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Daniel GolemanInteligencia Emocionaloprimidos o los marginados, una preocupación que en la adolescencia puede verse reforzada porconvicciones morales centradas en el deseo de aliviar la injusticia y el infortunio ajeno.Sea como fuere, lo cierto es que la empatía es una habilidad que subyace a muchas facetas del juicioy de la acción ética. Una de estas facetas es la «indignación empática» que John Stuart Mill describieracomo «el sentimiento natural de venganza alimentado por la razón, la simpatía y el daño que nos causanlos agravios de que otras personas son objeto» y que calificara como «el custodio de la justicia». Otroejemplo en el que resulta evidente que la empatía puede sustentar la acción ética es el caso del testigo quese ve obligado a intervenir para defender a una posible víctima. Según ha demostrado la investigación,cuanta más empatía sienta el testigo por la víctima, más posibilidades habrá de que se comprometa en sufavor. Existe cierta evidencia de que el grado de empatía experimentado por la gente condiciona sus juiciosmorales. Por ejemplo, estudios realizados en Alemania y Estados Unidos demuestran que cuanto másempática es la persona, más a favor se halla del principio moral que afirma que los recursos debendistribuirse en función de las necesidades.UNA VIDA CARENTE DE EMPATÍA: LA MENTALIDAD DEL AGRESOR.LA MORAL DEL SOCIOPATAEric Eckardt se vio involucrado en un miserable delito. Cuando era guardaespaldas de la patinadoraTonya Harding preparó un brutal atentado contra su eterna rival, Nancy Kerrigan, medalla de oro en lasolimpiadas de invierno de 1994, a consecuencia del cual quedó seriamente maltrecha y tuvo que dejar suentrenamiento durante varios meses. Pero cuando Eckardt vio la imagen de la sollozante Kerrigan entelevisión, tuvo un súbito arrepentimiento y entonces llamó a un amigo para contarle su secreto, iniciandoasí la secuencia de acontecimientos que terminó abocando a su detención. Tal es el poder de la empatía.Pero, por desgracia, las personas que cometen los delitos más execrables suelen carecer de todaempatía. Los violadores, los pederastas y las personas que maltratan a sus familias comparten la mismacarencia psicológica, son incapaces de experimentar la empatía, y esa incapacidad de percibir elsufrimiento de los demás les permite contarse las mentiras que les infunden el valor necesario paraperpetrar sus delitos. En el caso de los violadores, estas mentiras tal vez adopten la forma de pensamientoscomo «a todas las mujeres les gustaría ser violadas» o «el hecho de que se resista sólo quiere decir que nole gusta poner las cosas fáciles».En este mismo sentido, la persona que abusa sexualmente de un niño quizás se diga algo así como«yo no quiero hacerle daño, sólo estoy mostrándole mi afecto», o bien «ésta es simplemente otra forma decariño». Por su parte, el padre que pega a sus hijos posiblemente piense «ésta es la mejor de lasdisciplinas». Todas estas justificaciones, expresadas por personas que han recibido tratamiento por lasconductas que acabamos de reseñar, son las excusas que se repiten cuando violentan a sus victimas o sepreparan para hacerlo.La notable falta de empatía que presentan estas personas cuando agreden a sus víctimas sueleformar parte de un ciclo emocional que termina precipitando su crueldad. Veamos, por ejemplo, lasecuencia emocional típica que conduce a un delito como el abuso sexual de un niño. El ciclo se iniciacuando la persona comienza a sentirse alterada: inquieta, deprimida o aislada. Estos sentimientos puedenser activados por la contemplación de una pareja feliz en la televisión, lo que le lleva a sentirseinmediatamente deprimido por su propia soledad. Es entonces cuando busca consuelo en su fantasíafavorita, que suele ser la afectuosa amistad con un niño, una fantasía que paulatinamente va adquiriendoun cariz cada vez más sexual y suele terminar en la masturbación. Tal vez entonces el agresor experimenteun alivio momentáneo pero la tregua es muy breve y la depresión y la sensación de soledad retornan conmás virulencia que antes. Entonces es cuando el agresor comienza a pensar en la posibilidad de llevar a lapráctica su fantasía repitiéndose justificaciones del tipo «si el niño no sufre ninguna violencia física, no leestoy haciendo ningún daño» o «si no quisiera hacer el amor conmigo tratara de evitarlo».A estas alturas, el agresor ve al niño a través de la lente de sus perversas fantasías, sin la menormuestra de empatía por sus sentimientos. Esta indiferencia emocional es la que determina la escalada delos hechos subsiguientes, desde la elaboración del plan para encontrar a un niño solo, pasando por laminuciosa consideración de los pasos a seguir, hasta llegar a la ejecución del plan.Y todo esto se realiza como si la víctima careciera de sentimientos; muy al contrario, el agresor nopercibe sus verdaderos sentimientos (asco, miedo y rechazo) porque, en caso de hacerlo, podría llegar aarruinar sus planes y, en cambio, proyecta la actitud cooperante de la víctima.La falta de empatía es precisamente uno de los focos principales en los que se centran los nuevostratamientos diseñados para la rehabilitación de esta clase de delincuentes. En uno de los programas más71

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