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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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al papa como al repres<strong>en</strong>tante y vicario de Dios. Lo que Hus combatía era el abuso de autoridad y no <strong>la</strong><br />

autoridad misma. Esto provocó un terrible conflicto <strong>en</strong>tre <strong>la</strong>s convicciones más íntimas de su corazón y<br />

los dictados de su conci<strong>en</strong>cia. Si <strong>la</strong> autoridad era justa e infalible como él <strong>la</strong> creía, ¿<strong>por</strong> qué se s<strong>en</strong>tía<br />

obligado a desobedecer<strong>la</strong>? Acatar<strong>la</strong>, era pecar; pero, ¿<strong>por</strong> qué se s<strong>en</strong>tía obligado a pecar si prestaba<br />

obedi<strong>en</strong>cia a una iglesia infalible? Este era el problema que Hus no podía resolver, y <strong>la</strong> duda le torturaba<br />

hora tras hora. La solución que <strong>por</strong> <strong>en</strong>tonces le parecía más p<strong>la</strong>usible era que había vuelto a suceder lo<br />

que había sucedido <strong>en</strong> los días del Salvador, a saber, que los sacerdotes de <strong>la</strong> iglesia se habían convertido<br />

<strong>en</strong> impíos que usaban de su autoridad legal con fines inicuos. Esto le decidió a adoptar para su propio<br />

gobierno y para el de aquellos a qui<strong>en</strong>es siguiera predicando, <strong>la</strong> máxima aquel<strong>la</strong> de que los preceptos de<br />

<strong>la</strong> Santas Escrituras transmitidos <strong>por</strong> el <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>to han de dirigir <strong>la</strong> conci<strong>en</strong>cia, o <strong>en</strong> otras pa<strong>la</strong>bras,<br />

que Dios hab<strong>la</strong>ndo <strong>en</strong> <strong>la</strong> Biblia, y no <strong>la</strong> iglesia hab<strong>la</strong>ndo <strong>por</strong> medio de los sacerdotes, era el único guía<br />

infalible” (Wylie, lib. 3, cap. 3).<br />

Cuando, transcurrido algún tiempo, se hubo calmado <strong>la</strong> excitación <strong>en</strong> Praga, volvió Hus a su<br />

capil<strong>la</strong> de Belén para reanudar, con mayor valor y celo, <strong>la</strong> predicación de <strong>la</strong> Pa<strong>la</strong>bra de Dios. Sus <strong>en</strong>emigos<br />

eran activos y poderosos, pero <strong>la</strong> reina y muchos de los nobles eran amigos suyos y gran parte del pueblo<br />

estaba de su <strong>la</strong>do. Comparando sus <strong>en</strong>señanzas puras y elevadas y <strong>la</strong> santidad de su vida con los dogmas<br />

degradantes que predicaban los romanistas y con <strong>la</strong> avaricia y el libertinaje <strong>en</strong> que vivían, muchos<br />

consideraban que era un honor pert<strong>en</strong>ecer al partido del reformador.<br />

Hasta aquí Hus había estado solo <strong>en</strong> sus <strong>la</strong>bores, pero <strong>en</strong>tonces Jerónimo, que durante su estada<br />

<strong>en</strong> Ing<strong>la</strong>terra había hecho suyas <strong>la</strong>s doctrinas <strong>en</strong>señadas <strong>por</strong> Wiclef, se unió con él <strong>en</strong> <strong>la</strong> obra de reforma.<br />

Desde aquel mom<strong>en</strong>to ambos anduvieron juntos y ni <strong>la</strong> muerte había de separarlos. Jerónimo poseía <strong>en</strong><br />

alto grado lucidez g<strong>en</strong>ial, elocu<strong>en</strong>cia e ilustración, y estos dones le conquistaban el favor popu<strong>la</strong>r, pero <strong>en</strong><br />

<strong>la</strong>s cualidades que constituy<strong>en</strong> verdadera fuerza de carácter, sobresalía Hus. El juicio ser<strong>en</strong>o de este<br />

restringía el espíritu impulsivo de Jerónimo, el cual reconocía con verdadera humildad el valer de su<br />

compañero y aceptaba sus consejos. Mediante los esfuerzos unidos de ambos <strong>la</strong> reforma progresó con<br />

mayor rapidez.<br />

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