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—¡Yo no soy el que ha perdido la razón, mira! —Samuel giró el cuello de Amelia con brusquedad y dejó a la vista la<br />
marca del cuello.<br />
Daniel dirigió la mirada a la herida para a continuación clavarla en el rostro de William, que se la sostuvo con aplomo y<br />
sin ninguna muestra de arrepentimiento. Se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos, se masajeó las sienes intentando<br />
pensar con claridad. Cuando volvió a abrirlos, el vampiro observaba a su mujer desde el suelo. Amelia había comenzado a<br />
gemir, su cuerpo sufría pequeños espasmos y su pálida piel estaba adquiriendo un tono azulado.<br />
—Salid de la habitación —rogó Daniel a sus hermanos.<br />
—No, Daniel. Ha violado el tratado y hay que tomar las medidas…<br />
—¡Sal de la habitación, Sam! —gritó airado, y cerró los ojos mientas inspiraba hondo y trataba de dominar sus<br />
nervios. Era la primera vez que hablaba así a su hermano—. Por favor —añadió más calmado.<br />
Samuel se sentía desconcertado por la actitud de su hermano pequeño, pero sobre todo ofendido. Le hizo una señal a<br />
Jerome y ambos abandonaron el dormitorio.<br />
En cuanto se quedaron solos, William corrió al lado de Amelia y le acarició la frente, tenía la piel muy fría. Se acercó al<br />
armario, cogió una colcha y la arropó con ternura. Trataba de no pensar en nada de lo que estaba ocurriendo, solo en ella.<br />
—¿Cómo está? —preguntó Daniel.<br />
—No lo sé —respondió. Se detuvo un instante y lo miró abatido—. No tengo ni idea de lo que ocurre. Creo que ha<br />
empezado a cambiar, porque su piel está muy fría y pierde el color con rapidez, así que es posible que sobreviva. —<br />
Guardó silencio un instante, la culpa se reflejaba en su rostro—. Siento mucho todo esto.<br />
Daniel se acercó a los pies de la cama y se sentó sobre un baúl de madera que servía como banco.<br />
—Necesito entender por qué lo has hecho… para que pueda ayudarte.<br />
William meditó durante unos segundos su respuesta, no sabía cómo resumir con cierto sentido todo lo que había ocurrido<br />
entre ellos esa noche.<br />
—Cuando por fin comprendió lo que soy, se asustó… Tuvo miedo de mí y salió corriendo, huyó. Cayó por el acantilado<br />
sin que pudiera hacer nada. Cuando conseguí sacarla del agua ya estaba agonizando, y sufría mucho, no… no pude dejar<br />
que muriera, no fui capaz. —Sacudió la cabeza, exhalando bruscamente el aire—. No puedo vivir sin ella, es lo único que<br />
me queda. Tienes que comprenderlo —le rogó con la voz rota por la angustia.<br />
Daniel se acercó a él y le puso una mano afectuosa sobre el hombro. William acababa de cometer un error mortal y, si<br />
no encontraba la manera de arreglar el problema, iba a perder a su amigo. Aquel pensamiento le provocó un angustioso<br />
dolor que se le propagó desde los dedos al resto de su cuerpo.<br />
—Debo hablar con mis hermanos —dijo muy serio y se encaminó a la puerta.<br />
William lo llamó con voz inexpresiva.<br />
—Daniel.<br />
—¿Sí? —contestó sin mirar atrás.<br />
—No voy a dejar que la toquen. —Era una amenaza que sonó afilada como la hoja de un cuchillo.<br />
—Lo sé —admitió con pesar, y abandonó la estancia.<br />
Daniel se dirigió a la cocina donde sus hermanos discutían en voz alta.<br />
Jerome se había sentado a la mesa y comía las sobras de un estofado frío. Siempre estaba hambriento. Era un muchacho<br />
de diecinueve años, fuerte y robusto, con el pelo negro y muy corto, y unos ojos de color chocolate que siempre brillaban<br />
llenos de curiosidad.<br />
Samuel era el mayor, muy parecido físicamente a sus hermanos, aunque muy diferente en todo lo demás. Siempre estaba<br />
serio, con un gesto enojado que le hacía fruncir el ceño marcando su frente con profundas arrugas. Nunca se relajaba, ni<br />
intentaba divertirse, dedicaba cada minuto de su vida al papel de líder; el líder de los licántropos. Y en ese instante, se<br />
movía de un lado a otro de la habitación como un león enjaulado, mientras con grandes aspavientos relataba por enésima<br />
vez los acuerdos del pacto de sangre entre vampiros y hombres-lobo.<br />
—Todos conocemos los detalles, Sam —lo interrumpió Daniel en tono cansado al entrar en la cocina.<br />
—Entonces no necesito explicarte cuál es nuestra obligación —espetó Samuel con soberbia.<br />
—¿Te refieres a que debemos…? —intervino Jerome. Pero no terminó la frase, la idea de acabar con la vida William<br />
le cortaba la respiración. Empujó el plato de comida sobre la mesa y se cruzó de brazos con los ojos fijos en la madera.<br />
—Sí, debemos hacerlo —afirmó Samuel, convencido—. El castigo por atacar a un humano es la muerte, sin<br />
excepciones. También deberíamos ocuparnos de ella, pronto será una vampira y todos sabemos lo peligrosos que pueden<br />
ser al principio.<br />
—Nadie va a ponerles una mano encima —replicó Daniel de forma severa. Con frustración, se pasó una mano por el<br />
rostro antes de proseguir—. Me salvó la vida, ¿recuerdas? Le debemos gratitud.<br />
—Déjate de sentimentalismos, Dan, esa deuda ha quedado pagada esta noche al deshacernos de los chupasangres.<br />
La actitud inflexible de su hermano estaba provocando estragos en el autocontrol de Daniel.<br />
—Aprecio mucho a William, y no tengo ningún interés en causarle daño. —Intercambiaron una mirada de reproche—.<br />
¡Vamos, Samuel! Podemos olvidar todo esto y dejarlos en paz, nadie tiene por qué saber nada.<br />
—¡Pero yo lo sabré y es mi obligación que se cumpla el pacto! —exclamó, alzando la voz.<br />
—Me importa un bledo el pacto, sabes que en este caso no sería justo —insistió Daniel, dispuesto a no rendirse.<br />
Samuel bufó exasperado.