Daniel GolemanInteligencia Emocionaltérminos generales, puede afirmarse que una de las principales contribuciones de la inteligencia emocionalconsiste en aprender a relacionamos de manera más inteligente con nuestro lastre emocional.La dinámica existente entre la amígdala y el mejor informado córtex prefrontal nos proporciona unmodelo neuroanatómico del modo en que la psicoterapia puede ayudamos a superar este tipo de profundasy nocivas pautas emocionales. Como propone Joseph LeDoux, el investigador del sistema nervioso quedescubrió el papel que desempeña la amígdala como desencadenante de los arrebatos emocionales: «unavez que el sistema emocional aprende algo, parece que jamás podrá olvidarlo, pero la psicoterapia nosayuda a revertir esa situación porque, gracias a ella, el neocórtex puede aprender a inhibir elfuncionamiento de la amígdala. De este modo, el sujeto puede superar la tendencia a reaccionar demanera automática, aunque las emociones básicas provocadas por la situación sigan persistiendo demanera subyacente».Así pues, aun después de un proceso de reaprendizaje emocional —o incluso después de unapsicoterapia eficaz— siempre queda el vestigio de la reacción, del temor o de la susceptibilidad original. Elcórtex prefrontal puede moderar o refrenar el impulso a desbordarse de la amígdala, pero no puede eliminarcompletamente su respuesta automática. No obstante, aunque no podamos decidir cuando seremosvíctimas de un arrebato emocional, sí que podemos ejercer cierto control sobre cuanto tiempo durará. Lapronta recuperación del equilibrio tras un estallido de este tipo bien podría ser un índice de madurezemocional.Los principales cambios que tienen lugar durante el proceso de la terapia afectan a las respuestasque el sujeto da a sus reacciones emocionales. Pero no es posible eliminar completamente la tendencia aque se produzca la reacción. La prueba de ello nos la proporciona una serie de investigacionespsicoterapéuticas llevadas a cabo por Lester Luborsky y sus colegas de la Universidad de Pennsylvania,que comenzaron llevándoles a identificar los principales problemas de relación que conducen al sujeto abuscar ayuda psicoterapéutica: el deseo de ser aceptados, la necesidad de intimidad, el miedo al fracaso ola franca dependencia. A continuación, los investigadores analizaron minuciosamente las respuestas típicas(siempre autoderrotistas) que los pacientes daban a los temores y deseos que suscitaban sus relaciones,como ser demasiado exigentes (lo que repercutía negativamente suscitando el rechazo o la indiferencia delos demás); o el repliegue a una actitud autodefensiva ante un supuesto desaire (lo que dejaba a la otrapersona molesta por el aparente rechazo).En este tipo de encuentros, condenados de antemano al fracaso, los pacientes se sientencomprensiblemente desbordados por todo tipo de sentimientos frustrantes (como la desesperación, latristeza, el resentimiento, el rechazo, la tensión. el miedo, la culpa, etcétera), e independientemente de cuálfuera la pauta concreta manifestada por un determinado paciente, ésta parecía reproducirse en todas susrelaciones importantes (ya fuera con la esposa, la amante, los hijos, los padres, los jefes o lossubordinados).Sin embargo, en el curso de una terapia a largo plazo, estos pacientes deben afrontar dos tipos decambios. Por una parte, sus reacciones emocionales ante los acontecimientos que las suscitan se hacenmenos acuciantes, y hasta podríamos decir que se vuelven más sosegadas, y, por la otra, su conductacomienza a ser más eficaz a la hora de obtener lo que realmente desean. Lo que no cambia, en modoalguno, es el miedo o el deseo subyacente y la punzada inicial de la emoción. Los investigadoresdescubrieron también que, en el caso de los pacientes que sólo habían asistido a unas pocas sesiones depsicoterapia, las entrevistas mostraban la mitad de las reacciones emocionales negativas que presentabanal comienzo de la terapia y. en cambio, eran doblemente proclives, a obtener la respuesta positiva que tantoanhelaban de la otra persona. Pero recordemos también que lo que no cambiaba era la especialsusceptibilidad subyacente a sus necesidades.En términos cerebrales, podemos concluir que el sistema límbico emite señales de alarma ante elmenor indicio del acontecimiento temido, pero el córtex prefrontal y las áreas anejas son capaces deaprender un modelo de respuesta nuevo y más saludable. En resumen, pues, el reaprendizaje emocional —una tarea que, ciertamente, no concluye nunca— puede remodelar hasta los hábitos emocionales másprofundamente arraigados de nuestra infancia.136
Daniel GolemanInteligencia Emocional14. EL TEMPERAMENTO NO ES EL DESTINOHasta ahora hemos estado hablando de la modificación de las pautas de respuesta emocionalaprendidas a lo largo de la vida pero ¿qué ocurre con aquellas otras respuestas que dependen de nuestradotación genética? ¿Cómo transformar las reacciones habituales de aquellas personas que, pongamos porcaso, son sumamente inestables o desesperantemente tímidas? Nos estamos refiriendo, claro está, aaquellos estratos de la emoción que podríamos calificar bajo el epígrafe del temperamento, el trasfondo desentimientos que configura nuestra predisposición básica, el estado de ánimo que caracteriza nuestra vidaemocional.Hasta cierto punto, cada uno de nosotros posee un temperamento innato, se mueve dentro de unespectro concreto de emociones, una característica que forma parte del bagaje con que nos ha dotado lalotería genética y cuyo peso se hace sentir a lo largo de toda la vida. Todo padre sabe que, desde elmomento de su nacimiento, un niño es tranquilo y plácido o, en cambio, irritable y difícil. La pregunta queahora debemos hacernos es sí la experiencia vital puede llegar a transformar este equipaje emocionaldeterminado biológicamente. ¿El sustrato biológico constituye un determinante irrevocable de nuestrodestino emocional o, por el contrario, los niños tímidos pueden terminar convirtiéndose en adultosconfiados?La respuesta más clara a esta cuestión nos la proporciona la investigación llevada a cabo por JeromeKagan, un eminente psicólogo evolutivo de la Universidad de Harvard. Según Kagan existen al menoscuatro temperamentos básicos —tímido, abierto, optimista y melancólico—, correspondientes a cuatropautas diferentes de actividad cerebral. De hecho, cada ser humano responde con una prontitud, duración eintensidad emocional distinta, y en este sentido es muy probable que existan innumerables diferencias en ladotación temperamental innata, basadas en diferentes tipos constitucionales de actividad neuronal.La obra de Kagan centra en una de estas pautas el continuo temperamental que va de la apertura ala timidez. Son varias las madres que, a lo largo de los años, han estado llevando a sus niños al Laboratoriopara el Desarrollo Infantil, situado en el cuarto piso del William James Hall, de Harvard, para que tomaranparte en la investigación realizada por Kagan sobre el desarrollo infantil. Ahí fue donde Kagan y suscolaboradores observaron experimentalmente por vez primera los signos de timidez que presentaba ungrupo de niños de veintiún meses de edad. En aquella investigación Kagan descubrió que algunos niñoseran espontáneos, movedizos y jugaban con los demás sin la menor vacilación, mientras que otros, por elcontrario, eran inseguros, retraídos, remoloneaban, se aferraban a las faldas de sus madres y se limitabana observar en silencio el juego de los demás. Unos cuatro años más tarde, cuando los niños estaban ya enla guardería, el equipo de Kagan repitió la observación y descubrió que, en todo aquel tiempo, ninguno delos niños expansivos se había convertido en tímido, pero que dos tercios de éstos, en cambio, seguíansiéndolo.Kagan descubrió que los niños más sensibles y asustadizos —del 15 al 20% de los que, según suspropias palabras, son «conductualmente inhibidos» innatos— se transformaron en adultos tímidos ytemerosos. Estos niños son reacios a todo lo que les resulte poco familiar —tanto probar una nueva comidacomo aproximarse a animales o lugares desconocidos— y tienden a la autocrítica y al sentimiento de culpa.Son niños que se quedan ansiosamente paralizados en las situaciones sociales (ya sea en la clase, en elpatio de recreo, en presencia de personas desconocidas o dondequiera, en suma, que se sientanobservados), y, cuando alcanzan la madurez, tienden a permanecer aislados y tienen un miedo enfermizo adar una charla o a acometer cualquier actividad en la que se sientan expuestos a la mirada ajena.Tom, uno de los niños que participaron en el estudio de Kagan, constituye un verdadero paradigmadel tímido. En cada una de las mediciones que se realizaron a lo largo de la infancia —a los dos, a los cincoy a los siete años de edad—, Tom destacó como uno de los niños más tímidos. En la entrevista que tuvolugar a los trece años de edad, Tom permanecía tenso y rígido, se mordía los labios, retorcía las manos yse mantenía impasible —sólo llegó a esbozar una sonrisa cuando la entrevista versó sobre su amiguita—,sus respuestas eran lacónicas y sus maneras, sumisas. Según dijo, durante todo aquel tiempo había sidomuy tímido y sudaba cada vez que tenía que aproximarse a alguno de sus compañeros. También se habíasentido perturbado por multitud de miedos (miedo a que su casa se quemase, miedo a lanzarse a la piscina,miedo a estar solo en la oscuridad, etcétera) y se vio asaltado por muchas pesadillas en las que eraatacado por monstruos. Es cierto que en los últimos dos años tenía menos vergüenza que antes, perotodavía sufría alguna ansiedad cuando estaba con otros niños, y sus preocupaciones se centraban ahora137