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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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a <strong>la</strong> vez que humillándose profundam<strong>en</strong>te invoca <strong>en</strong> su favor el pacto hecho con sus padres y <strong>la</strong>s promesas<br />

que le fueran hechas a él mismo <strong>en</strong> su visión <strong>en</strong> Bethel y <strong>en</strong> tierra extraña. Llegó <strong>la</strong> hora crítica de su vida;<br />

todo está <strong>en</strong> peligro. En <strong>la</strong>s tinieb<strong>la</strong>s y <strong>en</strong> <strong>la</strong> soledad sigue orando y humillándose ante Dios. De pronto<br />

una mano se apoya <strong>en</strong> su hombro. Se le figura que un <strong>en</strong>emigo va a matarle, y con toda <strong>la</strong> <strong>en</strong>ergía de <strong>la</strong><br />

desesperación lucha con él. Cuando el día empieza a rayar, el desconocido hace uso de su poder<br />

sobr<strong>en</strong>atural; al s<strong>en</strong>tir su toque, el hombre fuerte parece quedar paralizado y cae, impot<strong>en</strong>te, tembloroso<br />

y suplicante, sobre el cuello de su misterioso antagonista. Jacob sabe <strong>en</strong>tonces que es con el ángel de <strong>la</strong><br />

alianza con qui<strong>en</strong> ha luchado. Aunque incapacitado y presa de los más agudos dolores, no ceja <strong>en</strong> su<br />

propósito. Durante mucho tiempo ha sufrido perplejidades, remordimi<strong>en</strong>tos y angustia a causa de su<br />

pecado; ahora debe obt<strong>en</strong>er <strong>la</strong> seguridad de que ha sido perdonado. El visitante celestial parece estar <strong>por</strong><br />

marcharse; pero Jacob se aferra a él y le pide su b<strong>en</strong>dición. El ángel le insta: “¡Suéltame, que ya raya el<br />

alba!” pero el patriarca exc<strong>la</strong>ma: “No te soltaré hasta que me hayas b<strong>en</strong>decido”. ¡Qué confianza, qué<br />

firmeza y qué perseverancia <strong>la</strong>s de Jacob! Si estas pa<strong>la</strong>bras le hubies<strong>en</strong> sido dictadas <strong>por</strong> el orgullo y <strong>la</strong><br />

presunción, Jacob hubiera caído muerto; pero lo que se <strong>la</strong>s inspiraba era más bi<strong>en</strong> <strong>la</strong> seguridad del que<br />

confiesa su f<strong>la</strong>queza e indignidad, y sin embargo confía <strong>en</strong> <strong>la</strong> misericordia de un Dios que cumple su<br />

pacto.<br />

“Luchó con el Ángel, y prevaleció”. Oseas 12:4 (VM). Mediante <strong>la</strong> humil<strong>la</strong>ción, el arrep<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to<br />

y <strong>la</strong> sumisión, aquel mortal pecador y sujeto al error, prevaleció sobre <strong>la</strong> Majestad del cielo. Se aferró<br />

tembloroso a <strong>la</strong>s promesas de Dios, y el Amor infinito no pudo rechazar <strong>la</strong> súplica del pecador. Como<br />

señal de su triunfo y como estímulo para que otros imitas<strong>en</strong> su ejemplo, se le cambió el nombre; <strong>en</strong> lugar<br />

del que recordaba su pecado, recibió otro que conmemoraba su victoria. Y al prevalecer Jacob con Dios,<br />

obtuvo <strong>la</strong> garantía de que prevalecería al luchar con los hombres. Ya no temía arrostrar <strong>la</strong> ira de su<br />

hermano; pues el Señor era su def<strong>en</strong>sa. Satanás había acusado a Jacob ante los ángeles de Dios y pret<strong>en</strong>día<br />

t<strong>en</strong>er derecho a destruirle <strong>por</strong> causa de su pecado; había inducido a Esaú a que marchase contra él, y<br />

durante <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga noche de lucha del patriarca, Satanás procuró embargarle con el s<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to de su<br />

culpabilidad para desanimarlo y apartarlo de Dios. Jacob fue casi empujado a <strong>la</strong> desesperación; pero sabía<br />

que sin <strong>la</strong> ayuda de Dios perecería. Se había arrep<strong>en</strong>tido sinceram<strong>en</strong>te de su gran pecado, y ape<strong>la</strong>ba a <strong>la</strong><br />

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