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Daniel GolemanInteligencia Emocionalvez más sofisticadas. Recordemos que los lóbulos frontales, tan importantes para la regulación de losimpulsos limbicos, maduran durante la adolescencia. Otro circuito clave que sigue modelándose a lo largode toda la infancia se centra en el nervio vago, entre cuyas muchas funciones se cuenta la regulación de laactividad cardiaca y el control de las señales que llegan a la amígdala procedentes de las glándulassuprarrenales, estimulándola a secretar catecolaminas, activadoras de la respuesta de lucha-o-huida. Unequipo de la Universidad de Washington que evaluó la influencia de los diferentes estilos de crianzadescubrió que el trato con unos padres emocionalmente adecuados mejora el funcionamiento del nerviovago.En opinión de John Gottman, quien realizó esta investigación: «los padres modifican el tono vagal desus hijos —una medida del nivel de activación del nervio vago— mediante el adiestramiento emocional queles proporcionan (hablar sobre los sentimientos y sobre cómo comprenderlos, no ser excesivamente críticosni reprobadores, tratar de encontrar soluciones a los problemas emocionales y enseñarles a recurrir aalternativas distintas a la pelea y el encierro en sí mismos cuando están enojados o tristes)».Cuando esta actividad se realiza adecuadamente, los niños están en mejores condiciones paracontrolar la actividad vagal que mantiene a la amígdala dispuesta a activar al cuerpo con hormonas delucha o huida, mejorando así su conducta.Así pues, cada una de las habilidades clave de la inteligencia emocional cuenta con un periodo críticode desarrollo que perdura durante toda la infancia y que proporciona una oportunidad preciosa para inculcaren el niño hábitos emocionales constructivos o, en caso contrario, dificultar la corrección posterior de lasposibles carencias. El proceso de modelado y «podado» de los circuitos neuronales que tiene lugar durantela infancia podría explicar los efectos decisivos y duraderos de los traumas emocionales infantiles, lanecesidad de un largo proceso psicoterapéutico para llegar a incidir sobre estas pautas y también, como yahemos visto, la persistencia latente de esos patrones a pesar de las nuevas comprensiones y respuestasaprendidas durante la terapia.A decir verdad, la plasticidad del cerebro perdura durante toda la vida, aunque no ciertamente delmismo modo que en la infancia. Todo aprendizaje implica un cambio cerebral, un fortalecimiento de lasconexiones sinápticas. Los cambios cerebrales observados en los pacientes con desórdenes obsesivocompulsivosdemuestran que el esfuerzo sostenido en cualquier momento de la vida puede llegar atransformar —incluso a nivel neuronal— los hábitos emocionales. Para mejor o para peor, lo que ocurre conel cerebro en los casos de trastorno de estrés postraumático (o también, por cierto, en el caso de la terapia)es similar al efecto de todo tipo de experiencias emocionales repetidas o intensas.En este sentido, las lecciones emocionales más importantes son las que los padres dan a sus hijos.Existe una gran diferencia entre los hábitos emocionales inculcados por padres que están profundamenteconectados con las necesidades emocionales de sus hijos y que proporcionan una educación empática, yaquellos otros proporcionados por padres que, por el contrario, se hallan tan absortos en si mismos queignoran la ansiedad de sus hijos o que simplemente se limitan a gritar y a golpearles caprichosamente. Encierto sentido, la psicoterapia constituye un intento de enmendar lo que se torció o quedó completamentesoslayado durante los primeros años de la vida. Pero ¿qué es lo que nos impide proporcionar al niño elcuidado y la orientación necesarios para cultivar esas habilidades emocionales fundamentales?.144

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