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Daniel GolemanInteligencia Emocionalcompromiso-o-evitación, en la que el marido se queja de las «irracionales» exigencias y ataques de sumujer mientras que ella se lamenta de la indiferencia manifiesta de él ante sus necesidades.Este desenlace refleja, de hecho, la existencia de dos realidades emocionales distintas —la de lamujer y la del hombre— en una misma relación de pareja. Y, si bien el origen de estas diferenciasemocionales responde parcialmente a razones biológicas, también tiene que ver con la infancia y con losdistintos mundos emocionales en que crecen las niñas y los niños. Existe una amplia investigación alrespecto que pone de manifiesto que estas diferencias no sólo se ven reforzadas por los distintos juegoselegidos por las niñas y los niños sino también por el temor de unas y otros a que se bromee a su costa portener un «novio» o una «novia». Un estudio sobre los compañeros elegidos por los niños demostró que, alos tres años de edad, éstos tienen el mismo número de amigos que de amigas, un porcentaje que vadisminuyendo hasta que, a los cinco años, sólo se tiene el 20% de amigos del otro sexo contrario y que casillega a anularse a la edad de siete años. A partir de ese momento, los mundos de los niños y de las niñasdiscurren de manera paralela hasta volver a confluir al llegar a la edad de las primeras citas de laadolescencia.Durante todo este periodo, las lecciones emocionales recibidas por los niños y las niñas son muydiferentes. A excepción del enfado, los padres hablan más de las emociones con sus hijas que con sushijos y es por esto por lo que las niñas disponen de más información sobre el mundo emocional. Cuando lospadres, por ejemplo, cuentan cuentos a sus hijos pequeños, suelen utilizar palabras más cargadasemocionalmente con las niñas que con los niños. Cuando, por su parte, las madres juegan con sus hijos ehijas, expresan un espectro más amplio de emociones en el caso de que lo hagan con las niñas y sontambién más prolijas con ellas cuando describen un estado emocional, si bien suelen ser, en cambio, másminuciosas a la hora de describir a sus hijos varones las causas y las consecuencias de emociones talescomo el enojo (probablemente una forma de admonición).Leslie Brody y Judith Hall, que han sintetizado los resultados de varias investigaciones sobre lasdiferencias emocionales existentes entre ambos sexos, afirman que la mayor prontitud con que las niñasdesarrollan las habilidades verbales las hace más diestras en la articulación de sus sentimientos y másexpertas en el empleo de las palabras, lo cual les permite disponer de un elenco de recursos verbalesmucho más rico que puede sustituir a reacciones emocionales tales como, por ejemplo, las peleas físicas.Según estas investigadoras: «los chicos, que no suelen recibir ninguna educación que les ayude averbalizar sus afectos, suelen mostrar una total inconsciencia con respecto a los estados emocionales,tanto propios como ajenos»: A la edad de diez años, el porcentaje de chicas y chicos que se muestranfrancamente agresivos y predispuestos a la confrontación abierta cuando se enfadan es aproximadamenteel mismo.Sin embargo, a los trece años comienza a aparecer una marcada diferenciación entre ambos sexos ylas muchachas muestran entonces una mayor habilidad que los chicos en el uso de tácticas agresivas decarácter más sutil, como el rechazo, el chismorreo y la venganza indirecta. A esta edad, la gran mayoría delos muchachos se limita a seguir tratando de resolver sus discrepancias mediante las peleas, ignorando otrotipo de estrategias más sutiles. Este es sencillamente uno de los muchos motivos por los que losmuchachos —y más tarde los hombres— son menos diestros y que las muchachas para moverse por losvericuetos de la vida emocional.Las chicas suelen organizar sus juegos en grupos reducidos y cohesionados, poniendo un marcadointerés en minimizar las discrepancias y maximizar la cooperación, mientras que los chicos, por su parte,tienden a organizarse en grupos más numerosos y a incidir en los aspectos más competitivos. Veamos, porejemplo, la distinta respuesta que suelen tener unos y otras cuando el juego se ve interrumpido porquealguno de los participantes se ha hecho daño. Lo que se espera de un niño que se haya lesionado es quese aleje momentáneamente del juego hasta que deje de llorar y se halle nuevamente en condiciones dereintegrarse a él. Pero cuando tal cosa ocurre en un grupo de chicas, en cambio, el juego se paralizamientras todas se congregan en torno a la afectada tratando de consolarla. En opinión de la investigadorade Harvard Carol Gilligan, este marcado contraste entre los juegos de las niñas y los de los niños constituyeun ejemplo de una de las diferencias clave existentes entre ambos sexos: los muchachos se sientenorgullosos de su solitaria y tenaz independencia y autonomía, y las chicas, por su parte, se sientenintegrantes de una red interrelacionada. Es por ello por lo que los chicos se sienten amenazados cuandoalgo parece poner en peligro su independencia, algo que, en el caso de las chicas, ocurre cuando se rompeuna de sus relaciones. Como destaca Deborah Tannen en su libro You Just Don ‘t Understand, estadiferencia de perspectiva entre ambos géneros les lleva a esperar cosas muy distintas de una simpleconversación, ya que el hombre suele sentirse satisfecho con hablar sobre «algo» mientras que la mujerbusca una conexión emocional más profunda.Y esta disparidad en la educación emocional termina desarrollando aptitudes muy diferentes, puestoque las chicas «se aficionan a la lectura de los indicadores emocionales —tanto verbales como noverbales—y a la expresión y comunicación de sus sentimientos». Los chicos, en cambio, se especializanen «minimizar las emociones relacionadas con la vulnerabilidad, la culpa, el miedo y el dolor»,’ una86

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