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Daniel GolemanInteligencia Emocionalsuspicaces a las criticas y eran desconfiados). Estas lagunas emocionales constituyen serios obstáculos ensu relación con los demás niños, a quienes ponen en situación de tener que acercarse a ellos.No es difícil advertir el motivo por el cual los niños emocionalmente más competentes tienden asuperar espontáneamente su timidez (aunque sean temperamentalmente vergonzosos) puesto que sudestreza social les abre un abanico más amplio de experiencias positivas con los demás. Son niños que,una vez que rompen el hielo que supone, por ejemplo, dirigirse a un nuevo compañero son socialmentebrillantes. La repetición de esta situación a lo largo de los años tiende naturalmente a convertirles enpersonas mucho más seguras de sí mismas.Estos avances hacia la apertura resultan muy alentadores porque sugieren que, en cierto modo,hasta las mismas pautas emocionales innatas pueden cambiar. Un niño que nace temeroso puede aprendera tranquilizarse o incluso a abrirse a lo desconocido. La timidez —o cualquier otro rasgo temperamental—forma parte de nuestro bagaje biológico, pero eso no significa que nos hallemos inexorablementecondicionados por los rasgos emocionales heredados. Así pues, aun dentro de las limitaciones genéticasdisponemos de la posibilidad de cambiar. Como observan los estudiosos de la genética de la conducta,nuestro comportamiento no sólo está determinado genéticamente sino que el ambiente —especialmente laexperiencia y el aprendizaje— configura la forma en que una predisposición temperamental se manifiesta alo largo de la vida. La capacidad emocional, pues, no constituye un dato inmutable puesto que, con elaprendizaje adecuado, puede modificarse. Las razones que explican este hecho hay que buscarlas en elmodo en que madura el cerebro humano.LA INFANCIA: UNA PUERTA ABIERTA A LA OPORTUNIDADEn el momento del nacimiento, el cerebro del ser humano no está completamente formado sino quesigue desarrollándose y es en la temprana infancia cuando este proceso de crecimiento es más intenso. Elniño nace con muchas más neuronas de las que poseerá en su madurez y, a lo largo de un procesoconocido con el nombre de «podado», el cerebro va perdiendo las conexiones neuronales menosfrecuentadas y fortaleciendo aquellos circuitos sinápticos más utilizados. De este modo, el «podado», aleliminar las sinapsis menos utilizadas, mejora la relación señal/ruido del cerebro extirpando la causamisma del «ruido». Este proceso es constante y rápido, ya que las conexiones sinápticas puedenestablecerse en cuestión de días o incluso de horas. La experiencia, especialmente durante la infancia, vaesculpiendo nuestro cerebro.La demostración clásica del impacto de la experiencia sobre el desarrollo del cerebro laproporcionaron los premios Nobel Thorsten Wiesel y David Hubel, neurocientíficos, que demostraron laexistencia de un período critico, durante los primeros meses de vida de los gatos y de los monos, en eldesarrollo de las sinapsis que portan las señales procedentes del ojo hasta el córtex visual, en donde soninterpretadas. Si durante este período se mantiene, por ejemplo, un ojo cerrado, el número de sinapsis queconectan ese ojo con el córtex visual disminuye, mientras que las del ojo abierto se multiplican. Cuando,tras este periodo crítico, se destapa este ojo, el animal permanece funcionalmente ciego de este ojo, unaceguera que no se debe a ningún defecto anatómico sino que está relacionada con el pequeño número desinapsis que conectan el ojo con el córtex visual.En el caso de los seres humanos, el correspondiente período crítico para el desarrollo de la visión seprolonga durante los seis primeros años de vida. Durante este tiempo, la visión normal estimula laformación de conexiones neuronales cada vez más complejas entre el ojo y el córtex visual. El hecho demantener cerrado un ojo durante este período unas pocas semanas puede terminar produciendo un déficitmensurable en la capacidad visual de este ojo. Los niños que, por las razones que fuere, han permanecidocon un ojo cerrado durante varios meses durante este período, muestran una clara pérdida en la percepciónvisual de los detalles.Una vívida demostración del impacto de la experiencia sobre el desarrollo del cerebro procede deestudios realizados sobre ratas «ricas» y ratas «pobres».” Las ratas «ricas» vivían en pequeños grupos enjaulas llenas de entretenimientos para ratas (como, por ejemplo, escaleras y norias), mientras que las ratas«pobres» estaban en jaulas similares pero carentes de toda diversión. Al cabo de varios meses, elneocórtex de las ratas ricas desarrolló redes neuronales mucho más complejas, mientras que el número deconexiones sinápticas establecidas por las ratas pobres era comparativamente mucho menor. La diferenciaera tan notable que los cerebros de las ratas ricas llegaron a ser mucho más pesados y no deberíasorprendernos que se mostraran mucho más diestras que las ratas pobres en encontrar la salida de loslaberintos con los que se trataba de determinar su inteligencia. Similares experimentos realizados conmonos mostraron las mismas diferencias entre una experiencia «rica» y «pobre» y cabe esperar el mismoresultado en el caso de los seres humanos.142

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