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La nieve caía de forma más copiosa y un viento gélido comenzó a soplar. Mantenían un paso rápido, acompañado del<br />

sordo crepitar del hielo bajo sus pies, y no tardaron en salir del espeso bosque, dirigiéndose hacia la pequeña casa que<br />

William había comprado cerca de los acantilados. Otro capricho de Amelia al que él no pudo negarse.<br />

Amelia era muy hermosa, con un pequeño rostro, fino y delicado, y unos ojos grandes y dorados enmarcados por una<br />

espesa melena rubia como el trigo. Extremadamente ambiciosa, no había dudado en utilizar todas sus armas para enamorar<br />

a William, futuro heredero de Sebastian Crain y de su fortuna; y el único que no parecía darse cuenta de cómo era ella en<br />

realidad.<br />

—¿Qué hacías en el bosque tan tarde? —preguntó William con curiosidad.<br />

—Buscaba un rastro.<br />

—¿Nunca dejas de comer? ¿Qué es esta vez, ciervos, renos…? —bromeó.<br />

—No, nada de eso —el rostro de Daniel se oscureció y tensó la mandíbula al apretar los dientes—. Anoche estuve en el<br />

pueblo con mis hermanos. Necesitábamos provisiones y fuimos a la tienda del viejo Hopper; allí nos encontramos con dos<br />

tipos bastante raros —comentó sin apenas alterarse—. Al principio no lo percibimos. Entre tantas especias, queroseno y<br />

alcohol, era imposible oler nada. Pero en la calle… —Hizo una mueca de asco—. En la calle apestaban a muerte, se les<br />

podía olfatear a kilómetros.<br />

William se detuvo y clavó sus ojos en Daniel. El significado de aquellas palabras no podía ser más peligroso.<br />

—¿Estás seguro? —preguntó, cruzando los brazos sobre el pecho.<br />

Daniel asintió con la cabeza.<br />

—Sí, eran chupasan… —no terminó la frase—. Lo siento, William, no quería ofenderte.<br />

—No lo has hecho. —Su cara no reflejaba ninguna emoción.<br />

—Creemos que son renegados, y mis hermanos están preocupados por si intentan cazar en esta zona. Les perdimos la<br />

pista en las afueras, hacia el norte —admitió muy inquieto—. Desde entonces buscamos su rastro sin resultado. Puede que<br />

se hayan marchado.<br />

—Sí, es posible —comentó William sin mucha convicción, mientras una extraña sacudida le oprimía el pecho.<br />

Dejaron atrás la última línea de árboles y se adentraron en la planicie que se extendía hasta los acantilados. Allí la nieve<br />

había dado paso a una intensa lluvia, y el cielo comenzó a iluminarse en el horizonte. El viento soplaba cada vez más<br />

fuerte, arrastrando un profundo olor a salitre; las olas golpeaban contra las rocas del acantilado con un sonido<br />

ensordecedor, que vibraba a través de la tierra bajo sus pies. Tras ellos, los árboles del bosque se agitaban ruidosamente,<br />

las rachas de aire sacudían de forma violenta sus ramas, que amenazaban con partirse.<br />

—Démonos prisa, esa tormenta estará aquí en pocos minutos —advirtió Daniel mientras se frotaba las manos,<br />

eliminando los pequeños trozos de hielo que se habían pegado a sus dedos.<br />

William escrutó las sombras durante un momento, y siguió al joven lobo que se alejaba a paso ligero. Estaban<br />

empapados, con las ropas pegadas al cuerpo. El pelo de Daniel parecía empeñado en caer como una pesada cortina sobre<br />

su cara, y él lo apartaba constantemente, intentando ver dónde pisaba.<br />

—Debemos asegurarnos de que no siguen por aquí. Los renegados son muy peligrosos y podrían matar a muchos<br />

humanos antes de que consiguiéramos pararles los pies —dijo William. Había dado alcance a Daniel y caminaba a su<br />

lado, hablando con rapidez, impaciente—. Tengo que ver a tus hermanos, no es fácil vencer a un vampiro y hay cosas que<br />

debéis saber.<br />

—¡No me subestimes! Tú eres uno de ellos y he podido vencerte en muchas ocasiones, ¿cierto? —replicó Daniel,<br />

molesto.<br />

—No te estoy subestimando, sé de lo que eres capaz; pero estoy hablando de renegados. —Lo agarró del brazo para que<br />

se detuviera—. Daniel, no dejes que el orgullo te ciegue, un lobo no tiene nada que hacer contra un vampiro experimentado<br />

que se alimenta de humanos. Solo la manada tiene posibilidades de vencer, por eso tengo que hablar con Samuel y Jerome.<br />

¿Sabes dónde están?<br />

—Sí —afirmó todavía molesto—. Samuel fue a buscarlos hacia el este y Jerome al norte, aunque ya deben estar de<br />

vuelta. Acordamos vernos en tu casa, Sam quería contártelo en persona y hacerte algunas preguntas.<br />

—Bien, démonos prisa entonces —dijo muy serio.<br />

La casa apareció a lo lejos. Había sido un pequeño refugio de pescadores y estaba en ruinas cuando William la compró.<br />

La reconstruyó desde los cimientos, y ahora era una vivienda amplia y luminosa. Tenía un porche de madera cubierto de<br />

rosales trepadores y un extenso jardín que durante la primavera se cubría por completo de flores. En la parte de atrás había<br />

levantado un establo donde criaba algunos caballos; animales que Amelia adoraba.<br />

William frunció el ceño, algo inquieto. Las contraventanas estaban abiertas, dando golpes de un lado a otro por culpa<br />

del viento, y las velas del interior continuaban encendidas a pesar de que era bastante tarde. Amelia estaba despierta. Se<br />

sintió culpable por haberla dejado sola con aquel tiempo, aunque ella no solía asustarse por nada y mucho menos por una<br />

tormenta. Quizá estaba preocupada porque él se retrasaba, o habría descubierto que, en realidad, no estaba en casa de los<br />

Kent, unos adorables ancianos con un tejado lleno de goteras que él tardaría bastante en reparar. Esa era la excusa que le<br />

había dado esta vez para poder salir de caza. De ser así, estaría furiosa, pensando en un sinfín de disparates. La confianza<br />

en la fidelidad de William no era una de sus virtudes.<br />

William odiaba mentir a su esposa, pero no tenía otra opción. Había pasado varios días sin alimentarse, y la sed y la<br />

debilidad que torturaban su cuerpo convertían a cualquier humano que estuviera cerca en una jugosa tentación; incluida

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