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Daniel GolemanInteligencia Emocionalpacientes, por su parte, se han visto obligados a compartir este punto de vista y a sumarse a unaconspiración silenciosa que trata de ocultar las reacciones emocionales suscitadas por la enfermedad o adesdeñarías como algo completamente irrelevante para el curso de la misma, una actitud que se vereforzada, asimismo, por un modelo médico que rechaza de pleno la idea misma de que la mente tengaalguna influencia significativa sobre el cuerpo.No obstante, en el polo opuesto nos encontramos con una ideología igualmente contraproducente, lacreencia de que somos los principales artífices de nuestras enfermedades, la creencia de que basta conafirmar que somos felices y salmodiar una retahíla de afirmaciones positivas para curarnos de las másgraves dolencias. Pero esta panacea retórica que magnifica la influencia de la mente sobre la enfermedadno hace sino crear más confusión y aumentar la sensación de culpabilidad del paciente, como si laenfermedad fuera el testimonio palpable de un estigma moral o de una falta de valía espiritual.La actitud justa está entre ambos extremos. Trataré, a continuación, de revisar la informacióncientífica disponible para poner de relieve estas contradicciones y aclarar con más precisión el peso de lasemociones —y, en consecuencia, de la inteligencia emocional— en el curso de la salud y de la enfermedad.«LA MENTE DEL CUERPO»: RELACIÓN ENTRE LAS EMOCIONES Y LA SALUDUn descubrimiento realizado en 1974 en el laboratorio de la Facultad de Medicina y Odontología de laUniversidad de Rochester nos obligó a recomponer el mapa biológico que hasta aquel momento teníamossobre el cuerpo. El psicólogo Robert Ader descubrió que, al igual que el cerebro, el sistema inmunológicotambién es capaz de aprender, un hallazgo ciertamente sorprendente porque el conocimiento médicoimperante por aquel entonces sostenía que el cerebro y el sistema nervioso central eran los únicos capacesde adaptarse a las exigencias del medio modificando su comportamiento. El hallazgo realizado por Aderinauguró una investigación que permitió descubrir las múltiples vías de comunicación existentes entre elsistema nervioso y el sistema inmunológico, las miles de conexiones biológicas que mantienenestrechamente relacionados la mente, las emociones y el cuerpo.En este experimento, Ader administró a varias ratas blancas una medicación —que iba acompañadade la ingesta de agua edulcorada con sacarina— que disminuía artificialmente la cantidad de leucocitos T(destinados a combatir la enfermedad). Pero Ader descubrió, no obstante, que la mera administración deagua con sacarina —sin ningún tipo, por tanto, de medicación inhibidora— seguía provocando un descensotal del número de células que algunas ratas terminaron enfermando y muriendo. Este experimento demostróque el sistema inmunológico había aprendido a responder al agua con sacarina, algo que, según el criteriocientífico prevalente, carecía de todo sentido.Según el neurocientífico Francisco Varela, de la Escuela Politécnica de Paris, el sistemainmunológico constituye el «cerebro del cuerpo», el que define su sensación de identidad, de lo que lepertenece y lo que no le pertenece.’ Las células inmunológicas se desplazan por todo el cuerpo con eltorrente sanguíneo, estableciendo contacto con casi todas las células del organismo y atacándolas cuandono las reconoce, cumpliendo así con la función de defendernos de los virus, las bacterias o el cáncer. Perotambién puede darse el caso de que las células inmunológicas interpreten equivocadamente el mensaje deciertas células del cuerpo y terminen ocasionando una enfermedad autoinmune, como la alergia o el lupus,por ejemplo. Hasta el día en que Ader realizó su imprevisto descubrimiento, los fisiólogos, los médicos yhasta los biólogos consideraban que el cerebro (con sus diferentes ramificaciones a través del cuerpo víasistema nervioso central) y el sistema inmunológico eran entidades independientes y. por tanto, incapacesde influirse mutuamente. Según los conocimientos disponibles desde hacía un siglo, no existía ningún tipode comunicación entre los centros cerebrales que controlan el sabor y aquellas regiones de la médula óseaencargadas de la fabricación de leucocitos.En los años transcurridos desde entonces, el modesto descubrimiento realizado por Ader ha obligadoa cambiar radicalmente nuestro criterio sobre las relaciones existentes entre el sistema inmunológico y elsistema nervioso central, dando origen a una nueva ciencia, la psiconeuroinmunologia (o PNI), actualmenteen la vanguardia de la medicina. El mismo nombre de esta nueva ciencia da cuenta del vinculo existenteentre la «mente» (psico), el sistema neuroendocrino (neuro) —que subsume el sistema nervioso y elsistema hormonal— y el término inmunología, que se refiere, obviamente, al sistema inmunológico.A partir de entonces, una serie de investigadores ha descubierto que los mensajeros químicos másactivos, tanto en el cerebro como en el sistema inmunológico, se concentran en las regiones nerviosasencargadas del control de las emociones? David Felten, colega de Ader, nos ha proporcionado algunas delas pruebas más concluyentes a favor de la existencia de un vinculo fisiológico directo entre las emocionesy el sistema inmunológico. Felten comenzó observando que las emociones tienen un efecto muypoderoso sobre el sistema nervioso autónomo (encargado, entre otras cosas, de regular la cantidad de108

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