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—¿Te has hecho daño? ¿Puedes levantarte? —insistió al ver que no respondía.<br />

Ella sacudió la cabeza.<br />

—No, me he torcido el tobillo.<br />

Se pasó un mechón de pelo mojado por detrás de la oreja y miró fijamente al chico que acababa de arrodillarse a su<br />

lado. Tenía el pelo corto y castaño, tan oscuro que casi parecía negro, y sus ojos eran de un azul imposible.<br />

—¿Me dejas verlo? —preguntó él en voz baja.<br />

—Sí.<br />

Él tragó saliva, tratando de ignorar el arañazo que ella tenía en la mano y la forma en la que el agua se volvía roja en<br />

contacto con la herida. Le tomó el pie y palpó con cuidado el tobillo, cada vez más hinchado. Notó a la chica estremecerse,<br />

y vio de reojo cómo se mordía el labio, disimulando un gesto de dolor.<br />

—Perdona. —Depositó el pie en el suelo y se frotó las manos contra el pantalón—. No parece roto, pero se ha hinchado<br />

mucho y no puedo saberlo con seguridad. Necesitas una radiografía —explicó sin mucha paciencia, y se dio cuenta de<br />

inmediato de lo fría que sonaba su voz. Tratar con indiferencia a los humanos se había convertido en una costumbre.<br />

—¿Puede estar roto? —preguntó ella con aprensión.<br />

Él se encogió de hombros. Cuando habló de nuevo, intentó que su voz sonara más amable.<br />

—No soy médico, pero tampoco hay que serlo para ver que no tiene buen aspecto. Puedo llevarte a un hospital o a tu<br />

casa. ¿Vives por aquí cerca?<br />

—Sí, a unos cinco kilómetros por esta carretera. Pero no te molestes, llamaré a alguien para que me recoja. Gracias de<br />

todos modos.<br />

Él se inclinó para cambiar de posición y ella se encogió de manera instintiva, agarrando su mochila con fuerza para<br />

sentir el contacto del teléfono móvil que llevaba dentro. Había algo extraño en aquel chico, algo en su mirada que la<br />

intimidaba hasta cortarle la respiración.<br />

Él disimuló una sonrisa arrogante y se puso en pie.<br />

—Como quieras, pero parece que el tiempo va a empeorar.<br />

Y como si las nubes hubieran escuchado sus palabras, la lluvia arreció. Miró hacia el cielo encapotado, y de nuevo al<br />

rostro de la joven. Se encogió de hombros con indiferencia; si quería quedarse allí, estaba en su derecho. Él ya había<br />

cumplido con su buena acción del día.<br />

Se encaminó al coche y a la altura del parachoques se detuvo. Se giró hacia la chica, frunciendo el ceño.<br />

—¿Conoces un pueblo llamado Heaven Falls? Llevo una hora dando vueltas y no consigo encontrarlo —alzó un poco el<br />

tono, la lluvia golpeando el asfalto hacía un ruido estridente que amortiguaba su voz.<br />

Ella asintió, un tanto desconcertada.<br />

—Sí, yo vivo en Heaven Falls. Está a unos cinco kilómetros…<br />

—Por esta carretera, ¿no? —la interrumpió, escondiendo una leve sonrisa. Dio media vuelta y levantó la mano en un<br />

gesto de despedida, aliviado de que aquel encuentro hubiera terminado.<br />

—¡Espera! —gritó ella.<br />

No estaba muy convencida, pero prefería arriesgarse a confiar en el desconocido, que seguir bajo la lluvia con aquel<br />

dolor insoportable.<br />

Él se detuvo y ladeó la cabeza, lo justo para verla con el rabillo del ojo.<br />

—Pensándolo mejor, te agradecería que me acercaras al pueblo —añadió ella con timidez, y no pudo evitar mirarlo de<br />

arriba abajo. Era alto, debía medir más de metro ochenta, de complexión fuerte; pero su cuerpo no era nada voluminoso.<br />

—Claro —respondió él sin ninguna emoción.<br />

Soltó un profundo suspiro y volvió sobre sus pasos. La situación empezaba a resultarle cada vez más incómoda. Contuvo<br />

el aire y se agachó junto a ella.<br />

—A veces soy un poco desconfiada con los extraños, pero creo que puedo fiarme de ti. ¡Además, si sigo aquí, acabaran<br />

por salirme escamas! —bromeó. Sonrió tímidamente.<br />

Él le devolvió la sonrisa de forma imperceptible. Se inclinó más cerca, la sujetó por el brazo y tiró para levantarla<br />

intentando no ser brusco.<br />

Ella dejó escapar un grito al apoyar el pie y perdió el equilibrio. De inmediato, un brazo le rodeó la cintura impidiendo<br />

que se desplomara.<br />

—No puedo caminar —se lamentó.<br />

Él se quedó parado, observándola con atención mientras en su mente sopesaba el siguiente paso. Ayudarla gentilmente<br />

sujetándola del brazo era una cosa, pero cargar con ella era algo muy diferente; habría demasiado contacto físico.<br />

—Tendré que cogerte en brazos —dijo al fin, a modo de aviso, y su estómago se retorció de forma involuntaria.<br />

—Está bien —aseguró. Se encogió de hombros sin apartar la vista de sus ojos que, en ese momento, destellaban con una<br />

especie de brillo púrpura bajo las pestañas salpicadas de agua. Se inclinó hacia él, convencida de que era su imaginación<br />

la que veía esas cosas. De inmediato el chico apartó la vista y se puso tenso, pudo notarlo en la mano que aún la sostenía.<br />

Él deslizó su brazo libre por debajo de las rodillas de la chica y la alzó sin ningún esfuerzo. Tenía la piel caliente y muy<br />

suave, y el pelo le olía a hierba mojada y a violetas. Inspiró con lentitud y su olfato captó otra fragancia. Era dulce y<br />

afrutada, con un toque áspero, incluso picante; tan deliciosa que la boca se le hizo agua. Tragó saliva y contuvo la<br />

respiración para no volver a olerla. Mejor no tentar al diablo que llevaba dentro.

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