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Daniel GolemanInteligencia EmocionalEl silencio es también otro termómetro de la timidez. Dondequiera que el equipo de Kagan observaraniños tímidos y niños abiertos en un entorno natural —ya fuera en el jardín de infancia, con niñosdesconocidos o charlando con el entrevistador—, los niños tímidos hablaban menos. Un niño tímido de estaedad no suele responder cuando le hablan, y pasa mucho más tiempo mirando cómo juegan los demás. Enopinión de Kagan, el silencio vergonzoso frente a una situación insólita o frente a lo que percibe como unaamenaza constituye un signo de la actividad de los circuitos nerviosos que conectan la zona frontal, laamígdala y las estructuras límbicas próximas que controlan la capacidad de vocalizar (los mismos circuitosque nos hacen «colapsamos» en situaciones de estrés).Estos niños hipersensibles corren un gran riesgo de desarrollar trastornos de ansiedad —como, porejemplo, ataques de pánico— en una época tan temprana como el sexto o séptimo curso. En un estudiollevado a cabo sobre 754 chicos y chicas de estas edades se descubrió que 44 de ellos ya habían sufrido almenos un ataque de pánico o habían experimentado síntomas similares con anterioridad. Normalmente,estos episodios de ansiedad fueron desencadenados por las situaciones conflictivas propias de la tempranaadolescencia -como una primera cita o un examen importante, por ejemplo-, situaciones que la mayoría delos niños aprende a manejar sin llegar a desarrollar problemas más serios. Pero los adolescentestemperamentalmente tímidos y normalmente temerosos de las situaciones desconocidas presentaban lossíntomas típicos del pánico (palpitaciones cardíacas, insuficiencia respiratoria o una sensación de angustia)junto al sentimiento de que algo terrible estaba a punto de ocurrirles (como, por ejemplo, volverse locos omorir). Los investigadores creen que, aunque los episodios no eran lo bastante significativos como paramerecer el diagnóstico psiquiátrico de «crisis de pánico», estos adolescentes corren un grave riesgo dedesarrollar este tipo de problemas; de hecho, muchos de los adultos que sufren de ataques de pánicoafirman que éstos comenzaron en su pubertad. El punto de partida de los ataques de ansiedad estáestrechamente ligado a la pubertad. Las chicas que manifiestan pocos signos de pubertad no suelenpresentar tales ataques pero un 8% aproximadamente de las que atraviesan la pubertad afirman haberexperimentado ataques de pánico que suelen terminar conduciéndolas a una contracción crónica ante lavida.NADA ME PREOCUPA: EL TEMPERAMENTO ALEGREEn los años veinte, mi joven tía June abandonó su hogar de Kansas City y se aventuró a viajar sola aShanghai, un viaje realmente peligroso en aquellos tiempos para una mujer. En ese centro internacional delcomercio y de la intriga, mi tía conoció a un funcionario británico de la policía colonial que terminaríaconvirtiéndose en su marido. Cuando, a comienzos de la II Guerra Mundial, los japoneses ocuparonShanghai, mis tíos fueron internados en el campo de concentración sobre el que versa la película El imperiodel sol. Después de sobrevivir a los terribles años pasados en el campo de prisioneros, mis tíos lo habíanperdido prácticamente todo y fueron repatriados a la Columbia Británica.Todavía recuerdo el primer encuentro que tuve con mi tía June, una mujer anciana y vital cuya vidahabía seguido un curso extraordinario. En sus últimos años sufrió un ataque de apoplejía que la manteníaparcialmente paralizada pero, tras un lento y arduo proceso de rehabilitación, pudo volver a caminarrenqueando. Recuerdo que uno de aquellos días me hallaba paseando con ella —ya en sus setenta años—cuando se rezagó y al cabo de unos instantes oí su débil grito pidiendo ayuda. Mi tía se había caído y nopodía ponerse en pie. Yo me precipité a ayudarla y cuando lo hice, en lugar de lamentarse, se rió de susapuros y su único comentario fue un despreocupado «bueno, al menos puedo caminar de nuevo».Hay personas, como mi tía, cuyas emociones parecen gravitar de forma natural en torno al polopositivo; son personas naturalmente optimistas y despreocupadas. Hay otras, en cambio, que sonmalhumoradas y melancólicas. Esta dimensión del temperamento —entusiasta en un extremo y melancólicoen el otro— parece estar ligada a la actividad relativa de las áreas prefrontales derecha e izquierda, lospolos superiores del cerebro emocional.Esta es, al menos, la conclusión fundamental de la investigación realizada por Richard Davidson, unpsicólogo de la Universidad de Wisconsin que descubrió que las personas que tienen una actividadpredominantemente más intensa en el lóbulo frontal izquierdo son temperamentalmente alegres,disfrutan del contacto con las personas y las situaciones que la vida les depara y se recuperan prontamentede los contratiempos (como ocurría en el caso de mi tía June).En cambio, aquellos otros cuya actividad preponderante radica en el lóbulo prefrontal derecho sonproclives a la negatividad y a los estados de ánimo agrios, y se desconciertan con más facilidad ante loscontratiempos. Parece, pues, como si fueran incapaces de desconectarse de sus preocupaciones y de susdepresiones.139

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