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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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testimonios para cond<strong>en</strong>ar al Hijo inoc<strong>en</strong>te de Dios; y ahora <strong>la</strong>s acusaciones más falsas hacían inseguras<br />

sus propias vidas. Con sus hechos habían expresado desde hacía tiempo sus deseos: “¡Quitad de de<strong>la</strong>nte<br />

de nosotros al Santo de Israel!” (Isaías 30:11, VM) y ya dichos deseos se habían cumplido. El temor de<br />

Dios no les preocupaba más; Satanás se <strong>en</strong>contraba ahora al fr<strong>en</strong>te de <strong>la</strong> nación y <strong>la</strong>s más altas autoridades<br />

civiles y religiosas estaban bajo su dominio.<br />

Los jefes de los bandos opuestos hacían a veces causa común para despojar y torturar a sus<br />

desgraciadas víctimas, y otras veces esas mismas facciones peleaban unas con otras y se daban muerte sin<br />

misericordia; ni <strong>la</strong> santidad del templo podía refr<strong>en</strong>ar su ferocidad. Los fieles eran derribados al pie de los<br />

altares, y el santuario era mancil<strong>la</strong>do <strong>por</strong> los cadáveres de aquel<strong>la</strong>s carnicerías. No obstante, <strong>en</strong> su necia y<br />

abominable presunción, los instigadores de <strong>la</strong> obra infernal dec<strong>la</strong>raban públicam<strong>en</strong>te que no temían que<br />

Jerusalén fuese destruida, pues era <strong>la</strong> ciudad de Dios; y, con el propósito de afianzar su satánico poder,<br />

sobornaban a falsos profetas para que proc<strong>la</strong>maran que el pueblo debía esperar <strong>la</strong> salvación de Dios,<br />

aunque ya el templo estaba sitiado <strong>por</strong> <strong>la</strong>s legiones romanas. Hasta el fin <strong>la</strong>s multitudes creyeron<br />

firmem<strong>en</strong>te que el Todopoderoso interv<strong>en</strong>dría para derrotar a sus adversarios. Pero Israel había<br />

despreciado <strong>la</strong> protección de Dios, y no había ya def<strong>en</strong>sa alguna para él. ¡Desdichada Jerusalén! Mi<strong>en</strong>tras<br />

<strong>la</strong> desgarraban <strong>la</strong>s conti<strong>en</strong>das intestinas y <strong>la</strong> sangre de sus hijos, derramada <strong>por</strong> sus propias manos, teñía<br />

sus calles de carmesí, los ejércitos <strong>en</strong>emigos echaban a tierra sus fortalezas y mataban a sus guerreros!<br />

Todas <strong>la</strong>s predicciones de Cristo acerca de <strong>la</strong> destrucción de Jerusalén se cumplieron al pie de <strong>la</strong><br />

letra; los judíos palparon <strong>la</strong> verdad de aquel<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de advert<strong>en</strong>cia del Señor: “Con <strong>la</strong> medida que<br />

medís, se os medirá”. Mateo 7:2 (VM).<br />

Aparecieron muchas señales y maravil<strong>la</strong>s como síntomas precursores del desastre y de <strong>la</strong><br />

cond<strong>en</strong>ación. A <strong>la</strong> media noche una luz extraña bril<strong>la</strong>ba sobre el templo y el altar. En <strong>la</strong>s nubes, a <strong>la</strong> puesta<br />

del sol, se veían como carros y hombres de guerra que se reunían para <strong>la</strong> batal<strong>la</strong>. Los sacerdotes que<br />

ministraban de noche <strong>en</strong> el santuario eran aterrorizados <strong>por</strong> ruidos misteriosos; temb<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> tierra y se oían<br />

voces que gritaban: “¡Salgamos de aquí!” La gran puerta del ori<strong>en</strong>te, que <strong>por</strong> su <strong>en</strong>orme peso era difícil<br />

de cerrar <strong>en</strong>tre veinte hombres y que estaba asegurada con formidables barras de hierro afirmadas <strong>en</strong> el<br />

duro pavim<strong>en</strong>to de piedras de gran tamaño, se abrió a <strong>la</strong> media noche de una manera misteriosa (Milman,<br />

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