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America en la Profecia por Elena White

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

Los orígenes peculiares de Estados Unidos y su hegemonía en los asuntos mundiales se quedan indiscutibles. Como superpotencia nacida de Europa, la historia se ha resplandecido por todas partes. Pronosticada desde la antigüedad, una miríada de las represiones, las revoluciones y las reformas le inspiró al primer grupo de peregrinos a establecerse en una nueva tierra prometida de la libertad. Este libro permite al lector a comprender el destino único de América y el papel dominante, mientras asediada por maquinaciones políticas y espirituales. Claramente, esta lectura revelará las manipulaciones, los movimientos y las intervenciones que han moldeado a América, presagiando su cooperación para socavar los mismos valores, más queridos anteriormente. Al mismo tiempo, disemina rayos de esperanza y confianza a medida que se estalla un giro de acontecimientos.

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lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado de Dios se id<strong>en</strong>tificó con los mayores<br />

pecadores de Israel cuando intercedió cerca de Dios <strong>en</strong> favor de su pueblo: “¡No derramamos nuestros<br />

ruegos ante tu rostro a causa de nuestras justicias, sino a causa de tus grandes compasiones!” “Hemos<br />

pecado, hemos obrado impíam<strong>en</strong>te”. Él dec<strong>la</strong>ra: “Yo estaba [...] hab<strong>la</strong>ndo, y orando, y confesando mi<br />

pecado, y el pecado de mi pueblo”. Y cuando más tarde el Hijo de Dios apareció para instruirle, Daniel<br />

dijo: “Mi lozanía se me demudó <strong>en</strong> palidez de muerte, y no retuve fuerza alguna”. Daniel 9:18, 15, 20;<br />

10:8 (VM).<br />

Cuando Job oyó <strong>la</strong> voz del Señor de <strong>en</strong>tre el torbellino, exc<strong>la</strong>mó: “Me aborrezco, y me arrepi<strong>en</strong>to<br />

<strong>en</strong> el polvo y <strong>la</strong> c<strong>en</strong>iza”. Job 42:6. Cuando Isaías contempló <strong>la</strong> gloria del Señor, y oyó a los querubines<br />

que c<strong>la</strong>maban: “¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos!” dijo abrumado: “¡Ay de mí, que soy<br />

muerto!” Isaías 6:3, 5 (RV95). Después de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas<br />

que no le es dado al hombre expresar, San Pablo habló de sí mismo como del “más pequeño de todos los<br />

santos”. 2 Corintios 12:2-4; Efesios 3:8. Y el amado Juan, el que había descansado <strong>en</strong> el pecho de Jesús<br />

y contemp<strong>la</strong>do su gloria, fue el que cayó como muerto a los pies del ángel. Apocalipsis 1:17.<br />

No puede haber glorificación de sí mismo, ni arrogantes pret<strong>en</strong>siones de estar libre de pecado, <strong>por</strong><br />

parte de aquellos que andan a <strong>la</strong> sombra de <strong>la</strong> cruz del Calvario. Harta cu<strong>en</strong>ta se dan de que fueron sus<br />

pecados los que causaron <strong>la</strong> agonía del Hijo de Dios y destrozaron su corazón; y este p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to les<br />

inspira profunda humildad. Los que viv<strong>en</strong> más cerca de Jesús son también los que mejor v<strong>en</strong> <strong>la</strong> fragilidad<br />

y culpabilidad de <strong>la</strong> humanidad, y su so<strong>la</strong> esperanza se cifra <strong>en</strong> los méritos de un Salvador crucificado y<br />

resucitado.<br />

La santificación, tal cual <strong>la</strong> <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de ahora el mundo religioso <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral, lleva <strong>en</strong> sí misma un<br />

germ<strong>en</strong> de orgullo espiritual y de m<strong>en</strong>osprecio de <strong>la</strong> ley de Dios que nos <strong>la</strong> pres<strong>en</strong>ta como del todo aj<strong>en</strong>a<br />

a <strong>la</strong> religión de <strong>la</strong> Biblia. Sus def<strong>en</strong>sores <strong>en</strong>señan que <strong>la</strong> santificación es una obra instantánea, <strong>por</strong> <strong>la</strong> cual,<br />

mediante <strong>la</strong> fe so<strong>la</strong>m<strong>en</strong>te, alcanzan perfecta santidad. “Tan solo creed—dic<strong>en</strong>—y <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición es vuestra”.<br />

Según ellos, no se necesita mayor esfuerzo de parte del que recibe <strong>la</strong> b<strong>en</strong>dición. Al mismo tiempo niegan<br />

<strong>la</strong> autoridad de <strong>la</strong> ley de Dios y afirman que están disp<strong>en</strong>sados de <strong>la</strong> obligación de guardar los<br />

mandami<strong>en</strong>tos. ¿Pero será acaso posible que los hombres sean santos y concuerd<strong>en</strong> con <strong>la</strong> voluntad y el<br />

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