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—Sí, necesito tomar algo más fresco. Esta sangre embotellada me da náuseas.<br />

Amelia salió sin prisa de la sala, consciente de que él la observaba. Seguía sin fiarse de ella, estaba segura, pero le<br />

daba igual. Nunca había necesitado a nadie, y mucho menos a un hombre.<br />

Recorrió los pasillos recargados con grandes pinturas enmarcadas en madera de caoba labrada, y pesados cortinajes de<br />

terciopelo y sedas de Damasco que evitaban el paso de la luz del sol. Se detuvo frente a una de esas cortinas y la corrió<br />

con fuerza, arrancando parte de ella del riel que la sujetaba. Abrió la ventana y asomó medio cuerpo fuera, aspirando el<br />

aire húmedo de la noche. Cerró los ojos y contuvo la respiración, necesitaba calmarse y actuar sin levantar sospechas.<br />

Bajó hasta las habitaciones del sótano y abrió una de las puertas de un empujón.<br />

—Prepárate, Andrew, nos vamos —dijo al hombre que estaba recostado sobre un diván, con una jovencita entre los<br />

brazos.<br />

—¿Y se puede saber adónde? —preguntó Andrew. Se levantó del sofá con un movimiento ágil, dejando que el cuerpo<br />

sin vida de una chica humana cayera al suelo en una postura poco decorosa.<br />

—Ha llegado el momento de darle a mi matrimonio el final que merece. Creo que me va el papel de viuda afligida, el<br />

negro siempre me ha sentado bien —indicó esbozando una sonrisa inocente.<br />

—¿Qué pasa, Amelia? —preguntó Andrew armándose de paciencia, la conocía demasiado bien.<br />

—William ha encontrado una mascota con la que divertirse —masculló.<br />

—¡Vaya, vaya, el eterno doliente se ha enamorado de una humana! —Le resultaba muy fácil leer en la mente de Amelia.<br />

Ella gruñó—. Pareces celosa.<br />

Amelia dio un salto y agarró a Andrew por el cuello, aplastándolo contra la pared.<br />

—Esto solo es una cuestión de justicia, de lo que está bien y de lo que está mal. Si William sufre, eso está bien; si<br />

William es feliz, eso está muy mal —dijo con un mohín de pesar.<br />

—¿Y el suero? ¿Vas a sacrificar la posibilidad de vivir bajo el sol, por odio? —le costaba hablar con la mano de ella<br />

apretando posesivamente su garganta.<br />

—El sol es malísimo para la piel, te salen manchas, ¿lo sabías? —dijo Amelia. Lo soltó muy despacio, y acarició con<br />

los dedos el pecho desnudo del vampiro, descendiendo sensualmente hasta el ombligo.<br />

—Tu nuevo novio te matará, está aún más loco que tú —replicó nervioso. Amelia seguía teniendo un gran poder sobre<br />

él, a pesar de los muchos años que llevaban juntos. Solo con sentir el toque de sus dedos, él se derretía.<br />

—Ya nos ocuparemos de eso más tarde —susurró ella, recorriendo con la nariz la mandíbula del vampiro—. Ahora date<br />

prisa, tenemos un viaje que hacer. —Se separó con rapidez y salió de la habitación dejando una estela de intenso perfume.

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