Daniel GolemanInteligencia Emocionalmatemáticas»). Los investigadores estudiaron también a un grupo de alumnos de tercero, cuarto y quintocurso que eran objeto del rechazo de sus compañeros y efectuaron un seguimiento de aquéllos queseguían siendo marginados al año siguiente, descubriendo que un factor decisivo en la génesis de ladepresión era el modo en que estos niños se explicaban a sí mismos el rechazo del que eran objeto.Quienes consideraban que el rechazo se debía a alguna especie de defecto personal eran más proclives ala depresión, mientras que los niños más optimistas, los que sentían que podían hacer algo para mejorar lasituación, no se sentían especialmente deprimidos a pesar del rechazo constante de que eran objeto. Otroestudio demostró que los niños que tenían una actitud pesimista cuando estaban a punto de efectuar ladifícil transición al séptimo curso, eran más proclives a la depresión cuando debían enfrentarse al nuevonivel de exigencias de la escuela o del hogar. Pero la prueba más palpable de que la actitud pesimistapredispone a la depresión nos la proporciona un seguimiento de cinco años de duración iniciado cuando losniños estaban en tercer curso. El predictor más decisivo de la depresión entre los niños más pequeñosresultó ser una actitud pesimista ante la vida en conjunción con un acontecimiento traumático importante,como, por ejemplo el divorcio de los padres o el fallecimiento de un familiar (situaciones, en suma, que nosólo conmueven y angustian al niño, sino que también suelen privarle del apoyo y el consuelo de suspadres). No obstante, a lo largo de la escuela primaria tiene lugar un cambio significativo en su forma deinterpretar las causas de los acontecimientos positivos y negativos que les toca vivir, achacándolos, cadavez más, a sus propios rasgos personales («saco buenas notas porque soy listo» o «no tengo muchosamigos porque no soy divertido»). Este cambio parece tener lugar entre el tercer y quinto curso y. cuandoocurre, quienes sustentan una actitud pesimista —y atribuyen la causa de los infortunios a un defectointrínseco— comienzan a ser presa de estados de ánimo depresivos. Y lo que es más importante todavía, lamisma depresión contribuye a reforzar las pautas de pensamiento pesimistas, de modo que, aun cuando ladepresión desaparezca, el niño queda marcado con una especie de cicatriz emocional, un conjunto decreencias alimentadas por la depresión y consolidadas por su pensamiento (que no es buen estudiante oque es antipático) que le impiden escapar de su sombrío estado de ánimo. Estas ideas fijas hacen que elniño sea más vulnerable a caer nuevamente en la depresión.LA FORMA DE ACABAR CON LA DEPRESIONPero existen fundadas esperanzas de que es posible enseñar a los niños formas más eficaces deafrontar los problemas y disminuir así el riesgo de la depresión infantil. En un estudio llevado a cabo en uninstituto de Oregón, uno de cada cuatro estudiantes mostraba lo que los psicólogos denominan una«depresión moderada», una depresión que, aunque no reviste la suficiente gravedad como para afirmarque excede el grado de insatisfacción natural, bien podría constituir la antesala de una depresión auténtica.Setenta y cinco estudiantes aquejados de esta depresión moderada aprendieron, en una claseespecial fuera del horario habitual lectivo, a modificar las pautas de pensamiento generalmenteA diferencia de lo que ocurre con los adultos, la medicación no parece ofrecer una alternativa para eltratamiento de la depresión infantil que pueda sustituir a la terapia o a la educación preventiva. Lainvestigación ha demostrado que, en el caso de los niños, los antidepresivos tricíclicos —que tanto éxitohan tenido en el tratamiento de los adultos— no son mejores que la administración de un placeho, efecto delas nuevas medicaciones antidepresivas, como por ejemplo el Prozac, todavía no ha sido estudiado en losniños.Por su parte, la desipramina, uno de los tricíclicos más utilizados (y más seguros) para el tratamientode los adultos, está siendo actualmente ohjeto de estudio por parte del FDA Feod and Drues Administration,como una posible causa de mortatidad infantil, asociadas a ese estado, a hacer amigos, a relacionarsemejor con sus padres y a comprometerse en aquellas actividades sociales que les resultaban másatractivas. El 55% de los participantes en el programa, de ocho semanas de duración, logró recuperarse desu depresión, algo que sólo consiguió el 25% de los estudiantes deprimidos que no se habían beneficiadodel programa. Un año más tarde, el 25% de los componentes del grupo de control había caído en unadepresión mayor frente al 14% de los alumnos que habían participado en el programa de prevención. Asípues, aunque el programa sólo durase ocho sesiones, redujo a la mitad el riesgo de contraer una depresión.El mismo tipo de conclusiones esperanzadoras nos ofrece un programa especial de frecuencia semanaldirigido a niños de edades comprendidas entre los diez y los trece años que tenían frecuentes disputas consus padres y que también presentaban síntomas de depresión. Durante estas sesiones extraescolares losniños aprendían ciertas habilidades emocionales básicas, como hacer frente a los problemas, pensar antesde actuar y, tal vez lo mas importante, revisar y modificar las creencias pesimistas ligadas a la depresión(como, por ejemplo, tomar la firme resolución de esforzarse más en el estudio después de haber obtenidomalos resultados en un examen, en vez de pensar «no soy lo suficientemente listo»).154
Daniel GolemanInteligencia EmocionalEn opinión del psicólogo Martin Seligman, uno de los creadores de este programa de doce semanasde duración: «en estas clases los niños aprenden que es posible hacer frente a estados de ánimo como laansiedad, el abatimiento o el enfado, y que la transformación de nuestros pensamientos nos permite, encierto modo, transformar también nuestros sentimientos». Según Seligman, el hecho de hacer frente a lospensamientos depresivos disipa las tinieblas del estado de ánimo negativo y «sólo depende del esfuerzosostenido momento a momento el que esto termine convirtiéndose en un hábito».Estas sesiones especiales también redujeron a la mitad la frecuencia de las depresiones después dedos años de haber concluido el programa. Al cabo de un año, sólo el 8% de los participantes arrojaron unosresultados en un test sobre depresión que los situaba en un nivel entre moderado y grave, (frente al 29% delos niños pertenecientes al grupo de control), mientras que, dos años después, el 20% de los muchachosque habían seguido el curso mostraban algunos síntomas de depresión moderada (en comparación con el44% del grupo de control).El aprendizaje de estas habilidades emocionales puede resultar especialmente útil en plenaadolescencia. Como observa Seligman: «estos chicos suelen estar mejor preparados para afrontar laansiedad normal que experimenta el adolescente frente al rechazo, y parecen haber aprendido estahabilidad en un período especial mente crítico para la depresión que tiene lugar alrededor de los diez añosde edad. Después de aprendida, esta lección parece persistir e incluso fortalecerse en el curso de los añosposteriores, sugiriendo claramente su aplicabilidad a la vida cotidiana».Los especialistas en la depresión infantil se muestran sumamente esperanzados con la aparición deestos nuevos programas.Según me comentaba Kovac: «si queremos intervenir eficazmente en problemas psiquiátricos talescomo la depresión, tenemos que hacer algo antes de que los niños enfermen. La única solucion parecepasar por algún tipo de vacuna psicológica».LOS TRASTORNOS ALIMENTICIOSEn una epoca en la que estudiaba psicología clínica a finales de los sesenta, conocí a dos mujeresque sufrían trastornos de la conducta alimentaria, aunque sólo me di cuenta de ello varios años después.Una de ellas, una brillante licenciada en matemáticas por Harvard, era amiga mía desde mis días deestudiante universitario, la otra era bibliotecaria del MIT (Massachusetts Institute ol Technology) Mi amigamatemática se hallaba esqueléticamente delgada pero no podía comer porque, según decía, «la comida lerepugnaba»; en cambio, la bibliotecaria era gruesa y solía atiborarse de helados, pastel de zanahoria y todotipo de dulces aunque después —como me confesó avergonzada en cierta ocasión— solía ir al servicio aprovocarse el vómito.Hoy en día, a la primera de ellas le diagnosticaría una anorexia y a la otra una bulimia, pero, enaquellos años, los clínicos sólo estaban empezando a hablar de estos problemas y ni siquiera existían estasetiquetas. Hilda Bruch, una pionera de este movimiento, publicó su primer artículo sobre los trastornos de laconducta alimentaria en 1969. Bruch, que se hallaba desconcertada por los casos de mujeres cuya dieta lasllevaba al borde de la muerte, propuso que una de las causas de este problema radica en la incapacidad deestas mujeres para identificar y responder adecuadamente a sus demandas corporales y especialmente,por supuesto, a la sensación de hambre. Desde entonces, la literatura clínica sobre los trastornos de laconducta alimentaria ha proliferado como las setas y ha aparecido multitud de teorías que tratan de explicarsus posibles causas. Estas causas van desde las chicas que se quieren mantener eternamente jóvenes yse sienten obligadas a luchar infatigablemente para lograr un modelo inalcanzable de belleza femenina,hasta las madres posesivas que terminan enredando a sus hijas en una trama autoritaria de culpabilidad yverguenza.Pero la mayor parte de estas hipótesis adolecían de la gran desventaja de ser extrapolacioneshechas según observaciones efectuadas durante la terapia. Desde un punto de visto científico es muchomás aconsejable llevar a cabo investigaciones sobre grandes grupos durante varios años para determinarquiénes terminan superando el problema. Sólo este tipo de investigación podrá ayudarnos a determinar conexactitud las variables que favorecen la aparición del problema y diferenciarlas de aquellas otrascondiciones que, si bien parecen relacionadas, no tienen una incidencia directa sobre él.Un estudio de este tipo llevado a cabo con más de novecientas muchachas que se hallaban entre elséptimo y el décimo curso puso de manifiesto la existencia de serias deficiencias emocionales (como, porejemplo, la incapacidad de dominar y expresar los sentimientos desagradables). Sesenta y una chicas dedécimo curso de un instituto de las afueras de Minneapolis presentaban ya graves síntomas de anorexia ybulimia. Cuanto mayor era la gravedad del trastorno, más desbordantes eran los sentimientos negativos con155