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Daniel GolemanInteligencia EmocionalEL RESPLANDOR EMOCIONAL: INFORME DE UN CASOSi la capacidad de sosegar la inquietud de los demás es una prueba de la destreza social, el hechode hacerlo en pleno ataque de rabia constituye una auténtica demostración de maestría. Los datos sobreautorregulación de la angustia y contagio emocional sugieren que una estrategia eficaz puede ser la dedistraer a la persona airada, empatizar con sus sentimientos y con su perspectiva y luego dirigir su atencióna un foco alternativo, uno que le conecte con un campo de sentimientos más positivos, algo que bienpudiera calificarse como una especie de judo emocional.El mejor ejemplo que recuerdo de esta habilidad sutil en el arte de la influencia emocional me lo contómi difunto amigo Terry Dobson quien, en la década de los cincuenta, fue uno de los primerosnorteamericanos que viajó a Japón a estudiar aikido.Una noche mi amigo volvía a casa en el metro de Tokio cuando entró en el vagón un enorme,belicoso, ebrio y sucio trabajador. El hombre, tambaleándose, comenzó a asustar a los pasajeros gritandotodo tipo de imprecaciones y empujó a una mujer que llevaba consigo un bebé, lanzándola hacia donde seencontraba una anciana pareja, que entonces se levantó de golpe y huyó precipitadamente al otro extremodel vagón. El borracho dio unos cuantos golpes más y. en su rabia, cogió la barra de metal que se hallabaen medio del vagón y. con un rugido, trató de arrancarla.En aquel momento Terry. que se hallaba en plenas condiciones físicas debido a su entrenamientodiario de ocho horas de aíkido, se sintió llamado a intervenir antes de que alguien quedara seriamentedañado. Entonces recordó las palabras de su maestro: «el aikido es el arte de la reconciliación y quien loconsidere como una lucha romperá su conexión con el universo. En el mismo momento en que tratas dedominar a los demás estás derrotado. Nosotros estudiamos la forma de resolver los conflictos, no deiniciarlos».Ciertamente, cuando Terry emprendió su aprendizaje se comprometió con su maestro a no iniciarnunca una pelea y a utilizar este arte marcial sólo como una forma de defensa. Ahora acababa de descubriruna oportunidad para poner a prueba su práctica del aikido en la vida real, en lo que era un caso claro delegítima defensa. Es por ello que, mientras los demás pasajeros permanecían paralizados en sus asientos,Terry se levantó lenta y deliberadamente.Al verle, el borracho bramó:—¡Ah, un extranjero! ¡Lo que tú necesitas es una lección sobre modales japoneses!— y se dispuso alanzarse sobre Terry.Pero cuando estaba a punto de hacerlo alguien gritó en voz muy alta y divertida:—¡Eh!El grito mostraba el tono jovial de alguien que había reconocido súbitamente a un querido amigo. Elborracho, sorprendido, se dio la vuelta y vio a un diminuto japonés de unos setenta años ataviado con unkimono que permanecía sentado. El anciano sonrió con alegría al borracho y le saludó con un levemovimiento de la mano y un animoso:—¡Venga aquí!El borracho se acerco dando zancadas a él preguntando, con un agresivo:—¿Y por qué diablos debería hablar contigo?Mientras tanto, Terry estaba dispuesto a reducir al borracho apenas hiciera el menor movimientoviolento.—¿Qué has estado bebiendo? —preguntó el anciano con sus ojos chispeantes.—He bebido sake y ése no es asunto tuyo —vociferó el borracho.—¡Oh, muy bien, muy bien! —replicó el anciano— ¿Sabes? A mi también me gusta el sake. Cadanoche, mi esposa y yo (ella tiene setenta y seis años) nos bebemos una botella pequeña de sake en eljardín, donde nos sentamos en un viejo banco de madera...Y luego siguió hablando de un caqui que había en su jardín y de las excelencias de beber sake enmitad de la noche.A medida que iba escuchando al anciano, el rostro del borracho comenzó a dulcificarse y sus puñosse relajaron:—Sí... a mí también me gusta el caqui... —dijo con la voz apagada.—Sí —replicó el anciano enérgicamente—. Y estoy seguro de que tienes una esposa maravillosa.—¡No! —respondió el obrero—. Mi esposa murió...82

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