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Daniel GolemanInteligencia EmocionalEn opinión del psicólogo Martin Seligman, uno de los creadores de este programa de doce semanasde duración: «en estas clases los niños aprenden que es posible hacer frente a estados de ánimo como laansiedad, el abatimiento o el enfado, y que la transformación de nuestros pensamientos nos permite, encierto modo, transformar también nuestros sentimientos». Según Seligman, el hecho de hacer frente a lospensamientos depresivos disipa las tinieblas del estado de ánimo negativo y «sólo depende del esfuerzosostenido momento a momento el que esto termine convirtiéndose en un hábito».Estas sesiones especiales también redujeron a la mitad la frecuencia de las depresiones después dedos años de haber concluido el programa. Al cabo de un año, sólo el 8% de los participantes arrojaron unosresultados en un test sobre depresión que los situaba en un nivel entre moderado y grave, (frente al 29% delos niños pertenecientes al grupo de control), mientras que, dos años después, el 20% de los muchachosque habían seguido el curso mostraban algunos síntomas de depresión moderada (en comparación con el44% del grupo de control).El aprendizaje de estas habilidades emocionales puede resultar especialmente útil en plenaadolescencia. Como observa Seligman: «estos chicos suelen estar mejor preparados para afrontar laansiedad normal que experimenta el adolescente frente al rechazo, y parecen haber aprendido estahabilidad en un período especial mente crítico para la depresión que tiene lugar alrededor de los diez añosde edad. Después de aprendida, esta lección parece persistir e incluso fortalecerse en el curso de los añosposteriores, sugiriendo claramente su aplicabilidad a la vida cotidiana».Los especialistas en la depresión infantil se muestran sumamente esperanzados con la aparición deestos nuevos programas.Según me comentaba Kovac: «si queremos intervenir eficazmente en problemas psiquiátricos talescomo la depresión, tenemos que hacer algo antes de que los niños enfermen. La única solucion parecepasar por algún tipo de vacuna psicológica».LOS TRASTORNOS ALIMENTICIOSEn una epoca en la que estudiaba psicología clínica a finales de los sesenta, conocí a dos mujeresque sufrían trastornos de la conducta alimentaria, aunque sólo me di cuenta de ello varios años después.Una de ellas, una brillante licenciada en matemáticas por Harvard, era amiga mía desde mis días deestudiante universitario, la otra era bibliotecaria del MIT (Massachusetts Institute ol Technology) Mi amigamatemática se hallaba esqueléticamente delgada pero no podía comer porque, según decía, «la comida lerepugnaba»; en cambio, la bibliotecaria era gruesa y solía atiborarse de helados, pastel de zanahoria y todotipo de dulces aunque después —como me confesó avergonzada en cierta ocasión— solía ir al servicio aprovocarse el vómito.Hoy en día, a la primera de ellas le diagnosticaría una anorexia y a la otra una bulimia, pero, enaquellos años, los clínicos sólo estaban empezando a hablar de estos problemas y ni siquiera existían estasetiquetas. Hilda Bruch, una pionera de este movimiento, publicó su primer artículo sobre los trastornos de laconducta alimentaria en 1969. Bruch, que se hallaba desconcertada por los casos de mujeres cuya dieta lasllevaba al borde de la muerte, propuso que una de las causas de este problema radica en la incapacidad deestas mujeres para identificar y responder adecuadamente a sus demandas corporales y especialmente,por supuesto, a la sensación de hambre. Desde entonces, la literatura clínica sobre los trastornos de laconducta alimentaria ha proliferado como las setas y ha aparecido multitud de teorías que tratan de explicarsus posibles causas. Estas causas van desde las chicas que se quieren mantener eternamente jóvenes yse sienten obligadas a luchar infatigablemente para lograr un modelo inalcanzable de belleza femenina,hasta las madres posesivas que terminan enredando a sus hijas en una trama autoritaria de culpabilidad yverguenza.Pero la mayor parte de estas hipótesis adolecían de la gran desventaja de ser extrapolacioneshechas según observaciones efectuadas durante la terapia. Desde un punto de visto científico es muchomás aconsejable llevar a cabo investigaciones sobre grandes grupos durante varios años para determinarquiénes terminan superando el problema. Sólo este tipo de investigación podrá ayudarnos a determinar conexactitud las variables que favorecen la aparición del problema y diferenciarlas de aquellas otrascondiciones que, si bien parecen relacionadas, no tienen una incidencia directa sobre él.Un estudio de este tipo llevado a cabo con más de novecientas muchachas que se hallaban entre elséptimo y el décimo curso puso de manifiesto la existencia de serias deficiencias emocionales (como, porejemplo, la incapacidad de dominar y expresar los sentimientos desagradables). Sesenta y una chicas dedécimo curso de un instituto de las afueras de Minneapolis presentaban ya graves síntomas de anorexia ybulimia. Cuanto mayor era la gravedad del trastorno, más desbordantes eran los sentimientos negativos con155

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