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Daniel GolemanInteligencia Emocional8. LAS ARTES SOCIALESComo sucede con tanta frecuencia entre hermanos, Len, de cinco años de edad, perdió la pacienciacon Jay, de dos años y medio, porque había desordenado las piezas del Lego con las que estaban jugandoy en un ataque de rabia le mordió. Su madre, al escuchar los gritos de dolor de Jay, se apresuró entonces aregañar a Len, ordenándole que recogiera en seguida el objeto de la disputa. Y ante aquello, que debió deparecerle una gran injusticia, Len rompió a llorar, pero su madre, enojada, se negó a consolarle.Fue entonces cuando el agraviado Jay, preocupado con las lágrimas de su hermano mayor, seaprestó a consolarle. Y esto fue, más o menos, lo que ocurrió:’—¡No llores más, Len! —imploró Jay— ¡Deja de llorar, hermano, deja de llorar!Pero, a pesar de sus súplicas, Len continuaba llorando. Entonces Jay se dirigió a su madrediciéndole:—¡Len está llorando, mamá! ¡Len está llorando! ¡Mira, mira. Len está llorando!Luego, dirigiéndose al desconsolado Len, Jay adoptó un tono materno, susurrándole:—¡No llores, Len!No obstante, Len seguía llorando. Así que Jay intentó otra táctica, ayudándole a guardar en su bolsalas piezas del Lego con un amistoso.—¡Mira! ¡Yo las meto en la bolsa para Lenny!Pero como aquello tampoco funcionó, el ingenioso Jay ensayó una nueva estrategia, la distracción.Entonces cogió un coche de juguete y trató de llamar con él la atención de Len:—Mira quién está dentro del coche, Len. ¿Quién es?Pero Len seguía sin mostrar el menor interés. Estaba realmente consternado y sus lágrimas parecíanno tener fin. Entonces su madre, perdiendo la paciencia, recurrió a una clásica amenaza:—¿Quieres que te pegue?—¡ No! —balbució entonces Len.—¡Pues deja ya de llorar! —concluyó la madre, exasperada, con firmeza.—¡Lo estoy intentando! —farfulló Len, en un tono patético y jadeante, a través de sus lágrimas.Y eso fue lo que despertó la estrategia final de Jay que, imitando el tono autoritario y amenazante desu madre, ordenó: — ¡Deja de llorar, Len! ¡Acaba ya de una vez!Este pequeño drama doméstico evidencia muy claramente la sutileza emocional que puededesplegar un mocoso de poco más de dos años para influir sobre las emociones de otra persona. En suapremiante intento de consolar a su hermano, Jay desplegó un amplio abanico de tácticas que iban desdela súplica hasta la ayuda, pasando por la distracción, la exigencia e incluso la amenaza, un auténticorepertorio que había aprendido de lo que otros habían intentado con él. Pero, en cualquiera de los casos, loque ahora nos importa es subrayar que, incluso a una edad tan temprana, los niños disponen de unauténtico arsenal de tácticas dispuestas para ser utilizadas.Como sabe cualquier padre, el despliegue de empatía y compasión demostrado por Jay no es, enmodo alguno, universal. Es igual de probable que un niño de esta edad considere la angustia de suhermano como una oportunidad para vengarse de él y hostigarle más aún. Las mismas habilidadesmostradas por Jay podrían haber sido utilizadas para fastidiar o atormentar a su hermano. No obstante, ellono haría sino confirmar la presencia de una aptitud emocional fundamental, la capacidad de conocer lossentimientos de los demás y de hacer algo para transformarlos, una capacidad que constituye elfundamento mismo del sutil arte de manejar las relaciones.Pero para llegar a dominar esta capacidad, los niños deben poder dominarse previamente a simismos, deben poder manejar sus angustias y sus tensiones, sus impulsos y su excitación, aunque sea deun modo vacilante, puesto que para poder conectar con los demás es necesario un mínimo de sosiegointerno. Es precisamente en este período cuando, en lugar de recurrir a la fuerza bruta, aparecen losprimeros rasgos distintivos de la capacidad de controlar las propias emociones, de esperar sin gimotear, derazonar o de persuadir (aunque no siempre elijan estas opciones).74

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