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Daniel GolemanInteligencia Emocionalen las olimpiadas de 1992 era el mismo que el invertido por los integrantes del equipo americano durantelos primeros veinte años de su vida (de hecho, muchos de los chinos habían comenzado a entrenarse a laedad de cuatro años). Del mismo modo, los mejores virtuosos de violín del siglo veinte comenzaron suaprendizaje alrededor de los cinco años de edad y los campeones mundiales de ajedrez lo hicieron cercade los siete años (mientras que aquellos que adquirieron un prestigio de ámbito exclusivamente nacionalhabían comenzado a eso de los diez años de edad). Se diría que el hecho de comenzar antes permite unmargen de tiempo mucho mayor: los alumnos más aventajados de violín de la mejor academia de músicade Berlín —todos ellos de poco más de veinte años— habrán invertido unas diez mil horas de práctica entoda su vida, mientras que aquéllos que ocupan un segundo o tercer lugar sólo habrán promediado un totalde unas siete mil quinientas horas.Lo que parece diferenciar a quienes se encuentran en la cúspide de su carrera de aquéllos otros que,teniendo una capacidad similar, no alcanzan esa cota, radica en la práctica ardua y rutinaria seguida a lolargo de años y años. Y esta perseverancia depende fundamentalmente de factores emocionales, como elentusiasmo y la tenacidad frente a todo tipo de contratiempos.El nivel sobresaliente logrado por los estudiantes asiáticos en el mundo académico y profesional delos Estados Unidos demuestra que, al margen de las capacidades innatas, la recompensa añadida del éxitoen la vida depende de la motivación. Una revisión completa de los datos existentes sobre este sugiere quelos alumnos americanos de origen asiático suelen tener un CI promedio superior en unos tres puntos al delos blancos. Por su parte, los médicos y abogados de origen asioamericano se comportaron, grupalmenteconsiderados, como si su CI fuera muy superior (el equivalente a un CI de 110 para los de origen japonés yde un 120 para los de origen chino) al de los blancos. La razón parece estribar en que, en los primeros añosde escuela, los niños asiáticos estudian más que los blancos. Sanford Dorenbush, un sociólogo de Stanfordque ha investigado a más de diez mil estudiantes de instituto, descubrió que los asioamericanos inviertencasi un 40% más de tiempo en sus deberes que el resto de los estudiantes. «La mayoría de padresamericanos blancos parecen dispuestos a admitir que sus hijos tengan asignaturas más flojas y a subrayar,en cambio, las más fuertes, pero la actitud que sostienen los padres asiáticos es la de que “si no te lo sabesestudiarás esta noche y si aun así tampoco te lo sabes mañana, te levantarás temprano y seguirásestudiando”. Ellos consideran que, con el esfuerzo adecuado, todo el mundo puede tener un buenrendimiento escolar».En resumen, una fuerte ética cultural de trabajo se traduce en una mayor motivación, celo yperseverancia, un auténtico acicate emocional.Así pues, las emociones dificultan o favorecen nuestra capacidad de pensar, de planificar, deacometer el adiestramiento necesario para alcanzar un objetivo a largo plazo, de solucionar problemas,etcétera, y, en este mismo sentido, establecen los límites de nuestras capacidades mentales innatas ydeterminan así los logros que podremos alcanzar en nuestra vida. Y en la medida en que estemosmotivados por el entusiasmo y el gusto en lo que hacemos —o incluso por un grado óptimo de ansiedad—se convierten en excelentes estímulos para el logro. Es por ello por lo que la inteligencia emocionalconstituye una aptitud maestra, una facultad que influye profundamente sobre todas nuestras otrasfacultades ya sea favoreciéndolas o dificultándolas.EL CONTROL DE LOS IMPULSOS: EL TEST DE LAS GOLOSINASImagine que tiene cuatro años de edad y que alguien le hace la siguiente propuesta: «ahora debomarcharme y regresaré en unos veinte minutos. Si lo deseas puedes tomar una golosina pero, si esperas aque vuelva, te daré dos». Para un niño de cuatro años de edad éste es un verdadero desafío, unmicrocosmos de la eterna lucha entre el impulso y su represión, entre el id y el ego, entre el deseo y elautocontrol, entre la gratificación y su demora. Y sea cual fuere la decisión que tome el niño, constituye untest que no sólo refleja su carácter sino que también permite determinar la trayectoria probable que seguiráa lo largo de su vida.Tal vez no haya habilidad psicológica más esencial que la de resistir al impulso. Ese es elfundamento mismo de cualquier autocontrol emocional, puesto que toda emoción, por su misma naturaleza,implica un impulso para actuar (recordemos que el mismo significado etimológico de la palabra emoción, esdel de «mover»). Es muy posible —aunque tal interpretación pueda parecer por ahora meramenteespeculativa— que la capacidad de resistir al impulso, la capacidad de reprimir el movimiento incipiente, setraduzca, al nivel de función cerebral, en una inhibición de las señales límbicas que se dirigen al córtexmotor.En cualquier caso, Walter Misehel llevó a cabo, en la década de los sesenta, una investigación conpreescolares de cuatro años de edad —a quienes se les planteaba la cuestión con la que iniciábamos esta55

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