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CAPÍTULO 1<br />

New Hampshire, en la actualidad.<br />

Volvió a atizarle, pero esta vez con el puño cerrado. Aquel maldito trasto no quería funcionar y, por más que<br />

programaba un nuevo destino, el mapa de Portland se negaba a desaparecer de la pantalla del navegador. Optó por<br />

apagarlo, antes de que el deseo irrefrenable de arrancarlo de cuajo le hiciera destrozar el salpicadero. Se inclinó sobre la<br />

guantera y rebuscó en el interior. Sacó un par de mapas perfectamente doblados y les echó un vistazo. Debía de estar en<br />

algún punto al suroeste de las Montañas Blancas. ¿Pero dónde? Al cabo de un minuto los lanzó al asiento de atrás con un<br />

bufido. Era incapaz de orientarse por aquellas carreteras.<br />

El cielo se fue oscureciendo a través de los árboles que cubrían la carretera, y una fina lluvia comenzó a salpicar el<br />

parabrisas. Se quitó las gafas de sol, aquella luz apagada y grisácea ya no le molestaba en los ojos.<br />

El golpeteo del agua contra el cristal cobró intensidad, ahogando el murmullo de la música. Apagó el iPod del coche y<br />

disminuyó la velocidad para poder contemplar aquel paisaje boscoso que tanto le gustaba; tan parecido a su hogar a la vez<br />

que tan diferente. Todo el terreno que alcanzaban sus ojos era verde, de ese verde que solo la primavera trae consigo. Bajó<br />

un poco la ventanilla e inspiró. Su olfato captó decenas de notas aromáticas: la tierra mojada, el olor dulzón del arce, la<br />

madera podrida de un viejo roble, el aroma balsámico del pino y del abeto. Esas sensaciones estaban mejorando su humor,<br />

y lo ayudaban a sentirse más seguro sobre la decisión que había tomado unos días antes.<br />

Era el momento de abandonar aquella búsqueda sin resultado que lo estaba consumiendo hasta un punto que solo él<br />

conocía. Debía retomar su vida, encontrar nuevos propósitos que lo alejaran de aquel sendero de autodestrucción que<br />

recorría desde hacía demasiado tiempo, y para conseguirlo necesitaba estar cerca de la única persona en quien confiaba:<br />

Daniel, su mejor amigo, por no decir el único. Lo echaba de menos. Él nunca lo miraría como al bicho raro que realmente<br />

era. Ni esperaría el milagro que todos aguardaban bajo un augurio que solo era el reflejo de la desesperación. Daniel<br />

nunca esperaría de él nada a cambio.<br />

Una imagen le hizo abandonar sus pensamientos. A través de la cortina de lluvia, pudo distinguir la figura de una<br />

persona que caminaba sobre el asfalto embarrado.<br />

«Vaya día para salir de paseo», pensó con desdén.<br />

Miró a través de la ventanilla y vio a una mujer muy joven calada hasta los huesos, con el pelo largo y castaño pegado a<br />

la espalda. La rebeca y el vestido que llevaba se le habían adherido al cuerpo como una segunda piel. Pasó de largo y<br />

continuó observándola por el espejo retrovisor.<br />

De pronto, la chica dio un traspié y comenzó a tambalearse de un lado a otro intentando mantener el equilibrio, pero el<br />

barro acumulado en el arcén era muy resbaladizo, y terminó por caer sobre la hierba mojada, resbalando por la pendiente<br />

de la cuneta.<br />

Pisó el freno y mantuvo la mirada fija en el espejo. Vio cómo la chica intentaba levantarse y volvía a caer al tiempo que<br />

se sujetaba la pierna con ambas manos. Lo intentó una vez más, con la misma suerte, y al final se quedó sentada sobre la<br />

hierba.<br />

«No es asunto mío», pensó a la vez que pisaba el embrague para cambiar de marcha y seguir adelante. Aceleró,<br />

tratando de dominar el impulso de mirar hacia atrás. Un hormigueo bastante molesto le recorrió el estómago, si aquello no<br />

era su conciencia, se le parecía bastante; y conforme se alejaba, el cosquilleo se transformó en una sensación angustiosa<br />

que lo desconcertó. Hacía mucho tiempo que la preocupación por los humanos había desaparecido de su catálogo de<br />

sentimientos. O quizá no.<br />

—¡Maldita sea! —farfulló con disgusto.<br />

Pisó el freno a fondo y dio marcha atrás sin dejar de pensar en la tremenda estupidez que cometía al volver. Aquella<br />

chica podía estar sangrando y él… él era un vampiro. Un vampiro hambriento que llevaba semanas mal alimentándose de<br />

animales que apenas si podían cubrir sus necesidades. Precisaba sangre humana.<br />

Se bajó del coche y sus pies se hundieron en un charco. «Genial», pensó. Soltó un bufido, rodeó el vehículo y se agachó<br />

junto a la chica.<br />

—¿Estás bien?<br />

Ella levantó la vista, sorprendida. Tenía el rostro ovalado, con unos ojos grandes y verdes que destacaban sobre una<br />

piel muy blanca.

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