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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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g<strong>en</strong>tío hasta <strong>la</strong> catedral de Notre Dame, para reemp<strong>la</strong>zar a <strong>la</strong> Deidad. La elevaron sobre el altar mayor y<br />

recibió <strong>la</strong> adoración de todos los que estaban pres<strong>en</strong>tes” (Alison, tomo 1, cap. 10).<br />

Poco después de esto procedieron a quemar públicam<strong>en</strong>te <strong>la</strong> Biblia. En cierta ocasión “<strong>la</strong> Sociedad<br />

Popu<strong>la</strong>r del Museo” <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> el salón municipal gritando: ¡Vive <strong>la</strong> Raison! y llevando <strong>en</strong> <strong>la</strong> punta de un<br />

palo los fragm<strong>en</strong>tos de varios libros que habían sacado de <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>mas, quemados <strong>en</strong> parte; <strong>en</strong>tre otros,<br />

breviarios, misales, y el Antiguo y Nuevo Testam<strong>en</strong>tos que “expiaron <strong>en</strong> un gran fuego— dijo el<br />

presid<strong>en</strong>te—todas <strong>la</strong>s locuras <strong>en</strong> que <strong>por</strong> causa de ellos había incurrido <strong>la</strong> raza humana”. Journal de Paris,<br />

14 de noviembre de 1793, 318, 1279.<br />

El romanismo había principiado <strong>la</strong> obra que el ateísmo se <strong>en</strong>cargaba de concluir. A <strong>la</strong> política de<br />

Roma se debía <strong>la</strong> condición social, política y religiosa que empujaba a Francia hacia <strong>la</strong> ruina. No faltan<br />

los autores que, refiriéndose a los horrores de <strong>la</strong> Revolución, admit<strong>en</strong> que de esos excesos debe hacerse<br />

responsables al trono y a <strong>la</strong> iglesia (véase el Apéndice). En estricta justicia debieran atribuirse a <strong>la</strong> iglesia<br />

so<strong>la</strong>. El romanismo había <strong>en</strong>conado el ánimo de los monarcas contra <strong>la</strong> Reforma, haciéndo<strong>la</strong> aparecer<br />

como <strong>en</strong>emiga de <strong>la</strong> corona, como elem<strong>en</strong>to de discordia que podía ser fatal a <strong>la</strong> paz y a <strong>la</strong> bu<strong>en</strong>a marcha<br />

de <strong>la</strong> nación. Fue el g<strong>en</strong>io de Roma el que <strong>por</strong> este medio inspiró <strong>la</strong>s espantosas crueldades y <strong>la</strong> acérrima<br />

opresión que procedían del trono.<br />

El espíritu de libertad acompañaba a <strong>la</strong> Biblia. Doquiera se le recibiese, el evangelio despertaba <strong>la</strong><br />

intelig<strong>en</strong>cia de los hombres. Estos empezaban <strong>por</strong> arrojar <strong>la</strong>s cad<strong>en</strong>as que <strong>por</strong> tanto tiempo los habían<br />

t<strong>en</strong>ido sujetos a <strong>la</strong> ignorancia, al vicio y a <strong>la</strong> superstición. Empezaban a p<strong>en</strong>sar y a obrar como hombres.<br />

Al ver esto los monarcas temieron <strong>por</strong> <strong>la</strong> suerte de su despotismo.<br />

Roma no fue tardía para inf<strong>la</strong>mar los temores y los celos de los reyes. Decía el papa al reg<strong>en</strong>te de<br />

Francia <strong>en</strong> 1525: “Esta manía [el protestantismo] no solo confundirá y acabará con <strong>la</strong> religión, sino hasta<br />

con los principados, con <strong>la</strong> nobleza, con <strong>la</strong>s leyes, con el ord<strong>en</strong> y con <strong>la</strong>s jerarquías” (G. de Felice, Histoire<br />

des protestants de France, lib. 1, cap. 2). Y pocos años después un nuncio papal le daba este aviso al rey:<br />

“Señor, no os <strong>en</strong>gañéis. Los protestantes van a trastornar tanto el ord<strong>en</strong> civil como el religioso [...]. El<br />

trono peligra tanto como el altar [...]. Al introducirse una nueva religión se introduce necesariam<strong>en</strong>te un<br />

nuevo gobierno” (D’Aubigné, Histoire de <strong>la</strong> Réformation au temps de Calvin, lib. 2, cap. 36). Y los<br />

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