Daniel GolemanInteligencia EmocionalUn análisis más detenido de los mecanismos que subyacen cada uno de estos problemas concretosnos ayudará a comprender la importancia de las habilidades sociales y emocionales, y arrojará luz sobre lasmedidas preventivas o correctivas más eficaces para encauzar a los niños en una dirección más adecuada.EL CONTROL DE LA AGRESIVIDADEl chico duro de mi escuela primaria se llamaba Jimmy, un niño que estaba en cuarto curso cuandoyo todavía me hallaba en primero. Jimmy era capaz de robarte el dinero para el almuerzo, coger tu bicicletao darte un golpe para llamar tu atención; era, en suma, el clásico gamberro que no necesitaba la menorprovocación para enzarzarse en una pelea. Todos albergábamos una mezcla de odio y temor hacia Jimmy,tratábamos de mantenernos a distancia de él y, cuando se desplazaba por el patio del recreo, era como siuna especie de guardaespaldas invisible mantuviera al resto de los niños alejados de su camino.Es evidente que los niños como Jimmy tienen muchos problemas pero lo que no todo el mundo sabees que una conducta tan agresiva constituye un claro predictor de un futuro igual de problemático. Dehecho, cuando cumplió los dieciséis años Jimmy estaba en la cárcel condenado por atraco.Hay muchos estudios que corroboran la persistencia de la agresividad infantil en chicos como Jimmy.Como ya hemos visto en otro lugar, los padres de los niños agresivos suelen alternar la indiferencia conlos castigos duros y arbitrarios, una pauta que, comprensiblemente, fomenta la paranoia y laagresividad.Pero no todos los niños agresivos son fanfarrones; algunos sólo son marginados sociales quereaccionan desproporcionadamente ante las bromas o ante lo que ellos interpretan como una ofensa o unainjusticia. Todos, sin embargo, comparten el mismo error de percepción que les lleva a ver burlas donde nolas hay, a imaginar que sus compañeros son más hostiles de lo que en realidad son, a tergiversar los actosmás inocentes como si fueran verdaderas amenazas y a responder, con demasiada frecuencia, de maneraagresiva, un comportamiento que no hace sino mantener a sus compañeros más alejados todavía. Losniños irascibles y solitarios son sumamente sensibles a las injusticias y, en consecuencia, suelenconsiderarse víctimas inocentes que nunca olvidan las múltiples ocasiones en que han sido reprendidos —injustamente, en su opinión— por sus maestros. Son niños, por último, que, cuando montan en cólera,creen que sólo disponen de una posible forma de reaccionar, repartir golpes a diestro y siniestro.Una investigación en la que un niño agresivo y otro más pacífico tenían que contemplar juntos unaserie de vídeos nos permite apreciar la incidencia de este sesgo perceptivo. En uno de los vídeos, a un ninose le caen los libros cuando otro tropieza con él, lo cual provoca las risas de un grupo cercano. El niñoentonces, visiblemente enfadado, sale corriendo y trata de atrapar a alguno de los niños que se han burladode él. La entrevista posterior reveló que, en aquel caso, los niños agresivos consideraban plenamentejustificada una respuesta agresiva. Aun más elocuente si cabe es el hecho de que, en su valoración delgrado de agresividad de los niños que aparecían discutiendo en el vídeo, los agresivos siempreconsideraban que el golpeado era el más violento y justificaban plenamente el enfado del agresor. Estapeculiar valoración da cuenta del profundo sesgo perceptivo que aqueja a los niños desproporcionadamenteagresivos, ya que suelen actuar basándose en creencias de supuesta hostilidad o amenaza, y prestan muypoca atención a lo que realmente está ocurriendo. El hecho es que, una vez asumida la existencia de unaamenaza, se lanzan inmediatamente a la acción.Por ejemplo, en el caso de que un chico agresivo esté jugando a las damas con otro y éste últimomueva una pieza a destiempo, el primero interpretará el movimiento como una «trampa» deliberada sindetenerse a considerar si ha sido un simple error carente de toda mala intención. De este modo, el juicio delniño agresivo siempre presupone la culpabilidad y no la inocencia y, en consecuencia, su reacciónautomática subsiguiente suele ser violenta. Y esa percepción refleja de hostilidad se entremezcla con unarespuesta igualmente automática porque, en lugar de decirle simplemente al otro niño que se haequivocado, le acusara, le gritará o le pegará. Y, cuantas más respuestas de este tipo emita el niño, másautomática será su agresividad y más estrecho el repertorio de posibles respuestas alternativas (comomostrarse mas amable o hacer una broma al respecto) de que dispondrá.Estos niños son emocionalmente vulnerables y presentan un bajo umbral de tolerancia que les lleva aencontrar cada vez más motivos para sentirse ofendidos. Y el hecho es que, una vez se pone en marchaeste mecanismo, pierden la capacidad de razonar, interpretan como hostiles los actos más inocentes y serefugian en su hábito inveterado de comenzar a propinar golpes. Este sesgo perceptivo hacia la hostilidadya resulta evidente en los primeros años de la escuela. Aunque la mayor parte de las niñas y niños —especialmente estos últimos— sólo se muestran indisciplinados durante el período de la guardería y elprimer curso de la escuela primaria, los niños más agresivos no logran aprender el mínimo autocontrolhasta después del segundo curso.148
Daniel GolemanInteligencia EmocionalMientras otros aprenden a negociar y pactar para dirimir las disputas que aparecen en el patio derecreo, los chicos indisciplinados siguen confiando en la fuerza bruta, una conducta que, sin embargo, tieneun elevado coste social, ya que, a las dos o tres horas de producirse el primer altercado, suelen caerlesantipáticos a sus compañeros.Las investigaciones que han seguido a este tipo de niños desde la enseñanza preescolar hasta lapubertad demuestran que más de la mitad de los alumnos que durante el primer curso se mostrabandestructivos, incapaces de mantener una relación cordial con los demás, desobedientes con sus padres ytercos con sus maestros, comenzaron a delinquir a partir de los diez años de edad. Por supuesto, con ellono estamos diciendo que todos los niños agresivos estén condenados a caer en la delincuencia y laviolencia, pero lo cierto es que son quienes más probabilidades tienen de llegar a cometer delitos violentos.Como acabamos de señalar, la propensión al delito se manifiesta sorprendentemente pronto en lavida de estos niños. Un estudio realizado entre niños de unos cinco años de edad de una guardería deMontreal demostró que, quienes manifestaban un grado más elevado de agresividad e indisciplina, antes dehaber cumplido los catorce años de edad revelaron un índice de delincuencia mucho más acusado,mostrando también una tendencia tres veces superior a la de los demás a golpear sin motivo alguno, arobar en una tienda, a utilizar algún tipo de armas, a romper o robar piezas de un automóvil y aemborracharse. Así pues, los niños difíciles y agresivos emprenden el camino que conduce a la violencia ya la delincuencia durante el primero y el segundo curso. No es infrecuente, por otra parte, que su escasoautocontrol les lleve también, desde los primeros años de escolarizacion, a ser malos estudiantes,estudiantes que suelen ser considerados por los demás —y que se ven a sí mismos— como «tontos», unjuicio que se ve confirmado cuando se ven obligados a asistir a clases de repaso (y que, por cierto, nohacen todos los niños que manifiestan igual grado de «hiperactividad» o de dificultades de aprendizaje). Losniños que antes de ingresar en la escuela han sufrido en su hogar un estilo educativo «coercitivo», suelenser más castigados por sus maestros, quienes se ven obligados a invertir mucho tiempo en su disciplina. Laconstante oposición a las normas de conducta del aula que estos niños manifiestan espontáneamentesupone una pérdida preciosa de tiempo que podría aprovecharse mejor. Por lo general, el fracasoacadémico se hace evidente cuando los niños llegan tercer curso. Así pues, si bien estos niños presentanun CI más bajo que el de sus compañeros, la principal razón que impulsa su camino hacia la delincuenciahay que buscarla en su temperamento. De hecho, en los niños de diez años, la impulsividad resulta unpredictor de la tendencia posterior hacia la delincuencia tres veces más adecuado que el CI Al llegar alcuarto y quinto curso, estos chicos —que por el momento sólo son considerados revoltosos o «difíciles»—son rechazados por sus compañeros, tienen serias dificultades para hacer amigos, tienen problemas defracaso escolar y, sintiéndose faltos de toda amistad, gravitan en torno a otros marginados sociales. De estemodo, entre el cuarto y noveno curso se aglutinan alrededor de algún grupo marginal y llevan una vida quedesafía las normas, mostrando una tendencia cinco veces superior a la media a hacer novillos, beberalcohol y tomar drogas, una situación que alcanza su punto culminante durante el séptimo y octavo curso,un período en el que suelen ser seguidos, a su vez, por otros niños «rezagados», que se sienten atraídospor ellos. Estos rezagados suelen ser niños más pequeños, cuyas familias no se preocupan bastante deellos y que vagabundean a su antojo por las calles durante el periodo de la educación primaria. En la épocaen que tendrían que pasar al instituto, la tendencia a la violencia que albergan los integrantes de estosgrupos marginales suele llevarles a abandonar los estudios y a verse implicados en delitos menores, comohurtos en tiendas, robos y posesión de drogas. (En este punto es necesario señalar la existencia de unamarcada diferencia entre los caminos seguidos por las niñas y los de los niños. Un seguimiento llevado acabo entre las niñas «revoltosas» de cuarto curso —pequeñas que tenían constantes problemas con susprofesores, no respetaban las normas o eran impopulares entre sus compañeros— puso de manifiesto queel 40% de ellas ya había dado a luz un hijo antes de concluir el instituto, una media, por cierto, tres vecessuperior a la del resto de compañeras de su misma escuela. Dicho en otras palabras, las adolescentesantisociales no se vuelven violentas sino que se quedan embarazadas.)No hay un único camino que conduzca a la delincuencia y a la violencia. En este sentido hay quetener en cuenta otros factores de riesgo, como el hecho de vivir en un barrio con un alto grado dedelincuencia -en el que los niños se hallen expuestos a la invitación constante al delito y a la violencia—,crecer en una familia con un elevado grado de estrés o malvivir en condiciones de extrema pobreza.Ninguno de estos factores, por sí solo, es el causante inevitable de una vida entregada a la delincuencia.Así pues, a la vista de que todos estos factores externos tienen una importancia relativa similar, debemosconcluir que las fuerzas psicológicas internas que mueven al niño indisciplinado desempeñan un papeldeterminante a la hora de aumentar las probabilidades de que emprenda el camino que conduce a ladelincuencia. Como afirma Gerald Patterson, un psicólogo que ha seguido de cerca las trayectorias decientos de niños hasta llegar a la juventud, «los actos antisociales de un niño de cinco años son el prototipode los actos que cometerá un delincuente juvenil».149