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Daniel GolemanInteligencia EmocionalEn uno de los experimentos típicos realizados por Davidson, se comparó a una serie de voluntariosque presentaban una actividad prefrontal preponderantemente izquierda con otros quince sujetos quemostraban una mayor actividad en el lado derecho.Aquéllos con una marcada actividad frontal derecha presentaban una pauta característica denegatividad en un test de personalidad, se asemejaban al personaje caricaturizado por las películas deWoody Alíen, el tipo neurasténico que ve catástrofes hasta en las cosas más nimias, el sujeto propenso aasustarse y a enfadarse, suspicaz ante un mundo preñado de abrumadoras dificultades y de peligrosocultos. Por su parte, aquéllos en quienes predominaba la actividad prefrontal izquierda veían el mundo deun modo muy diferente a como lo hacían los melancólicos. Eran sociables y alegres, tenían una granconfianza en sí mismos y se sentían provechosamente comprometidos con la vida. Sus puntuaciones en lostests psicológicos sugerían un menor peligro de caer en la depresión o sufrir otra clase de trastornosemocionales. Davidson también descubrió que, a diferencia de lo que ocurre con quienes nunca han estadodeprimidos, las personas que tienen un historial de depresión clínica presentan un menor nivel de actividadcerebral en el lóbulo frontal izquierdo y, por el contrario, una mayor activación en el lado derecho, un patrónque también se presentaba en aquellos pacientes a quienes se diagnosticaba una depresión por vezprimera. A partir de esos datos —que, por cierto, todavía requieren de una adecuada verificaciónexperimental— Davidson formuló la hipótesis de que las personas que han superado una depresiónaprenden a intensificar el nivel de actividad de su lóbulo prefrontal izquierdo.Aunque esta investigación se haya realizado sobre el 30% aproximado de personas que se sitúan enambos extremos de esta dimensión, casi todo el mundo —dice Davidson— puede ser clasificado, enfunción de sus pautas de ondas cerebrales, como tendiendo hacia uno u otro de ambos tipos, puesto que elcontraste temperamental existente entre el tipo arisco y el tipo alegre se manifiesta de muchos modosdiferentes. Por ejemplo, en un determinado experimento, un grupo de voluntarios contemplaba varioscortometrajes. Algunos de ellos eran divertidos —como el baño de un gorila o los juegos de un cachorrillo,por ejemplo— mientras que otros, por el contrario -como una película en la que se instruía a las enfermerassobre los desagradables pormenores característicos de la Cirugía—, eran sumamente ingratos. Los sujetosque habían sido adscritos al tipo hemisferio derecho consideraron que las películas divertidas no lo erantanto, pero mostraron un disgusto y un desasosiego manifiesto en reacción a la sangre y al bisturí. El grupoalegre, por su parte, apenas si reaccionó ante la película médica, pero si que lo hizo ante las películasdivertidas.Así pues, parece como si el temperamento nos predispusiera para reaccionar ante la vida con unregistro emocional positivo o negativo. Al igual que ocurría con la dimensión timidez-apertura, la tendenciahacia el temperamento melancólico u optimista aparece también durante el primer año de vida, hecho queapoya fuertemente la hipótesis de que el temperamento es un dato genéticamente determinado. Comosucede con la mayor parte del cerebro, durante los primeros meses de vida, los lóbulos frontales todavíaestán madurando y su actividad no puede valorarse de un modo fiable hasta los diez meses de edadaproximadamente. Pero, en niños de esa edad, Davidson encontró que el nivel de activación relativa de loslóbulos prefrontales predecía, con una correlación de casi el 100%, si los niños llorarían cuando su madreabandonara la habitación De las muchas decenas de niños valorados de este modo, todos los que lloraronmostraron una preponderancia de la actividad cerebral del lóbulo derecho, mientras que en aquéllos que nolo hicieron ocurría exactamente lo contrario.Hay que añadir, por último, que, aun en el caso de que esta dimensión temperamental se establezcadesde el momento del nacimiento —o en algún momento muy próximo a él—, quienes manifiesten unapauta arisca no están necesariamente condenados a pasar la vida encerrados en su habitación haciendocalceta. De hecho, las lecciones emocionales que recibimos en la infancia pueden tener un impacto muyprofundo sobre el temperamento, ya sea amplificando o enmudeciendo una determinada predisposicióngenética. La gran plasticidad del cerebro infantil determina que las experiencias que acontezcan en estosmomentos tempranos tengan un impacto duradero a la hora de modelar los caminos neuronales por los quediscurrirá el resto de nuestra vida. Tal vez la mejor ilustración del tipo de experiencias que pueden modificarpositivamente el temperamento sea la que nos proporciona la investigación llevada a cabo por Kagan conniños tímidos.DOMESTICAR A LA HIPEREXCITABLE AMÍGDALALas alentadoras novedades que nos proporciona la investigación llevada a cabo por Kagan es que notodos los miedos de la infancia siguen desarrollándose durante toda la vida, es decir, que el temperamentono es el destino y que las experiencias adecuadas pueden reeducar la hiperexcitabilidad de la amígdala. Loque determina la diferencia son las lecciones emocionales y las respuestas que los niños aprenden durante140

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