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unirse. Inmediatamente después, se puso en pie con su habitual sonrisa de suficiencia y apuntó a William con el dedo a<br />

modo de aviso. El vampiro sonrió de forma maliciosa y se encogió de hombros, retándolo con la mirada.<br />

Tras media hora de juego, estaban empatados a falta de un solo punto para ganar. Los lobos resoplaban con fuerza<br />

despojados de sus camisas, el sudor empapaba cada centímetro de su piel, extenuados a causa del esfuerzo del juego y de<br />

la energía que sus cuerpos consumían al regenerarse tras las heridas sufridas.<br />

William no se encontraba mucho mejor. Él no jadeaba a causa de la falta de aire, ni su cuerpo sudaba por el calor; pero<br />

sus fuerzas disminuían cada vez más, el desgaste físico alimentaba su sed y con ella aparecía la debilidad.<br />

—Hola, ¿qué hacéis? —preguntó Keyla. Acababa de aparecer en el porche con un precioso vestido negro y una chaqueta<br />

corta de cuero marrón.<br />

—Vaya, ¿y tú a dónde vas? —curioseó Jared, admirando la belleza de su prima.<br />

—He quedado con William, vamos a salir.<br />

—Pues ahora está un poco ocupado —dijo el chico, señalando con el dedo al grupo que volvía a alinearse para una<br />

nueva jugada, y por sus caras parecían estar pasándolo en grande.<br />

—¿Qué están haciendo? —preguntó Keyla, desconcertada.<br />

—Arreglar sus diferencias —respondió Rachel con un suspiro. Los chicos eran tan competitivos que ahora estaban más<br />

descontrolados que al principio.<br />

Un gruñido y el balón volaba por el aire. Las manos de Shane lo atraparon, lo lanzó hasta la posición de Evan antes de<br />

que Jerome lo abrazara por las caderas y le hiciera rodar por el suelo. Evan solo pudo rozarlo con los dedos, porque en<br />

ese momento Carter lo aferraba por las rodillas haciéndole caer de bruces sobre la hierba. Daniel capturó el balón, corrió<br />

como un rayo llevándose por delante a Evan y a Shane. William surgió de la nada frente a él, como si simplemente se<br />

hubiera materializado allí, con un rugido se lanzó contra el licántropo y ambos cayeron con un golpe sordo y violento.<br />

Todos contuvieron el aire, el choque había sido brutal. De repente, una risa ronca surgió de la garganta de Daniel, que<br />

estaba tendido de espaldas sobre el suelo con William encima. Otra risa dulce y cristalina se unió a la de Daniel. El<br />

vampiro giró su cuerpo sin parar de reír, dejando libre de su peso al licántropo, y permaneció tendido a su lado. Las risas<br />

aumentaron hasta transformarse en fuertes carcajadas. El balón estaba entre ellos hecho pedazos.<br />

Con un movimiento rápido y elegante, William se puso en pie. Ofreció una mano a Daniel y este la aceptó dejando que el<br />

vampiro tirara de él hacia arriba. Se miraron con una disculpa dibujada en el rostro y acabaron fundiéndose en un abrazo.<br />

—Lo siento, hermano —dijo Daniel con sinceridad.<br />

—Yo también lo siento.<br />

William dio gracias de que apenas hubiera gente en Lou’s Cafe. Tras el terapéutico partido, los Solomon habían<br />

organizado una salida familiar para cenar, y él se había visto arrastrado a ir con ellos. Rachel y Keyla, que no se resignaba<br />

a terminar la noche sin su compañía, habían insistido hasta la saciedad y, como siempre, él no había sido capaz de negarse.<br />

El olor de la comida saturaba su sensible olfato. La cebolla rivalizaba con el aroma ácido de los pepinillos y la<br />

mostaza, y con el penetrante perfume que la camarera acababa de ponerse. Probablemente se rociaba con él cada pocos<br />

minutos, tratando de disimular el olor del aceite requemado que impregnaba cada centímetro de su cuerpo.<br />

La puerta se abrió con el estridente sonido de las campanillas, dejando que un poco de aire limpio penetrara en el<br />

interior del viciado local.<br />

Los ojos de William se clavaron en la mesa, se puso tenso y un jadeo inaudible escapó de su garganta. El olor cálido y<br />

dulzón de las tartas de manzana llegó hasta él con un sinuoso serpenteo. Contuvo el aliento sin pensar. Protegiéndose<br />

instintivamente de su presencia, porque ella estaba allí, el sonido de su corazón la delataba. Cerró los ojos durante un<br />

segundo, masajeando con nerviosismo el puente de su nariz. Todo a su alrededor se desvaneció, las voces, los ruidos, las<br />

personas; solo el latido de su corazón y la suave cadencia de sus pasos al acercarse existían para él.<br />

Kate cruzó el largo pasillo que formaban las mesas y la barra y, con cuidado, colocó una caja sobre el mostrador.<br />

—Oh, muchas gracias por traer las tartas, Kate, yo no habría podido ir a por ellas, y con el horno estropeado, adiós al<br />

desayuno —dijo la camarera con una sonrisa cargada de gratitud.<br />

—No te preocupes, Mary, tenía que hacer unas compras —respondió, le temblaba la voz y se sintió incómoda por esa<br />

debilidad. Encontrar allí a William estaba a punto de provocarle un infarto. Lo miró de reojo, seguía con la cabeza<br />

inclinada sobre la mesa, ladeándola de vez en cuando para cruzar alguna palabra con sus amigos. Su aspecto era<br />

impresionante, incluso sentado en aquella mesa de color rosa. De repente sus miradas se encontraron un instante y ambos<br />

desviaron la mirada como si les quemara el contacto.<br />

El olor intenso y picante de la sangre de Kate llegó hasta William como una ráfaga de aire caliente. No necesitaba verla<br />

para saber que el rubor enrojecía sus mejillas. Podía oír su corazón latiendo desbocado, resonando en cada rincón de su<br />

mente. Lanzó otra mirada fugaz a la barra, captando en su retina el momento en el que Kate, ojeando descuidadamente el<br />

menú, se cortaba el dedo con la esquina del papel.<br />

—Qué torpe —musitó Kate entre dientes y se llevó el dedo a la boca.<br />

El olor a sangre fresca colmó el ambiente. William agachó la cabeza y se llevó las manos a la cara, intentando detener<br />

el flujo de aire a sus sentidos, pero ya era tarde, casi podía paladear la suave esencia. Un dolor insoportable empezó a<br />

desgarrarle el interior.

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