase. Decenas de estudiantes cargados con sus<br />
mochilas llegaban en autobús o en coche, atestando la entrada. Faltaba muy poco para la graduación, y todas las<br />
conversaciones giraban en torno a ese acontecimiento, y a las respuestas que los chicos esperaban recibir de las<br />
universidades.<br />
William descendió del coche e inmediatamente sintió dos profundos aguijonazos sobre los ojos. Ajustó las gafas oscuras<br />
sobre el puente de su nariz y lanzó una rápida y censuradora mirada al cielo despejado. Caminó al encuentro de los<br />
Solomon, con Keyla muy cerca de él, casi se rozaban al andar. Ella despertaba las miradas ansiosas de algunos chicos,<br />
podía leer en los rostros sus pensamientos, eso lo irritó y, con gesto protector, se pegó a ella. Su hombro tras el hombro de<br />
Keyla, marcando su ritmo al andar.<br />
Formaron un pequeño círculo junto al Hummer, conversando para matar el tiempo, tratando de mantenerse ajenos al<br />
interés que despertaban a su alrededor.<br />
Un grupo de chicos, todos con cazadoras azules y blancas, pasaron junto a ellos, mirándolos con descaro y lanzando<br />
algún que otro comentario sarcástico que provocó una cascada de risas maliciosas. Eran del equipo de fútbol, y no les<br />
hacía ninguna gracia que el Nuevo, así era como llamaban a Evan, hubiera desplazado a su quarterback.<br />
Evan les sostuvo la mirada con gesto desafiante, apretando los puños hasta que sus nudillos estuvieron tan blancos como<br />
la pálida piel de William.<br />
—Evan, no debemos llamar la atención, tenemos que parecer normales. Así que nada de meterse en líos, ¿de acuerdo?<br />
—exigió Carter de forma severa. Pasó un brazo alrededor del cuello de su hermano y lo estrechó contra él. Sentía el<br />
esfuerzo que el chico hacía por contenerse y el sordo gruñido que vibraba en su pecho—. ¡Evan!