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Daniel GolemanInteligencia Emocionalpodría resumirse en aquella cita de W.H. Auden, en la que decía que la imagen que tenía de si mismo «esmuy distinta de la imagen que trato de crear en la mente de los demás para que puedan quererme». Estaespecie de mercantilismo emocional suele ocurrir cuando las habilidades sociales sobrepasan a lacapacidad de conocer y admitir los propios sentimientos ya que, para ser querido —o, por lo menos, paragustar—, el camaleón social parece transformarse en lo que quieren aquéllos con quienes está. En opiniónde Snyder, el rasgo distintivo de quienes caen en esta pauta es que causan una impresión excelente peromantienen relaciones muy inestables y muy poco gratificantes. La pauta realmente saludable consiste, porel contrario, en utilizar las habilidades sociales equilibradamente sin olvidarse de uno mismo.Pero los camaleones sociales no dudan lo más mínimo en decir una cosa y hacer otra diferente,malviviendo así con la contradicción entre su rostro público y su realidad privada, si ello les reporta unmínimo de aprobación social. La psicoanalista Helena Deutsch llamaba a esas personas «personalidadescomo si», personalidades que manifiestan una extraordinaria plasticidad para adaptarse a las señales quereciben de quienes les rodean. «En la mayor parte de los casos —me dijo Snyder— la persona pública y lapersona privada se entremezclan adecuadamente, pero en otros casos, sin embargo, parecen constituir unaespecie de calidoscopio de apariencias sumamente tornadizas. Son como Zelig, el personaje de WoodyAlíen que trataba desesperadamente de camuflarse en función de las personas con quienes seencontraba».Estas personas, en lugar de decir lo que verdaderamente sienten, tratan antes de buscar pistas sobrelo que los demás quieren de ellos. Para llevarse bien y ser queridos por los demás, están dispuestos a serexageradamente amables hasta con las personas que les desagradan, y suelen utilizar sus habilidadessociales para actuar en función de lo que exijan las diferentes situaciones sociales, de modo que puedenrepresentar personajes muy distintos en función de las personas con quienes se encuentran, cambiando dela sociabilidad más efusiva, pongamos por caso, a la circunspección más reservada. A decir verdad, estosrasgos son muy apreciados en ciertas profesiones que requieren un control eficaz de la impresión que secausa, como ocurre en el mundo del teatro, el derecho, las ventas, la diplomacia y la política.Existe, no obstante, otro tipo de control de las emociones más decisivo, que permite diferenciar entrelos camaleones sociales carentes de centro de gravedad que tratan de impresionar a todo el mundo yaquellos otros que utilizan su destreza social más en consonancia con sus verdaderos sentimientos.Estamos hablando de la integridad, de la capacidad que nos permite actuar según nuestros sentimientos yvalores más profundos sin importar las consecuencias sociales, una actitud emocional que puede conducira provocar una confrontación deliberada para trascender la falsedad y la negación, una forma declarificación que los camaleones sociales jamás podrán llevar a cabo.LA GÉNESIS DE LA INCOMPETENCIA SOCIALNo cabía la menor duda de que Cecil era brillante; era un universitario experto en varios idiomasextranjeros y un soberbio traductor pero, en lo que respecta a las habilidades sociales más sencillas, semostraba completamente inútil. No sabía ni siquiera tener una conversación intrascendente sobre el tiempo,y parecía absolutamente incapaz de la más rutinaria interacción social. Su falta de talento social resultabamás patente cuando se hallaba con una mujer. Es por ello por lo que se preguntó si todo aquello no sedebería a algún tipo de «tendencias homosexuales latentes» —a pesar de no tener ningún tipo de fantasíasen ese sentido— y se decidió a emprender una terapia.Como confió a su terapeuta, el problema real radicaba en su temor a que nada de lo que pudieradecir interesara a nadie. Pero aquel miedo se asentaba en una profunda carencia de habilidades sociales.Su nerviosismo durante los encuentros le llevaba a reír en los momentos más inoportunos aunque no loconseguía, sin embargo, por más que lo intentara, cuando alguien decía algo realmente divertido. Y estainadecuación se remontaba a la infancia porque durante toda su vida sólo se había sentido socialmentecómodo cuando estaba con su hermano mayor quien, de algún modo, le facilitaba las cosas, pero apenassalía de casa, su incompetencia era abrumadora y se sentía completamente inútil.Lakin Phillips, un psicólogo de la Universidad George Washington, concluyó que las dificultades deCecil se originaban en su fracaso infantil para aprender las lecciones más elementales de la interacciónsocial:¿Qué podría habérsele enseñado a Cecil? Hablar directamente a los demás, entablar contacto, noesperar siempre que ellos dieran el primer paso, mantener una conversación más allá de los «síes», los«noes» o los meros monosílabos, expresar gratitud, ceder el paso a los demás antes de cruzar una puerta,esperar a servirse hasta que el otro se hubiera servido, dar las gracias, pedir «por favor», compartir y elresto de habilidades sociales que comenzamos a enseñar a los niños a partir de los dos años de edad.79

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