Daniel GolemanInteligencia Emocional15. EL COSTE DEL ANALFABETISMO EMOCIONALTodo empezó como un pequeño altercado que fue adquiriendo tintes cada vez más dramáticos. IanMoore y Tyrone Sinkler, alumnos del Instituto Jefferson, de Brooklyn, se enzarzaron en una disputa conKhalil Sumpter, de quince años, a quien habían estado acosando y amenazando hasta que la situación seles escapó de las manos.Un buen día, Khalil, temeroso de que Ian y Tyrone fueran a propinarle una paliza, cogió una pistolade calibre 38 y. en la entrada del instituto, a pocos metros del vigilante, les disparó a quemarropa, acabandocon su vida.Deberíamos interpretar este incidente como un signo más de la urgente necesidad de aprender adominar nuestras emociones, a dirimir pacíficamente nuestras disputas y a establecer, en suma, mejoresrelaciones con nuestros semejantes. Durante mucho tiempo, los educadores han estado preocupados porlas deficientes calificaciones de los escolares en matemáticas y lenguaje, pero ahora están comenzando adarse cuenta de que existe una carencia mucho más apremiante, el analfabetismo emocional. No obstante,aunque siguen haciéndose notables esfuerzos para mejorar el rendimiento académico de los estudiantes,no parece hacerse gran cosa para solventar esta nueva y alarmante deficiencia. En palabras de un profesorde Brooklyn: «parece como si nos interesara mucho más su rendimiento escolar en lectura y escritura quesi seguirán con vida la próxima semana».Sin embargo, los incidentes violentos como el protagonizado por Jan y Tyrone son, por desgracia,cada vez más frecuentes en las escuelas de nuestro país. No se trata, pues, de un incidente aislado, puestoque las estadísticas muestran un aumento de la delincuencia infantil y juvenil en los Estados Unidos quebien se puede considerar como la punta de lanza de una tendencia mundial. En 1990 tuvo lugar el índicemás elevado de arrestos juveniles relacionados con delitos violentos de las dos últimas décadas.En este sentido, el número de arrestos juveniles por violación se duplicó y la proporción deadolescentes acusados de homicidio por arma de fuego se multiplicó por cuatro. En esas dos mismasdécadas, la tasa de suicidios entre adolescentes se triplicó y lo mismo ocurrió con el número de niñosmenores de catorce años que fueron violentamente asesinados. Por otra parte, cada vez son más —y másjóvenes— las adolescentes que se quedan embarazadas. En los cinco años anteriores a 1993, el númerode partos entre las muchachas de edad comprendida entre los diez y los catorce años aumentó de maneraconstante —un fenómeno que ha sido bautizado con el nombre de «las niñas que tienen niñas»—, al igualque la proporción de embarazos no deseados y las presiones de los compañeros para tener las primerasrelaciones sexuales. Asimismo, en las tres últimas décadas también se ha triplicado la proporción deenfermedades venéreas entre adolescentes. Y, si estos datos resultan desalentadores, ¿qué diríamosentonces de las cifras que arrojan las estadísticas referidas a los jóvenes afroamericanos que viven en lasciudades, unas cifras que son dos, tres o incluso más veces superiores a las reseñadas? Por ejemplo, en1990 el consumo de cocaína entre los jóvenes blancos se incrementó un 300% con respecto a las dosdécadas anteriores, algo que, en el caso de los afroamericanos, se multiplicó por 13. Las enfermedadesmentales constituyen la causa más común de incapacitación entre los adolescentes. Los síntomas de ladepresión —mayor o menor— afectan a más de la tercera parte de la juventud y, en el caso de lasmuchachas, esta incidencia se duplica en la pubertad. Por otra parte, la frecuencia de los trastornos de laconducta alimentaria en las adolescentes también se ha disparado. Hay que decir también, por último, que,a menos que cambie la tendencia actual, las esperanzas de poder casarse y tener una vida estable yprovechosa son cada vez menores. Como vimos en el capítulo 9, el porcentaje de divorcios propio de lasdécadas de los setenta y los ochenta era del 50%, pero la tendencia actual es que dos de cada tres parejasterminan divorciándose.EL MALESTAR EMOCIONALEstos datos alarmantes son el equivalente a aquel canario que los mineros llevaban consigo a lostúneles y cuya muerte les advertía de la falta de oxígeno. Pero, más allá de las frías estadísticas, debemosabordar la difícil situación que atraviesan nuestros niños desde un nivel más sutil, teniendo en cuenta losproblemas cotidianos antes de que lleguen a estallar abiertamente. Tal vez los datos más reveladores en146
Daniel GolemanInteligencia Emocionaleste sentido nos los proporcione una investigación realizada a nivel nacional entre niños y adolescentesnorteamericanos comprendidos entre los siete y los dieciséis años de edad, que comparó la situaciónemocional de éstos a mediados de la década de los setenta y a finales de la década de los ochenta, ydemostró la existencia de un claro descenso en el grado de competencia emocional. Este estudio, que sebasa en las valoraciones realizadas por los padres y los profesores, muestra un deterioro de la situación aeste respecto. Y no se trata de que exista un solo problema sino que todos los indicadores apuntan en lamisma inquietante dirección. Estos son, en términos generales, los ámbitos en los que ha habido un francoempeoramiento:•Marginación o problemas sociales: tendencia al aislamiento, a la reserva y al mal humor; falta deenergía; insatisfacción y dependencia.•Ansiedad y depresión: soledad; excesivos miedos y preocupaciones; perfeccionismo; falta deafecto; nerviosismo, tristeza y depresión.•Problemas de atención o de razonamiento: incapacidad para prestar atención y permanecerquieto; ensoñaciones diurnas; impulsividad; exceso de nerviosismo que impide la concentración; bajorendimiento académico; pensamientos obsesivos.•Delincuencia o agresividad: relaciones con personas problemáticas; uso de la mentira y el engaño;exceso de justificación; desconfianza; exigir la atención de los demás; desprecio por la propiedad ajena;desobediencia en casa y en la escuela; mostrarse testarudo y caprichoso; hablar demasiado; fastidiar a losdemas y tener mal genio.Ninguno de estos problemas, considerado aisladamente, es lo bastante poderoso como para llamarnuestra atención, pero tomados en conjunto constituyen el claro indicador de la existencia de cambios muyprofundos, de un nuevo tipo de veneno que emponzoña a nuestra infancia y que afecta negativamente a sunivel de competencia emocional. Este desasosiego emocional parece ser el precio que han de pagar losjóvenes por la vida moderna. Por otra parte, aunque los norteamericanos suelen considerar que susproblemas son especialmente graves, las investigaciones realizadas en otros países replican o inclusosuperan estos resultados. Por ejemplo, en la década de los ochenta los maestros y los padres de Holanda,China y Alemania encontraron en sus chicos los mismos problemas que presentaban los niños americanosen 1976 y, en el caso de Australia, Francia o Thailandia, la situación era todavía peor. Por último, es muyposible que esta situación haya empeorado todavía más porque, en la actualidad, la espiral descendente dela competencia emocional parece haberse acelerado más en los Estados Unidos que en el resto de lasnaciones desarrolladas Y Ningún niño, ya sea rico o pobre, está libre de riesgo, porque esta problemáticaes universal y afecta a todos los grupos étnicos, raciales y sociales. Así pues, aunque los niños pobresmanifiesten el peor índice de competencia emocional, su grado de deterioro en las últimas décadas no hasido mayor que la de los niños de clase media o incluso que la de los niños ricos, ya que todos muestran,en definitiva, el mismo grado de deterioro. El número de niños que han recibido ayuda psicológica tambiénse ha triplicado (aunque ésta tal vez sea una buena señal que señale la existencia de más recursos en estesentido) pero, al mismo tiempo, también se ha duplicado el número de niños que, a pesar de presentarserios problemas emocionales, no han recibido ningún tipo de ayuda (un 9% en 1976 frente a un 18% en1989, un signo, en este caso, negativo).Une Bronfenbrenner, conocida psicóloga evolutiva de la Universidad de Cornell que ha llevado acabo un estudio comparativo a escala mundial sobre el bienestar infantil, afirma: «las presiones externasson tan grandes que, a falta de un buen sistema de apoyo, hasta las familias más unidas están empezandoa fragmentarse. La incertidumbre, la fragilidad y la inestabilidad de la vida cotidiana familiar afectan a todoslos segmentos de nuestra sociedad, incluyendo a las personas acomodadas y con un elevado nivel cultural.Lo que está en juego es nada menos que la próxima generación —especialmente los varones—, quedurante su desarrollo son especialmente vulnerables ante las fuerzas disgregadoras y los devastadoresefectos del divorcio, la pobreza y el desempleo. El estatus de las familias y los niños estadounidenses esmás inquietante que nunca [...] Estamos privando a millones de niños de sus capacidades y de susaptitudes morales».Pero no se trata de un fenómeno exclusivamente norteamericano sino de una situación global, puestoque el mercado mundial busca abaratar los costes laborales y termina haciendo mella sobre la familia. Lanuestra es una época en la que las familias se ven acosadas, en la que ambos padres deben trabajarmuchas horas y se ven obligados a dejar a los niños abandonados a su propia suerte o, como mucho, alcuidado del televisor; una época en la que muchos niños crecen en condiciones de extrema pobreza; unaépoca en la que cada vez hay más familias con un solo responsable; una época, en suma, en la que laatención cotidiana que reciben los más jóvenes raya en la negligencia. Todo esto supone, aun en el caso deque los padres alberguen las mejores intenciones, el menoscabo de los pequeños, innumerables ysustanciosos intercambios familiares que van cimentando el desarrollo de las facultades emocionales.¿Qué podemos hacer, pues, si la familia ya no cumple adecuadamente con su función de preparar alos hijos para la vida?147