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Daniel GolemanInteligencia EmocionalAlgunos padres eran como Ann y Carl (autoritarios, impacientes con la inexperiencia de sus hijos ydemasiado propensos a elevar el tono de voz ante el menor contratiempo), otras descalificabanrápidamente a sus hijos tildándolos de «estúpidos», convirtiéndoles así en víctimas propiciatorias de lamisma tendencia a la irritación e indiferencia que consumía sus matrimonios. Otras, por el contrario, eranpacientes con las equivocaciones de sus hijos y les dejaban jugar a su aire en lugar de imponerles supropia voluntad. De esta manera, la sesión de videojuego se convirtió en un sorprendente termómetro delestilo emocional de los padres.El estudio demostró que los tres estilos de parentaje emocionalmente más inadecuados eran lossiguientes:•Ignorar completamente los sentimientos de sus hijos. Este tipo de padres considera que losproblemas emocionales de sus hijos son algo trivial o molesto, algo que no merece la atención y que hayque esperar a que pase. Son padres que desaprovechan la oportunidad que proporcionan las dificultadesemocionales para aproximarse a sus hijos y que ignoran también la forma de enseñarles las leccionesfundamentales que pueden aumentar su competencia emocional.•El estilo laissez-faire. Estos padres se dan cuenta de los sentimientos de sus hijos, pero son de laopinión de que cualquier forma de manejar los problemas emocionales es adecuada, incluyendo, porejemplo, pegarles. Por esto, al igual que ocurre con quienes ignoran los sentimientos de sus hijos, estospadres rara vez intervienen para brindarles una respuesta emocional alternativa. Todos sus intentos sereducen a que su hijo deje de estar triste o enfadado, recurriendo para ello incluso al engaño y al soborno.•Menospreciar y no respetar los sentimientos del niño. Este tipo de padres suelen ser muydesaprobadores y muy duros, tanto en sus críticas como en sus castigos. En este sentido pueden, porejemplo, llegar a prohibir cualquier manifestación de enojo por parte del niño y ser sumamente severos anteel menor signo de irritabilidad. Éstos son los padres que gritan «¡no me contestes!» al niño que estátratando de explicar su versión de la historia.Pero, finalmente, también hay padres que aprovechan los problemas emocionales de sus hijos comouna oportunidad para desempeñar la función de preceptores o mentores emocionales. Son padres que setoman lo suficientemente en serio los sentimientos de sus hijos como para tratar de comprenderexactamente lo que les ha disgustado (« ¿estás enfadado porque Tommy ha herido tus sentimientos?»), yles ayudan a buscar formas alternativas positivas de apaciguarse («¿por qué, en vez de pegarle, no juegasun rato a solas hasta que puedas volver a jugar con él?»).Pero, para que los padres puedan ser preceptores adecuados, deben tener una mínima comprensiónde los rudimentos de la inteligencia emocional. Si tenemos en cuenta que una de las leccionesemocionales fundamentales es la de aprender a diferenciar entre los sentimientos, no nos resultará difícilentender que un padre que se halle completamente desconectado de su propia tristeza mal podrá ayudar asu hijo a comprender la diferencia que existe entre el desconsuelo que acompaña a una pérdida, la penaque nos produce una película triste y el sufrimiento que nos embarga cuando algo malo le ocurre a unapersona cercana. Más allá de esta distinción hay otras comprensiones más sutiles como, por ejemplo, la deque el enfado suele ser una respuesta que surge de algún sentimiento herido.En la medida en que un niño asimila las lecciones emocionales concretas que está en condiciones deaprender —y, por cierto, que también necesita—sufre una transformación. Como hemos visto en el capítulo7, el aprendizaje de la empatía comienza en la temprana infancia y requiere que los padres prestenatención a los sentimientos de su bebé. Aunque algunas de las habilidades emocionales terminen deestablecerse en las relaciones con los amigos, los padres emocionalmente diestros pueden hacer muchopara que sus hijos asimilen los elementos fundamentales de la inteligencia emocional: aprender areconocer, canalizar y dominar sus propios sentimientos y empatizar y manejar los sentimientos queaparecen en sus relaciones con los demás.El impacto en los hijos de los progenitores emocionalmente competentes es ciertamenteextraordinario. El equipo de la Universidad de Washington que antes mencionamos descubrió que los hijosde padres emocionalmente diestros —comparados con los hijos de aquéllos otros que tienen un pobremanejo de sus sentimientos— se relacionan mejor, experimentan menos tensiones en la relación con suspadres y también se muestran más afectivos con ellos. Pero, además, estos niños también canalizan mejorsus emociones, saben calmarse más adecuadamente a sí mismos y sufren menos altibajos emocionalesque los demás.Son niños que también están biológicamente más relajados, ya que presentan una tasa menor ensangre de hormonas relacionadas con el estrés y otros indicadores fisiológicos del nivel de activaciónemocional (una pauta que, como ya hemos visto en el capitulo 11 , en el caso de sostenerse a lo largo de lavida, proporciona una mejor salud física). Otras de las ventajas de este tipo de progenitores son de tiposocial, ya que estos niños son más populares, son más queridos por sus compañeros y sus maestrossuelen considerarles como socialmente más dotados. Sus padres y profesores también suelen decir quetienen menos problemas de conducta (como, por ejemplo la rudeza o la agresividad). Finalmente, también122

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