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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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confió <strong>en</strong> <strong>la</strong> propiciación absoluta allí alcanzada para perdón de los pecados. Cuando volvió a <strong>la</strong> vida<br />

después de haberse visto a <strong>la</strong>s puertas del sepulcro, se dispuso a predicar el evangelio con más fervor que<br />

nunca antes, y sus pa<strong>la</strong>bras iban revestidas de nuevo poder. El pueblo dio <strong>la</strong> bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>ida con regocijo a su<br />

amado pastor que volvía de los umbrales de <strong>la</strong> muerte. Ellos mismos habían t<strong>en</strong>ido que at<strong>en</strong>der a <strong>en</strong>fermos<br />

y moribundos, y reconocían mejor que antes el valor del evangelio.<br />

Zuinglio había alcanzado ya un conocimi<strong>en</strong>to más c<strong>la</strong>ro de <strong>la</strong>s verdades de este y experim<strong>en</strong>taba<br />

mejor <strong>en</strong> sí mismo su poder reg<strong>en</strong>erador. La caída del hombre y el p<strong>la</strong>n de red<strong>en</strong>ción eran los temas <strong>en</strong><br />

los cuales se espaciaba. “En Adán—decía él—todos somos muertos, hundidos <strong>en</strong> corrupción y <strong>en</strong><br />

cond<strong>en</strong>ación” (Wylie, lib. 8, cap. 9). Pero “Jesucristo [...] nos ha dado una red<strong>en</strong>ción que no ti<strong>en</strong>e fin [...].<br />

Su muerte ap<strong>la</strong>ca continuam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> justicia divina <strong>en</strong> favor de todos aquellos que se acog<strong>en</strong> a aquel<br />

sacrificio con fe firme e inconmovible”. Y explicaba que el hombre no podía disfrutar de <strong>la</strong> gracia de<br />

Cristo, si seguía <strong>en</strong> el pecado. “Donde se cree <strong>en</strong> Dios, allí está Dios; y donde está Dios, existe un celo<br />

que induce a obrar bi<strong>en</strong>” (D’Aubigné, lib. 8, cap. 9).<br />

Creció tanto el interés <strong>en</strong> <strong>la</strong>s predicaciones de Zuinglio, que <strong>la</strong> catedral se ll<strong>en</strong>aba materialm<strong>en</strong>te<br />

con <strong>la</strong>s multitudes de oy<strong>en</strong>tes que acudían para oírle. Poco a poco, a medida que podían so<strong>por</strong>tar<strong>la</strong>, el<br />

predicador les exponía <strong>la</strong> verdad. Cuidaba de no introducir, desde el principio, puntos que los a<strong>la</strong>rmas<strong>en</strong><br />

y creas<strong>en</strong> <strong>en</strong> ellos prejuicios. Su obra era ganar sus corazones a <strong>la</strong>s <strong>en</strong>señanzas de Cristo, <strong>en</strong>ternecerlos<br />

con su amor y hacerles t<strong>en</strong>er siempre pres<strong>en</strong>te su ejemplo; y a medida que recibieran los principios del<br />

evangelio, abandonarían inevitablem<strong>en</strong>te sus cre<strong>en</strong>cias y prácticas supersticiosas.<br />

Paso a paso avanzaba <strong>la</strong> Reforma <strong>en</strong> Zúrich. A<strong>la</strong>rmados, los <strong>en</strong>emigos se levantaron <strong>en</strong> activa<br />

oposición. Un año antes, el fraile de Witt<strong>en</strong>berg había <strong>la</strong>nzado su “No” al papa y al emperador <strong>en</strong> Worms,<br />

y ahora todo parecía indicar que también <strong>en</strong> Zúrich habría oposición a <strong>la</strong>s exig<strong>en</strong>cias del papa. Fueron<br />

dirigidos repetidos ataques contra Zuinglio. En los cantones que reconocían al papa, de vez <strong>en</strong> cuando<br />

algunos discípulos del evangelio eran <strong>en</strong>tregados a <strong>la</strong> hoguera, pero esto no bastaba; el que <strong>en</strong>señaba <strong>la</strong><br />

herejía debía ser amordazado. Por lo tanto, el obispo de Constanza <strong>en</strong>vió tres diputados al concejo de<br />

Zúrich, para acusar a Zuinglio de <strong>en</strong>señar al pueblo a vio<strong>la</strong>r <strong>la</strong>s leyes de <strong>la</strong> iglesia, con lo que trastornaba<br />

<strong>la</strong> paz y el bu<strong>en</strong> ord<strong>en</strong> de <strong>la</strong> sociedad. Insistía él <strong>en</strong> que si se m<strong>en</strong>ospreciaba <strong>la</strong> suprema autoridad de <strong>la</strong><br />

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